Hay dos formas de leer lo que pasa. La que piensa que los candidatos son determinantes y contrafácticamente cree que si Scioli hubiera hecho una interna con Randazzo en las PASO derrotando al kirchnerismo y Julián Domínguez hubiera sido el candidato a gobernador por la provincia de Buenos Aires en lugar de Aníbal Fernández, Scioli ya habría sido electo presidente en primera vuelta y Macri estaría de vacaciones en Cerdeña.
Y la que piensa que el humor de la sociedad es lo determinante más allá de los candidatos, y que no ganaron María Eugenia Vidal y los intendentes bonaerenses de Cambiemos ni tampoco Macri marcha primero en las encuestas del ballottage por ser ellos quienes son, sino porque la mayoría de la sociedad quiere algo nuevo. Y aunque Macri no saliera triunfador del debate, nada impedirá que gane la presidencia.
“Nuevo” es algo más abarcador que “cambio”: también intendentes más jóvenes del Frente para la Victoria les ganaron a otros de su mismo partido que llevaban dos décadas gobernando. El deseo de cambio puede precisar el hartazgo. El deseo de lo nuevo sólo precisa el aburrimiento. Y en la sociedad del espectáculo, donde el único pecado capital es el aburrimiento, el relato K y las cadenas nacionales de Cristina Kirchner aburren.
Es probable que Scioli tuviera más intención de voto cuando era una forma de votar en contra de Cristina sin votar a Macri que ahora, que se ha mostrado más kirchnerista que nunca y hasta se enoja. Su mimetización con el kirchnerismo parece anticipar su irritación con la sociedad por no preferirlo, como si estuviera diciendo “joróbense por elegir a Macri”.
Los terapeutas de parejas a menudo se enfrentan con que lo mismo que enamoró a un matrimonio es la causa de su divorcio. Si la genialidad de Scioli para llegar a ser el candidato del peronismo y del kirchnerismo simultáneamente fue parecer opositor dentro del Gobierno, hoy esa dualidad puede ser percibida como esquizofrénica. Síntoma que, analizado desde la perspectiva de una constelación familiar (política, en este caso), podría ser consecuencia de la “bipolaridad” de la Presidenta, quien querría que Macri perdiera pero tampoco querría del todo que Scioli ganara. ¿Algún día, alguna forma de trastorno psicológico será argumento de defensa por inimputabilidad en un juicio contra Cristina Kirchner?
Otra disyuntiva es si la mayoría de la sociedad tendrá más miedo de que Cristina continúe con poder a través de Scioli o al impacto inicial de las medidas económicas de Macri, si es que Scioli y Macri fueran significantes de “Cristina sí”, “Cristina no”.
La bipolaridad esquizofrenizante no sería sólo patrimonio del kirchnerismo. Es probable que Scioli en la presidencia pueda ser más duro y vengativo con el kirchnerismo que Macri, y que Macri sea más duro con los empresarios y las corporaciones que Scioli, en cada caso siguiendo aquello de que no hay peor astilla que la del mismo palo.
En el mundo financiero se utiliza la frase “cuando la codicia vence al miedo” para ejemplificar la situación a partir de la cual se está dispuesto a tomar más riesgo porque la promesa de ganancia también es mayor. ¿Se habrá llegado al punto, por escasez o por acumulación, en que la mayoría de los votantes prefiera correr el riesgo de apostar a las consecuencias que tendrá para sí un modelo económico distinto o, por el contrario, priorice conservar su statu quo?
Uno de los tantos ejemplos sería que una persona que sobrevive gracias a las distintas formas de ayuda del Estado aspire a conseguir un trabajo en blanco en una empresa privada con obra social.
El partido no es sólo entre dos candidatos sino entre el anhelo, el deseo y la aspiración (creerle a Macri que una Argentina mucho mejor es rápidamente posible) contra el natural instinto conservador que se expresa en decenas de metáforas que recogen la sabiduría popular, como “más vale pájaro en mano que cien volando”.
Otra forma de plantear la confrontación es entre presente y futuro. El gradualismo de Scioli no esconde el mismo diagnóstico económico de Macri, cuya consecuencia es que los sueldos quedarán por debajo de la inflación durante un tiempo. Scioli propone que sea homeopáticamente para hacer más soportables los costos, repartiéndolos “en cuotas” a través de los años pero pagando el precio de también posponer los beneficios que una economía más equilibrada traería. Y Macri propone concentrar todos los costos al inicio para anticipar la llegada de los beneficios.
Generalmente prefieren más posponer las gratificaciones a cambio de que sean mayores en el futuro quienes tienen resto para esperar. Esa es la apuesta sciolista: que ya sin el lastre de Aníbal Fernández en el mayor distrito electoral del país (ya sin la “bestia”, Scioli; y sin la “bella”, Macri) la campaña del miedo, que en la clase media pudo estar anulada por el humor y la sátira, genere efecto en la gente de menos recursos económicos y conceptuales y se traduzca en votos a su favor.
El cepo al dólar ya es una forma de intercambiar un futuro mejor por un presente mejor al aceptar que la economía crezca menos para que los costos sociales al comienzo no existan. El problema es que el futuro siempre se transforma en presente y el cepo, como la inflación, al perpetuarse en el tiempo, ya no genera las ventajas iniciales y agrega los costos del momento en que se tenga que abandonar la muleta.
Animarse a dejar una muleta, aun a cambio de caminar mejor después de un período de rehabilitación, exige un esfuerzo presente para un goce futuro que no todo el mundo puede realizar.