COLUMNISTAS
OPININ

Trump y el Papa

Desde Estados Unidos, Fontevecchia analiza la carrera electoral entre el magnate Donald Trump y la demócrata Hillary Clinton.

201607301121columnaschiste
DINOSAURIO: humor progresista vs. el populismo de EE.UU. | Reproduccion

Continúa de ayer: “La grieta de Hillary

(Desde Estados Unidos)

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

La aparición de los mails demostrando que la conducción del Partido Demócrata boicoteó la candidatura de Bernie Sanders favoreciendo la de Hillary generó una inquietud mayor que el escándalo interno que obligó a la renuncia de la presidenta del partido, Debbie Wasserman Schultz, justo al comenzar su convención: ¿Por qué preferiría Putin que gane Trump? Es que los mails fueron hackeados en abril pasado por el Servicio de Inteligencia del ejército ruso (GRU), en junio, por el Servicio de Seguridad  del Estado (FSB, continuador de la KGB) y recién filtrados a Guccifer 2.0 y WikiLeaks en el momento que podían producir más daño a Hillary. Trump y Putin tienen una mutua atracción: el ruso piensa que el norteamericano es “un genio” y Trump elogia públicamente su determinación.

Las categorías ordenadoras en este caso no son derecha e izquierda, sino antiestablishment versus políticamente correctos (“apocalípticos e integrados”). Putin, Trump y también Néstor Kirchner son del grupo de los disruptores del sistema, como lo es el Papa dentro del establishment del Vaticano. Más allá de las diferencias de Bergoglio con el capitalismo, también comparte con Trump la idea de que el mundo está en guerra, aunque aclaró que no se trata de una guerra santa contra el islam. En parte es cierto: en aquellas disputas que tienen como vanguardia la cuestión religiosa o racial siempre hay inmanente una disputa económica: Hitler con los judíos y, salvando las enormes diferencias, Trump contra los mexicanos.

La irrupción de líderes antiestablishment simultáneamente en distintas partes del planeta tiene su lógica. En casi todos los países están disconformes con sus dirigentes porque es la primera vez que la mayoría de las poblaciones observan que viven peor que sus padres y temen que sus hijos vivan aún peor que ellas. “El fin del sueño americano” es el documental que presentó el año pasado Noam Chomsky y título que también describe la frustración y el enojo de la clase media en Estados Unidos al ver que el salario de un empleado en la década del 70,  previo a la llegada de Reagan y del neoliberalismo, era mayor que el actual.

"El sueño americano está muerto pero cuando sea presidente lo traeré de vuelta" (Trump)

Tanto Hillary Clinton como Trump comparten el diagnóstico económico y prometen en sus campañas devolver la prosperidad a los norteamericanos, pero la terapia que proponen es exactamente inversa. Los demócratas creen que el problema reside en que los ricos pagan muy pocos impuestos (Sanders en su discurso del lunes pasado en la Convención demócrata, dijo que el 85% de la nueva riqueza que generó Estados Unidos terminó quedando en manos del 1% más rico del país) y que la solución estará en la redistribución del ingreso existente desde los más exitosos hacia los menos favorecidos. Mientras que Trump propone crear riqueza (no redistribuirla) premiando a los más exitosos para que inviertan (como Macri) y anuncia un plan de inversión en infraestructura –símil Plan Marshall– que modernice la obra pública. También, como Macri hace gala de su condición de “ingeniero” al que le gustan las obras, Trump dijo: “No se olviden de que soy un constructor de edificios”.

Trump a veces dice la verdad. El problema es que no se sabe cuándo. Construyó su carrera mintiéndoles a sus socios, a sus proveedores, a sus clientes, a sus competidores, mentiras que en el terreno darwiniano de los negocios en alta escala de Manhattan son vistas como parte de una estrategia ambiciosa, pero que resultan un escándalo en la vida civil.

Trump dice estar en contra de los tratados de libre comercio que les quitan trabajo a los norteamericanos  pero –como informó el domingo The New York Times– los muebles de su edificio fueron fabricados en Turquía, los cristales en Eslovenia,  la mayoría de su propia ropa fue fabricada en China y la que usó su esposa al dar su discurso en la Convención era de un diseñador inglés. Se especula que si Trump fuera electo presidente, el Nafta podría incluir a Gran Bretaña a partir del Brexit y su salida de la Unión Europea.

Trump pregona contra la inmigración (“es la mejor, mayor y más horrible versión del legendario Caballo de Troya”) pero los ascensoristas, porteros, recepcionistas y todo el personal de servicio de la torre donde vive son extranjeros. Si los mexicanos fueran ladrones y violadores, como dice creer, ¿por qué los tendría abriéndole la puerta de su casa? Estados Unidos precisa la inmigración porque aún es un país subpoblado y la inmigración es la clave de su progreso. El miércoles Collin Powell, quien fue el primer comandante en jefe de las Fuerzas Armadas afroamericano y luego canciller, defendió la inmigración en una columna donde recordó que, al ser ascendido al máximo cargo militar, el diario The Times, de Londres, dijo que un hijo de jamaiquinos pobres como Powell a lo sumo hubiera llegado a sargento en Inglaterra. Y la grandeza de Estados Unidos residía en esa movilidad social que en gran medida promueven los inmigrantes, quienes con su apetito de resurrección frente a la vida que dejan atrás son en promedio más estudiosos, menos delictivos y hasta más sanos y longevos que los nativos porque se cuidan más en todos los aspectos.

El antimexicanismo de Trump, además de cuestiones económicas (“quitan el trabajo a los norteamericanos”), inconscientemente se retroalimenta con una de las hipótesis geopolíticas de conflicto sobre lo que alguna vez fue el territorio de México. Los estados de Texas, Nuevo México, Arizona y California, por efecto de la inmigración, en algunas décadas más volverían a estar habitados mayoritariamente por mexicanos y, siguiendo con ese ejercicio teórico, México modificaría  su Constitución para permitir que los descendientes de mexicanos pudieran votar diputados y senadores del exterior, como lo hace Italia. Pero en ese caso, al ser la mayoría de la población mexicana, un territorio fronterizo y que ya fue de México, en lugar de tratarse de una inmigración terminaría siendo una prolongación de su patria y un corrimiento de la frontera actual a la del pasado. Las Fuerzas Armadas norteamericanas vencerían a cualquier ejército extranjero, pero en un conflicto interno los costos de militarizar su territorio serían incalculables, obligando a que la resolución de ese conflicto pudiera derivar en que América del Norte (EE.UU., Canadá y México) se transformara en algo similar a la Unión Europea, cuando además el actual México –aun con su territorio reducido– por su propio desarrollo llegara a ser una de las diez mayores economías del planeta.

Pero el verdadero problema es “el fin del sueño americano”. Y no sólo de Estados Unidos. Es un problema mundial que aumenta la procedencia  de la lucha del Papa por los más pobres. El planeta enfrenta el desafío del doble de población que hace cincuenta años y menos trabajos porque muchos de ellos ya lo hacen las computadoras y robots programados por ellas. La revolución industrial sustituyó los trabajos de fuerza gracias a la máquina a vapor. La revolución digital sustrae del trabajo humano toda tarea repetitiva. John Maynard Keynes había pronosticado que para la tercera década del siglo XXI la mayoría de los trabajos que quedarían para los seres humanos serían los de servicios que, casualmente, no son los mejor pagos. Ese es el gran desafío del capitalismo tardío: cómo hacer para que el nivel de vida no decaiga. Problema que no tiene el capitalismo en los países aún en vías de desarrollo (o en los ex países comunistas, que no tienen un punto de comparación con un Estado de bienestar anterior), donde todavía se pueden aprovechar las ventajas iniciales que genera en el desarrollo.

Eso es lo que realmente se está discutiendo en estas elecciones norteamericanas más allá de las chicanas, insultos, operaciones y demás bajezas que irán apareciendo durante las diez semanas de carrera final hasta las elecciones de noviembre, que comenzaron con la oficialización de los dos candidatos.

"Youtube Hitler Trump" en cualquier buscador muestra los videos que comparan las palabras de ambos

Por un lado, la mujer más famosa de Estados Unidos porque ocupa el centro de la escena desde hace más de 25 años y –como destaca la prensa de su país– sigue teniendo sus tarjetas de crédito con el nombre del marido. Enfrente, Trump, quien mencionó cuatro veces en su discurso de aceptación de la candidatura la frase “la ley y el orden”, e imita la estrategia electoral que le permitió ganar a Richard Nixon: “Cuando las cosas están mal, la gente quiere líderes fuertes cuya prioridad sea protegerla”. Cuando Nixon fue electo, las cosas estaban realmente mal en Estados Unidos: habían asesinado al presidente John Kennedy, a su hermano Robert, candidato a presidente, y al reverendo Martin Luther King, mientras la policía asesinaba a miembros del movimiento de autodefensa Panteras Negras, y el ejército norteamericano estaba perdiendo la guerra en Vietnam. En aquellos años, las fuerzas malignas eran las del comunismo, hoy Trump las sustituye por el extremismo islámico y la inmigración. Pero es difícil comparar: sólo en 1968, en Vietnam murieron 16.889 solados norteamericanos, de un total de 60 mil que murieron en esa guerra, y 4 millones de vietnamitas.

Hoy las encuestas sobre quién será el nuevo presidente dan resultados volátiles pero todas indican que las diferencias a favor de Hillary se extinguieron y comienzan a surgir sondeos que hasta le dan leve ventaja a Trump.  Su retórica estridente sumada a su lenguaje incisivo (basta recordar la frase “You’re fired!”: “Queda despedido”, de su reality show) y su actitud mesiánica le permitieron a Trump invertir sólo el 10% de dinero que Hillary en publicidad de campaña para alcanzar la candidatura presidencial. El espíritu apocalíptico logra siempre concitar la atención y todo populismo construye su aprobación inflando peligros.

Le ganó a Hillary en el rating,  el discurso de Trump durante la Convención republicana fue visto por 34,9 millones de televidentes mientras que el de Hillary en la Convención demócrata, por 33,8 millones. Pero en Facebook Hillary consiguió 46,5 millones de likes, post y comentarios contra 45,2 de Trump.
Paralelamente, ambos son candidatos resistidos: la imagen negativa de Trump es de 52% y la de Hillary, de 55%. Y 71% de los norteamericanos dice estar insatisfecho con las dos opciones que tiene para votar.
Final abierto como pocos, que mantendrá al mundo en vilo durante los próximos setenta días. Se vota el martes 8 de noviembre.