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Tiempos zarpados

La transgresión mueve al mundo, pero no necesariamente es zarpada. Cuando lo es, suele durar poco y no inaugura nada. El ego gana por goleada. Facha que es fachada, gesto vacuo de autoproclamación. Vivimos tiempos zarpados. Ojalá lo fueran en transgresión. Más bien parece repetición sin sustento. Yoes en soporte nuevo: reels, selfies, posteos.Vivimos tiempos zarpados, sin gracia, a pura arenga. La derecha se cree revolucionaria, punta de época, y es solamente zarpada. Quiere dar el zarpazo. En lugar de zarpa, motosierra. Y en vez de hablar, vocifera.

No elogio el recato. También abruma por quieto. Cuidar las formas es a veces descuidar los cambios. Tampoco apelo al centro como restaurador del vandalismo de los extremos. Esta semana escuché a un periodista reivindicarlo, “el centro puede ser revolucionario”. Naaaaa. El centro suministra buenos consejos, reasegura, y hasta podría atenuar conflictos inconducentes. Pero llamarlo “revolucionario”… Vivimos tiempos zarpados. Y no solo de la derecha. Muchos creen que hay que putear, subir el tono de voz, denostar, burlarse, hacer chistes bajos. La risa devaluada se vuelve carcajada; atascada y tosca. El límite se desdibuja, la mueca se ensancha. Pero sobre todo, el otro importa cada vez menos, porque lo que valen son los likes y los comentarios. El algoritmo, en definitiva, es lo que determina el estatus, y el estatus es una confortación implacable.

Por suerte hay asomos de humor, ya no de cinismo, ni autobombo. Ironía, ternura y confiabilidad. No muchos, algunos. Un par de ejemplo: Como nunca… ¡otra vez!, humor político, café concert con Franco Torchia y la primera vedette hombre de la Argentina, Juampi Mirabelli, ¡estupendos! , dirección de Alejandro Tantanian y libro en permanente vuelo de Liliana Viola, teatro El Picadero. El juego fluye, la transgresión es risueña, de las que se sirven del pasado para lanzarse al futuro incierto. Gags, monólogos, despliegues escénicos, bajadas de línea, subidas de tono, jugadas de géneros. Por fin lo nuevo es lo mejor de lo que vuelve.

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Otro: la nueva temporada de División Palermo, unida en la risa que escribe y propulsa Santiago Korovsky. Actorazos. Pilar Gamboa, Alejandra Flechner y Martín Garabal, geniales. Una serie que destartala demagogias, divierte con lo políticamente incorrecto (o correcto), emociona con Charly, un beso mal dado, pero sobre todo, y al final, denuncia ferozmente a la “casta” política argentina, sea del palo que fuese, extraviada en posturas BDCM, zarpada, patéticamente zarpada.