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INFANCIAS EN PELIGRO

Abuso sexual: declararon prescripta la causa ‘porque denunció muy tarde’

Diego Fernández se presentó en la Justicia, hace seis años, denunciando haber sido abusado sexualmente cuando era niño. Sin embargo, declararon prescripta la causa. “La Justicia es lenta e incompetente”, aseguró.

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DIEGO FERNANDEZ. “El abuso sexual no debería prescribir, porque hay personas de 60 o 70 años que recién a esa edad se animan a contar lo que les pasó” de niños. | Fino Pizarro

La historia de Diego Fernández (39 años), artista plástico y docente de Río Cuarto, salió a la luz por decisión propia. Después de la muerte de su padre, en 2009, comenzó a escribir “apuntes” que se transformaron en un libro sobre lo que había vivido cuando tenía seis años, a mediados de los ‘80, en el barrio donde transcurrió su infancia. Un vecino, devenido en entrenador de fútbol, había abusado sexualmente de él.

El libro El pasaje, 25 años después, editado en 2012, fue una especie de exorcismo de una de las experiencias más traumáticas que un niño puede atravesar. Allí, Fernández relató en detalle lo que recuerda de cuándo y cuánto sufrió, en un relato visceral que moviliza al punto de las náuseas.

En el medio de la tarea editorial, formalizó la denuncia policial-judicial contra su abusador. La justicia declaró prescripta la causa. No obstante, Hugo Daniel Argüello, alias “el Repollo” –a quien él denunció– fue condenado en 2014 en juicio abreviado por otro hecho de abuso a tres años de prisión en suspenso. Nunca estuvo preso.

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Después de mucho tiempo Fernández encontró fotos familiares donde aparece en brazos de su agresor cuando tenía dos años. “No sé desde cuándo me habrá abusado -reflexiona pensativo en la entrevista con PERFIL CORDOBA- lo recuerdo desde que tenía 6”.

“Vivíamos en un barrio común, con niños, escuela, las vías del tren, la canchita de fútbol. Armamos un equipo. Daniel Argüello, “el Repollo”, nos dirigió. Pero, además, nos seducía con caramelos, comidas en su casa. En esos encuentros había películas pornográficas. Esa fue nuestra primera escuela de lo que es educación sexual. Nos acariciaba, nos abrazaba, obviamente con otras intenciones. Muchos fuimos víctimas. Con el tiempo me cayó la ficha. En 2009 perdí a mi viejo y comencé a ver la vida de otra forma. Comencé a escribir apuntes y se los acerqué a una colega amiga, Adriana Dalmasso, profesora de filosofía. Ella me dio el empujón para la publicación del libro. Después se acercó otro amigo psicólogo. Me dijo que era una locura, me quiso cuidar”, sostiene Fernández en el inicio del diálogo con este medio.

—¿Dónde hiciste la denuncia?

—Busqué por internet un número de teléfono, de forma anónima. No quería llegar a un lugar y encontrarme con un vecino. El primero fue un número equivocado. Conseguí otro del Centro Cívico. De ahí me mandaron a la Policía. Pasé por cuatro personas. Finalmente, me tomaron la denuncia en un espacio de 3x3 metros, intermedio entre dos oficinas. Iba y venía gente mientras me hacían preguntas. Contestaba y al lado había una señora que denunciaba que le habían robado la cartera. Me pregunté qué hacía ahí y me respondí que para algo iba a servir.

—¿Diste la identidad de tu abusador?

Sí. Luego, surgió la denuncia de otro chico a quien también abusó. Por ese hecho Argüello fue condenado a tres años de prisión en suspenso porque aceptó todo. Tuvo que ir a terapia, estar alejado de niños. Fui a ese juicio. Fue muy tenso. A pesar de mi edad, se me aflojaron las piernas, me sentí un niño.

—¿Superaste lo que viviste?

—Aceptándolo. Pero todos los días lo recordás. Si se acerca un sobrino y se sienta en mi falda, me genera incomodidad, porque me recuerdan ciertas escenas. Doy clases. Trato de no estar solo con un alumno. Legalmente no es correcto, pero además yo me siento incómodo. Son secuelas que quedan.

—¿Cómo sacaste a la luz esto en el seno familiar?

Cuando estaba todo preparado para presentar el libro, me vine a Córdoba y le dije a mi hermano. Él me dio su apoyo para contar a mi familia todo esto. Nos juntamos en casa . Todos intuían algo raro. Para mi vieja fue un balde de agua fría. Les dije que seguramente se lo cruzarían (al abusador) en la calle porque vive a 50 metros. Les pedí por favor que no le hicieran nada, porque iban a tirar a la basura dos años de trabajo.

—¿Cómo reaccionó Argüello después de la denuncia pública?

—Es un psicótico. Antes de entrar a la sala en el juicio se reía, estaba relajado, seguramente porque el abogado le había dicho que saldría caminando. Así fue, salió caminando. Nunca estuvo detenido aunque, en el día a día, mucha gente de Río Cuarto lo condenó socialmente.

—¿Alguien te criticó o no te creyó?

— No. Porque hice una denuncia judicial y, automáticamente, después aparecieron muchos casos.

—¿Qué pensás de este momento que se vive en el país de exponer casos de abusos?

—Argentina se debía desde hace mucho tiempo este debate. El Congreso no va al ritmo de la sociedad y los jueces están en otra realidad. Deberían cambiar leyes. Es un delito que no debería prescribir porque hay personas de 60 o 70 años que recién a esa edad se animan a contar lo que les pasó a los 15. Son traumas que tardan muchos años en poder ser contados.

—¿Qué significa para un hombre hacer una denuncia de que fue abusado?

—No me sentí incómodo. Sé lo que soy como persona. Me dijeron que iba a estar expuesto, pero con ese tipo de pensamiento nadie haría una denuncia. Es alto el porcentaje de mujeres y niños abusados. Estoy indignado con la Justicia que tenemos, es muy lenta, incompetente. Quizás falta presupuesto, o se tendrá que cambiar la mentalidad de jueces, abogados y fiscales.

 

 

UN PARADIGMA QUE MIRE A LAS VÍCTIMAS

Por María Raquel Martínez - Asesora en Violencia Familiar

En 2015 se admitió el cómputo diferenciado de la prescripción para las acciones penales que surgen del Abuso Sexual Infantil, entendiendo que, en estos casos, opera no como una garantía para la seguridad jurídica, sino con el efecto contrario, asegurando la impunidad para los agresores sexuales. Así, se instaló un importante avance en la protección de los derechos de mujeres y niños, honrando los compromisos internacionales que exigen actuar diligentemente en la protección de víctimas.

Diego no pudo nunca, por el dolor y la vergüenza que le provocaba, siquiera verbalizar su pedido de auxilio, hasta que la adultez le proporcionó el valor suficiente para pedir justicia, movilizado, sobre todo, por ver que su agresor se paseaba tranquilamente, llevando de la mano a otros pequeños víctimas como él.

Diego es, en la actualidad, docente y reconocido artista plástico. Pero en mi estima es, por sobre todo, un ser valiente, un sobreviviente de un horror tan íntimo y visceral que no se nombra, de un huracán tan devastador que muchos niños no logran salir nunca. En palabras de autorizada doctrina, de un “disparo en la personalidad”.

En palabras de Diego: “ Vuelvo a ser un niño cuando lo veo”. La historia de Diego me inspiró a pensar que existe un paso más, indispensable: es necesario que los Tribunales reconozcan, en cada caso concreto, la retroactividad de la ley penal más benigna para las víctimas de este delito, cambiando el paradigma del garantismo en un eje de significación que proteja a los más débiles dentro del proceso penal que, en este caso, son las víctimas.

En Argentina ya existe la primera sentencia (*) que aplica la equiparación de derechos de las víctimas de ASI, en un caso de características similares al de Diego; la suya sigue esperando una resolución favorable en los Tribunales de la ciudad de Río Cuarto, donde vive y trabaja.

Mientras tanto, él sigue produciendo belleza, pintando, esculpiendo, enseñando en la escuela y sanando su dolor a través del arte y del amor. Su fuego arde con una fuerza enorme, avasalladora, impulso vital, abriéndose paso a través del espanto, buscando desesperadamente vida. Y esperando, después de tantos años, nada menos que justicia. 


(*) Cámara Nacional de Casación Penal, Sala IV, “A., J. s/Recurso de Casación”, Causa N° CCC 191/2012/CFC1, Sentencia dictada el 22 de Marzo de 2016.