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Te deseo que escribas

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Muchas veces los lectores nos piden que escribamos algo. “Me pasó una que es para una novela tuya”. “Te regalo la anécdota, tenés que escribirla”. Lejos de incomodarme, esos pedidos me despiertan ternura, cierta inquietud. No la pulsión brusca de salir a escribir de repente, a la que puede eyectarnos el enojo o la ira –que son pasiones de odio que enseguida uno quiere ubicar en alguna parte–, sino más bien una especie de agradecimiento a la mirada del otro, a su generosidad.

Que alguien desee que yo escriba, que me quieran regalar una historia para que la vuelva cuento o novela, un diálogo o cualquier otro insumo literario, me estimula y a la vez despierta en mí un especial interés por la persona. Porque se trata de alguien deseando alimentar mi deseo de escritura; alguien que se dona. Y como desear es una pasión del amor, desear que alguien desee escribir es de las cosas más lindas que podemos recibir. Tal vez eso sea lo que más disfruto de mi oficio de tallerista, de artesana de la palabra. Un poco porque también –desde mi deseo– suelo pedirles a otros que escriban, algo que hago a menudo con mis alumnos, con mi pareja, con los colegas que comparten este camino: escribir y desear escribir.

Aunque también –para qué esconder mis miserias– a veces mando a algunas personas a escribir sus cuchicheos rumiantes y las desmesuradas críticas inhibitorias que se toman el tiempo de dedicarles a otros. Quizá lo hago por el mero placer malicioso de hacer que se encuentren leyendo sus propias palabras y decires, o de cara a la doble vara con la que miden a otros, pero jamás serían capaces de medirse a sí mismos. Porque, convengamos, quien dedica una crítica a otra persona, sea en público o en privado, finalmente y aunque crea que le está haciendo algo al otro, no está más que censurándose alguna cosa a sí mismo.

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Escribir –además de todo lo que ya se dijo sobre esta práctica– es también un modo de canalizar algo que nos molesta. Es tratar de asimilar, de entender, de sacar afuera lo que se va procesando lentamente en nuestro interior. De algún modo, es evitar rumiar sobre eso que nos irrita, y una buena forma de evitar la crítica banal. Alan Pauls lo dice de un modo sintético y bien certero, habla de “hacer con el síntoma”: ese rollo que se parece tanto a nosotros, o que toma nuestra forma deformada. Y es cierto, es así. Escribir es hacer otra cosa con aquello a lo que el síntoma un poco nos determina. Es hacer algo con lo que nos estorba, nos (re)aparece, nos quiere definir.

Ahora, mientras escribo estas palabras, estoy teniendo un déjà vu. Mi inconsciente aflora y noto, o imagino, que esto ya fue escrito por mí, que me precede, me excede, que me repito. ¿O será que ya estuve escribiendo en otra vida? Tal vez en alguna vida pasada también fui escritora y deseaba escribir algo como esto, tramitaba duelos, dolores y pesares por la vía del lenguaje. Como ahora, que escribo y sueño, leo y sueño, me desvelo y leo, leo y reseño, resueño y peno y peleo y releo, velo y me desvelo cada noche, amo y escribo como síntesis de lo que me gusta ser, de lo que deseo hacer. Amo y escribo. Eso. Amo y escribo y tengo deseos de escribir sobre el amor todo el tiempo. Tal vez como un mantra, tal vez como un soneto. 

Nadie puede –por mejor intencionado que sea y aunque lo haga y lo desee genuinamente–, decía, nadie puede regalarnos la historia que “tenemos” que escribir. Esa intención es única, individual y nuestra. Lo que vamos a escribir se gesta en un impulso vital que nos esclaviza durante un tiempo hasta que, luego de un tiempo, por fin nos libera, nos mueve en un sentido y no en otro. Y cada paso, lo sabemos, es el inicio de un largo camino, un breve acercamiento indeterminado hacia lo que seremos al final.

Lo que escribimos tiene que brotar de los dilemas más profundos de nuestra existencia humana, de aquello que nos preocupa y no nos deja dormir. Después, bueno, después podremos ponerles esas cuestiones a unos personajes con nombres ficticios y ropajes mentirosos, exagerados o falsos. Pero aquello que hace a nuestra división subjetiva, eso mismo que pesa debe pasar a nuestros personajes, es lo que debe hacerlos entrar en conflictos y contradicciones, eso que opera en nosotros y que hay que ir a rastrear a lo más oscuro de nuestra bolsa de cuestiones.