Solano Lima, María Estela Martínez, Víctor Martínez, Scioli, Cobos, Boudou. ¿Me equivoco o son muchos los gobiernos nacionales que se pensaron como proyectos de transformación social, o se propusieron como tales, o se recuerdan como tales, y que contaron, no obstante, con un vicepresidente de talante conservador (o formado políticamente en el conservadurismo)? Se infiere de eso que las promesas de hondas transformaciones no pasaban de una máscara, o bien que habrían de emprenderse con el freno de mano puesto, transidas de tensiones y desgarramientos.
Noto en eso un cambio apreciable: el gobierno que se viene en la Argentina es más compacto en su ideología, mejor integrado en la reacción, más parejo y homogéneo. Gobernarán los conservadores, y lo sabemos. No es un dato menor, en este sentido, que un buen número de intelectuales haya podido expresar su respaldo manifiesto y público. Porque un prurito teórico erróneo (el que liga ineluctablemente el compromiso intelectual con las posiciones críticas o revolucionarias) inhibía esta clase de declaraciones. Los intelectuales de derecha (y Borges fue en esto, como en tantas cosas, un precursor) ahora pudieron por fin mostrarse ante la sociedad como tales, sin ambages ni eufemismos, sin tener que aducir la tontera de que izquierda y derecha han dejado de existir. Me resulta un gran adelanto.
No faltará tal vez alguno que, examinando esa profusa lista, pretenda que el criterio empleado en ella para definir a un intelectual se inspira, por su notoria elasticidad, en las ideas de Antonio Gramsci, que fue un gran pensador de izquierda. Pero sería muy quisquilloso hacer un planteo así. Es más valioso, es más loable, que los conservadores hayan podido por fin asumirse y señalarse, sin tener que disimularse en la vaguedad, sin tener que sofocarse en el clóset, sin tener que sentir vergüenza.