Las nuevas formas de la política son hijas de la evolución tecnológica que comunica a más personas, con más frecuencia, fomentando la autonomía de los individuos frente a cualquier autoridad, desde la familiar hasta la del Estado. En la realidad no existen separadas la nueva política y la vieja, ambas se mezclan, pero nos confundimos cuando analizamos los nuevos fenómenos con conceptos anacrónicos. Centralmente hay que superar el discurso encerrado en el “yo mismo” y aceptar la existencia de realidades distintas que se recrean permanentemente.
La relación del dirigente con la gente no puede empezar y terminar con el ego de quien “conduce”. En ese esquema la política es vertical, no reconoce a los otros, hay un caudillo que sabe y una masa que canta “qué grande sos”. El dirigente moderno no pretende manipular a la gente, sabe que eso no es posible, tiene una relación horizontal con ella, escucha y orienta sus manifestaciones espontáneas.
Autoconvocados. El martes pasado se reunieron multitudes que demandaban el allanamiento de la residencia de Cristina Fernandez. Un analista pidió que los funcionarios del Gobierno no se apropien del éxito, otro dijo que los partidos del Gobierno lo debían haber capitalizado, convocándolo, encabezándolo.
En abril de 2017 se produjo una manifestación multitudinaria en apoyo al Gobierno, la democracia y las instituciones. La concentración fue semejante a la de esta semana, firme, pacífica, se autoconvocó en rechazo a una violenta concentración encabezada por Bonafini y Baradel. Tampoco hubo líderes que la conduzcan, nadie se apropió de una movilización espontánea. En febrero de 2015, soportando una lluvia torrencial, se reunió una multitud para exigir que se investigue la muerte de Alberto Nisman. Fue una movilización semejante a las otras que mencionamos. En todos los casos no hubo un partido que las convocara, sus participantes no fueron acarreados en buses, nadie les distribuyó choripanes, ni letreros ni banderas, no fueron a escuchar discursos. Los manifestantes vibraban de emoción, tenían una profunda convicción. Llegaron por sus propios medios, sabían lo que hacían, se comportaban como querían, entraban y salían cuando querían.
Hay un dirigente peronista que recorre los medios diciendo que la gente “volvió a la política”. Si se hubiese metido en medio de cualquiera de esas movilizaciones golpeando su bombo y tratando de encaramarse en un balcón para pronunciar un discurso habría hecho el ridículo. La gente que asiste a estos eventos no va para cantar marchas, detesta la vieja política, participa de nuevas maneras en el manejo de la sociedad. Los dirigentes modernos no tratan de apropiarse de estas movilizaciones, ni de manipularlas, porque eso no está en su concepción de la política. Las acompañan, intentan expresar lo que comunica la gente con su actitud.
Este no es un fenómeno exclusivo de Argentina, ocurrió con el movimiento 132 en México en 2012, que movilizó a miles de jóvenes en contra del sistema, con el movimiento ecuatoriano de los “capariches” cuando en 2005 los jóvenes quiteños derrocaron al gobierno del coronel Lucio Gutiérrez, con los indignados de Madrid y muchos otros que se han dado en estos años. Son las movilizaciones propias de la política posinternet.
Verticalismo. En el otro extremo se ven en Argentina las manifestaciones de la política vertical en su expresión más pura. La mayoría de los asistentes va porque obedece a un puntero, que obedece a otro de mayor jerarquía, integrado en una pirámide que se llama aparato. Viven de eso. Cuando asisten ganan unos pesos, un refrigerio, mantienen un subsidio o reciben algún beneficio. A veces los canales de televisión entrevistan a sus participantes, que dicen generalmente que no saben para qué están allí, que han venido porque alguien les ordenó en el barrio. La gente llega en camiones o microbuses, les toman lista, se concentran para que un líder pronuncie un discurso defendiendo sus intereses políticos o sus negocios. Los acarreados no tienen interés en lo que dicen los dirigentes, aplauden porque para eso les trajeron.
El cierre de la campaña de Néstor Kirchner en 2009 fue emblemático de este tipo de política: hasta última hora no se supo en dónde tendría lugar la concentración, pero de pronto el Mercado Central se llenó con decenas de miles de personas que llegaron “espontáneamente” a un destino que desconocían.
Hace más de cincuenta años Joseph Napolitan dijo que esas movilizaciones por lo general no sirven para nada, pero muchos políticos gastan millones para organizarlas para chantajear a alguien y emocionarse contando cuánta gente consiguen movilizar sus punteros.
Para "controlar la calle" se necesitan barras bravas, piqueteros y agitadores
La calle y la violencia. Algunos analistas tradicionales que creen que hay que controlar la calle se preguntaban hace poco qué hará el Gobierno para recuperar el control de la calle No tomaban en cuenta que Macri nunca tuvo, ni buscó tener ese control. Para eso se necesitan herramientas incompatibles con la metodología política de su gente: habría que armar grupos de choque, contratar barras bravas, direccionar la obra para chantajear a los beneficiados para que asistan. Todo eso contradice a la política moderna, que trata de persuadir a las ciudadanos, no de apretarlos y amenazarlos.
La política antigua fue y es violenta. Cuando había un paro, algunos dirigentes sindicales enviaban a grupos de delincuentes para que atacaran a quienes no lo habían acatado. Antes, esos violentos tenían cierto prestigio porque trabajaban para los obreros, la gente obedecía y bajaba la cabeza. Actualmente, es frecuente que personas comunes, especialmente mujeres, se defiendan de los matones, los corran y suban a la Internet el ataque.
Los dirigentes modernos consideran que también sus colaboradores son un otro con ideas propias al que respetan. En el equipo que rodea a Mauricio Macri siempre existieron discrepancias fuertes que incluso generaron amistades porque se las procesó de manera civilizada. En estos días, algunos colaboradores de Néstor Kirchner y su esposa describieron el ambiente en el que trabajaban. La escena de un diplomático caído en el suelo por tres trompadas, o de Felipe Solá corrido a golpes de periódico, pintan un ambiente en el que ningún colaborador de Macri habría podido trabajar.
No son detalles menores. La condición humana de los dirigentes y de quienes trabajaban con ellos soportando un trato degradante, permiten pensar que serán capaces de ejercer la violencia en contra de otros de manera brutal. Cristina parece que no golpeaba pero es incapaz de salir de sí misma. No es consciente de que existen otros, no registra lo que pasa en la realidad. Cuando era presidenta no permitía que los empleados de la Casa Rosada y de Olivos la miraran. Tenía una relación violenta con todos. A los K les gustaba la violencia. Tenían un Batayón Militante compuesto por presos comunes, estaban rodeados de bravas bravas, financiaban grupos de piqueteros y agitadores como Quebracho. Durante su gobierno hubo en diciembre saqueos y un ambiente de angustia que no se repitió durante el actual gobierno.
Implantaron un clima de terror. El ministro Moreno concurría al directorio de una empresa con guantes de box, gritaba y amenazaba a diestra y siniestra; cuando un tambero dijo algo inconveniente, fue perseguido de inmediato. Lograron que gran parte de la población se sintiera vigilada, con miedo. El día en que asumió Macri hubo una sensación de alivio de la que hablaban muchas personas. Cuando apareció muerto Alberto Nisman, dos días antes de presentar en el Congreso su alegato en contra de Cristina, muchos creyeron que fue un crimen manejado desde el Estado. Los regímenes totalitarios son así, golpean a algunos para que el miedo doblegue a los demás y son capaces de asesinar sin escrúpulos.
Maquinaria. Según declaraciones de varios ex funcionarios, se armó una maquinaria estatal que controló la obra pública para chantajear a los empresarios y enriquecer a una familia y sus relacionados. Es un caso único en el que las empresas privadas son víctimas de una extorsión: quien no se sometía al juego podía quebrar. Los pormenores de los operativos asombran al continente. El monto del atraco es sideral, equivale a cuatro veces el préstamo que concedió al país el Fondo Monetario Universal. Salen a luz características pintorescas que incluyen a monjas cargando bolsos de dinero, aviones de la dictadura venezolana llevando cajas de dólares a Buenos Aires y al vocero extraoficial del Papa acompañando a Cristina a los tribunales. Frente a esto los relatos de García Márquez parecen pertenecer al realismo socialista.
Es cómico que los kirchneristas, que participaron de esta fiesta, quieran que en vez de hablar de esto, se averigüe cómo se financiaron las campañas de la oposición a su gobierno autoritario. En la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos encerró en diez campos de concentración a 90 mil ciudadanos norteamericanos descendientes de japoneses. Años después James Carter pidió disculpas por esta brutalidad. Si en ese momento alguien hubiese tratado de equiparar este atropello con el Holocausto para ser neutral, habría trabajado a favor de los nazis. Es cierto que había que cumplir con la 14 enmienda constitucional, pero reclamando por el atropello no se lo podía equiparar con la brutalidad hitleriana. El Gobierno debe defender la aplicación de la ley, pero también tomar en cuenta la realidad. Defender que los venezolanos no deben tener empresas offshore para que Maduro les robe sus activos suena heroico, pero es tonto. No se puede pedir a los opositores de las tiranías corruptas de América Latina de estos años que hayan presentado a las autoridades la lista de quienes los financiaron para que los persigan.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.