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Durante muchos años, tuve la oportunidad de dar clases de Economía a economistas y editores económicos de diferentes países del mundo, como Zimbabue, Ghana, Eritrea, países que formaron parte de la ex Unión Soviética, del sudeste asiático y China.

En conversaciones informales, a lo largo de los años, siempre me hacían la misma pregunta: ¿qué le pasa a la Argentina? Por qué un país tan rico siempre está en crisis. Me preguntaban alumnos de países africanos con niveles altos de analfabetismo y carencias que llegaban hasta la falta de agua.

Me costaba –y me cuesta– contestar sobre las razones del fracaso de una nación que, por su territorio, es el octavo país del mundo, que cuenta con abundantes y diversificados recursos y con una población homogénea y relativamente educada.

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Debo reconocer que muchas veces sentí vergüenza, porque los problemas que generaron las sucesivas crisis de la Argentina no son estrictamente económicos. Y me resultaba difícil dar una respuesta sintética. (...)

Para que se tenga una idea de las caídas de la Argentina, entre 1988 y 1990 el producto bruto interno –la riqueza que producimos todos los argentinos– cayó un 10,4% y pocos años después, en la crisis de 2001, la pérdida de riqueza llegó a casi un 20% (19,9%) según el libro Bases para una economía productiva, de Jorge Remes Lenicov. (...)

En los años que tengo como periodista, he cubierto muchas de estas crisis. Y siempre han sido episodios traumáticos que dejaron cicatrices en la sociedad: más pobreza, más marginalidad, más sueños rotos.

Las crisis obligaron a la Argentina a pedir plata al único banco que está dispuesto a darla cuando se te cierran todas las puertas: el Fondo Monetario Internacional. Entre la Argentina y el FMI se realizaron veintisiete acuerdos desde 1958 hasta 2018. En total, son sesenta años de acuerdos. Cada vez pedimos más dinero, según la escuela de negocios IAE de la Universidad Austral. El gobierno de Mauricio Macri es el que ha acordado el monto nominal más alto de endeudamiento con el FMI, 57 mil millones de dólares, que equivalen casi a cuatro veces la cifra récord de 13.600 millones acordada durante el gobierno de Fernando de la Rúa en el año 2000.

Obviamente, el Fondo Monetario Internacional, cuyos accionistas son los países del mundo, demanda condiciones para garantizarse el cobro de los préstamos y que el país deje de caer en crisis económicas.

A la luz de los hechos, resulta evidente que ni la Argentina ni el Fondo vienen haciendo bien sus deberes. Las crisis económicas provocan que en el país todos seamos “economistas”. Esto es extraño. En la mayoría de los países del mundo, incluyendo Estados Unidos, donde el FMI tiene su sede (Washington), la gente común no sabe qué es el Fondo. En la Argentina es tan conocido como cualquier jugador importante de fútbol.

La deuda externa, tópico que en países normales se encuentra reservado para los especialistas, es otro tema que puede ser de conversación en una mesa familiar.

¿Por qué cae la Argentina en crisis económicas de manera tan repetida? Muy brevemente, porque no acordamos políticas de mediano plazo que tengan como norte no gastar más de lo que tenemos y dedicarnos a aumentar nuestra riqueza.

El gobierno de Mauricio Macri no logró quebrar este círculo. La crisis económica del gobierno de Cambiemos tiene causales externas (herencia como el retraso de las tarifas y la sequía de 2018, entre otras), pero también errores propios.

Se subestimó la herencia, se atomizaron las decisiones económicas, se equivocaron los pronósticos en más de una oportunidad, se endeudó el país para cubrir gastos corrientes y se adoptaron políticas económicas erradas.

Todo esto provocó la pérdida de confianza, un factor esencial para llevar adelante cualquier programa económico. Por el contrario, con confianza, la Argentina mantuvo programas que con el tiempo se demostraron erróneos, como el Plan de Convertibilidad o el retraso de las tarifas y del dólar que llevó al cepo cambiario durante la gestión de Cristina Fernández de Kirchner.

Macri termina su mandato en 2019 con tres años de caída del producto bruto, una pérdida de más del 10% en el poder adquisitivo del salario y una inflación promedio anual cercana al 40%. Para que tengan una idea, solo hay diecisiete países en el mundo que tienen inflación de dos dígitos, y la Argentina está entre los cinco primeros lugares.

El próximo gobierno también enfrentará una “herencia” que tendrá que subsanar. No sé si alguna vez las dirigencias de la Argentina establecerán las bases para que las crisis sean situaciones extraordinarias.

Una de las conclusiones a las que arribo luego de cubrir tantas crisis de la Argentina, es que la mayoría de las veces los funcionarios cometen errores de diagnóstico o en la definición de las políticas por aferrarse a sus cargos, porque piensan en sí mismos, porque no escuchan otras opiniones y entienden las críticas como conspiraciones, porque creen que solo ellos cuentan con la “solución”, es decir: por la soberbia del poder.

Otro factor recurrente durante los períodos de crisis es el ascenso de los obsecuentes en los entornos. Son muchos los que cuidan sus puestos y optan por no hablar. Solo unos pocos se arriesgan y dan un paso al costado. (...)

*Autora de Secretos de los ministros de Economía, Editorial Sudamericana (fragmento).