Nos encontramos en los diez días que separan el Año nuevo hebreo y el llamado Día del Perdón.
El Año nuevo es una especie de cumpleaños del universo ya que recuerda –en otros– el nacimiento de la primera pareja humana. Este próximo sábado (14 de septiembre) será la festividad judía del Iom Kipur (Día de la Expiación, más conocido como Día del Perdón). ¿Cuál es el secreto de la supervivencia de estas festividades durante casi tres mil años? Trataremos de dar algunas hipótesis sobre sus vigencias en épocas tan distintas y en geografías tan disímiles.
Sus orígenes podemos hallarlos en textos bíblicos. Con el paso del tiempo ha ido creciendo la enorme importancia de esta conmemoración, transformándose el Iom Kipur en el día más solemne del calendario judaico y en la fecha más respetada y observada por el judaísmo en todo el mundo.
El concepto del Iom Kipur es el de brindar la posibilidad de rectificación humana ante Dios. Confesar los errores e inconductas y expresar un sincero deseo de rectificación puede incidir favorablemente en la voluntad divina. Por otra parte, los agravios cometidos contra otras personas deben ser previamente perdonados.
Debe recordarse que el Iom Kipur no es el único día para el pedido de perdón, está precedido por cuarenta días previos de oraciones especiales. Existen tres tipos de comportamiento especialmente valorados en las costumbres de estas festividades, tanto el Año Nuevo Hebreo como del Día del Perdón. Uno es un replanteo frente a uno mismo: teshuvá=retorno a uno mismo; otro frente al Creador: tefilá= plegaria y un tercero frente a nuestros semejantes (tzedaká=caridad en sentido amplio de reparar las situaciones injustas).
Escribe el filósofo judío Emmanuel Levinas: “Jamás existimos en singular porque estamos relacionados con los seres y las cosas que nos rodean. (...) Yo no soy el otro, pero no puedo ser sin el otro”.
Como afirma en otro texto Levinas, la tragedia del hombre no procede de sus limitaciones y de la inexorabilidad de la muerte, más bien debe ser encontrada la tragedia humana en la explotación y en la injusticia, que nosotros como seres humanos producimos.
El profeta Isaías, por ejemplo, nunca se queja de la tragedia de la muerte ni de la fragilidad humana. La desdicha está en nuestra capacidad de generar injusticia que desgarra a la sociedad. El asesinato es más trágico que la muerte.
Consecuentemente con estos pensamientos, una de las ideas que expresan los rituales del Iom Kipur es la del mejoramiento moral con nuestros semejantes. El universo puede ser mejor y para ello debemos ajustar nuestro obrar a los principios éticos. Estas celebraciones tienen el propósito de reconciliarnos con el Todopoderoso y con los demás seres humanos. Son jornadas destinadas a la introspección, al olvido de los agravios sufridos y a una auténtica y profunda reconciliación.
Ayunar y abstenerse de los placeres físicos por un día –el más sagrado del judaísmo– exalta una completa sumisión del hombre al mandato espiritual y divino; es también el tiempo oportuno para repensar lo actuado y lo por actuar, teniendo siempre el mandato moral como premisa y punto de llegada.
El sentido del ayuno no implica pasividad, sino, por el contrario, actividad. De acuerdo con el texto de Isaías (Cap. 58), que se lee durante el rezo en la sinagoga, el ayuno debe tener un significado de activa solidaridad con los necesitados, los desvalidos y los desposeídos.
Nos preguntábamos al comienzo acerca de la vigencia de estas festividades durante casi tres milenios. La respuesta está, quizá, en que interpreta el sentimiento solidario de deseo de un mundo mejor, gobernado por la ética y el amor al prójimo. Aun cuando las tecnologías avancen en su desaforada carrera, estos deseos perdurarán a lo largo de los siglos.
*Presidente del Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí (Cidicsef).