El siglo 20 nos dejó un mundo con muchas preguntas y pocas certezas. Por cada cuestión política se trazaron sólidas líneas que nos obligaron a quedarnos de un lado o del otro: Estado o mercado, público o privado, crecimiento económico o estabilidad de precios, obras públicas o administraciones honestas. Se dieron tantas idas y venidas, vueltas en círculo, cambios de marcha y de dirección que los argentinos nos olvidamos a dónde íbamos y de dónde veníamos.
Nos encontramos varados en el centro de un laberinto, sin mapa ni brújula, casi sin provisiones, y enemistados entre nosotros, encallados sin poder movernos. Pero podemos salir de ahí. Para dejar atrás nuestro estancamiento tenemos que ser capaces de volver a mirarnos a los ojos. Recuperar el diálogo, reconocer errores y aceptar diferencias.
Por cada grieta que encontremos tender un puente. Por cada muro, una escalera. Por cada rencor, un gesto de concordia. El que viene es un tiempo de encuentro. Pero dejar atrás no es olvidar, es conocer y aceptar la historia de nuestro pueblo. Es corregir los vicios y enaltecer los valores que construyeron esta nación: el amor por la libertad, la fraternidad, la defensa de la vida y la construcción de familias fuertes y trabajadoras. Es avanzar hacia un futuro más próspero. Y en ese avanzar el peor error que podemos cometer es perder nuestra identidad porque quedamos, una vez más, sin rumbo.
Necesitamos un Estado transparente que rinda cuentas a todos sus ciudadanos, que no asfixie pero que marque un rumbo claro. Que acompañe a los que producen, proteja a los vulnerables y garantice el acceso a un trabajo digno para todos. También necesitamos empresarios, profesionales y trabajadores dispuestos a aportar su experiencia y capacidad.
No es o lo público o lo privado, es mediante la interacción y el trabajo codo a codo de todos los sectores que este país volverá a ponerse de pie. Al tener definido el modelo de estado que queremos construir, la historia será otra.
Si las pujas disminuyen su intensidad podremos plantear un proyecto sostenible, en el que cada argentino tenga su rol y nadie quede en las “periferias existenciales” de las que habla el Papa Francisco. En ese país, nuestra querida Córdoba tendrá un rol estratégico como motor productivo y propulsora de esta nueva etapa.
Estoy convencido de que todo esto es posible. Solo resta arremangarnos y dar respuestas nuevas y creativas a las preguntas de siempre, porque como planteó hace ya una pila de años nuestro poeta Leopoldo Marechal: de todo laberinto se sale por arriba.