No voy a hacer el panegírico de la amistad, que ya tiene suficiente con todo lo que de ella se ha dicho a lo largo de los siglos, pero sí voy a insistir en que es una maravilla. Una se sienta con una amiga a la mesa del café y desde allí recorre los siglos y los mundos sin moverse de la silla, y eso que algunos llaman alma termina por sentirse dueña del universo, del destino, de la magia y de la sabiduría de los siglos. Todo esto viene a propósito de lo que dijimos con mi amiga Hebe acerca de lo sensacional que somos estos pobladores de la Tierra: hemos sido capaces de inventar el amor romántico y la guerra, el soneto y la picana, para dar dos ejemplos sencillos. ¿Hay algo más perfecto que un soneto? Catorce versos de once sílabas que encierran todo lo que a usted se le ocurra: esperanzas, filosofía, directivas morales, recetas de cocina, quejas de amor no correspondido, adioses al mundo cruel. Agregue usted lo que tenga en la faltriquera, si es usted fan del castellano más o menos antiguo, o cartera de Vuitton, si le alcanza la guita para esos lujos, y tendrá un panorama de inagotables temas que caben en catorce versos: el cosmos entero sin dejar ni un rinconcito vacío, si es que el cosmos tiene rincones. El tema tiene facetas más que interesantes; pero claro que hay que ver que cualquier tema, aun el más ramplón, tiene mil detalles atractivos. Y si no me cree fíjese en este que de ramplón no tiene nada ya que este señor, un tal Lope de Vega, sabía lo que se traía entre manos, que fue siempre parte de lo que teníamos que estudiar y memorizar cuando la educación en este país era inmejorable, ejemplar: “Un soneto me manda hacer Violante”. De eso de la picana no vale la pena que nos ocupemos: seamos felices, quedémonos en el soneto.