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Vargas Llosa y Fondebrider

Mario Vargas Llosa en París
Mario Vargas Llosa en París | Agencia Afp

Por fin la Academia Francesa demostró su utilidad al rescatar a Vargas Llosa de las tapas de Hola, revista que lo señaló como cruel seductor de una núbil septuagenaria abundosa en mohínes de socialité y casamientos convenientes… Lo interesante del caso es que en su discurso de asunción como académico, el escritor señaló que su experiencia fundamental en la vida había sido la lectura de Madame Bovary.

Quien aun hoy crea que vale la pena leer, puede arrimarse, se lo recomiendo, a la traducción de esta novela que hace poco publicó Eterna Cadencia. Hecha con rigor y estilo por Jorge Fondebrider, agrega además una serie de notas, infinitas como la vida, pero más cortas, que vuelven al texto, además de la gran novela que es, un objeto de meditación en su cruce de aguas con distintas experiencias del saber. Sobre todo, Fondebrider realiza una operación del todo flaubertiana, restituyendo al texto la serie de elementos que forman parte del bagaje de un escritor cuando escribe, y que no necesariamente aparecen dentro de la novela cuando se publica. Son el sueño insomne, el exoesqueleto de la obra.

Lovecraft, Borges

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Más sencillamente: la última novela de Gustave Flaubert, quizá la más grande, o al menos la más vasta, y sin duda la que abre buena parte de los panoramas de la literatura contemporánea, Bouvard y Pecuchet, fue concebida por su autor como una especie de vasto fresco anti-enciclopédico, como el cierre conceptual de la ilusión del saber y el progreso iniciada por las luminarias intelectuales francesas durante el llamado Siglo de las Luces. 

Esa aniquilación de la ilusión de todo progreso humano está puesta sobre los hombros de dos copistas idiotas que atraviesan una impávida eternidad cruzando todas las esferas posibles del saber, sin entender absolutamente nada. El plan de Flaubert para su novela infinita, e interrumpida por su muerte, era el de publicar el libro, una vez concluido –¿pero cuándo, cómo?–, junto con todas las notas, apuntes, recortes, artículos y libros consultados para escribir el suyo: un universo secundario, una obra monstruosa y monumental, y quizás, finalmente, ilegible en su totalidad (como el propio mundo). El sueño secreto del verdadero secreto del escritor: la megalomanía. 

Con su traducción de Madame Bovary, más aún, con su melancólico y erudito trabajo de notas, Fondebrider realiza una operación de prótesis proteica sobre madame Bovary, trabajándolo como el sueño póstumo realizado de Flaubert, pero en otro de sus libros. ¿Qué hará cuando traduzca Bouvard y Pecuchet?