Diego Fonti es licenciado en Filosofía y escritor. Entre sus libros se cuentan Morir en la era de la técnica y Residuos Humanos. Acompañado por la también filósofa Cristina Donda y la activista feminista María Teresa Bosio, presentó el viernes pasado Apostasías, lo que queda para la religión en el laicismo democrático.
Bosio, que se define como mujer, católica y disidente -tres cuestiones difíciles de congeniar- señaló que el libro le aportó muchas argumentaciones a la hora de defender su posición desde esa identidad que construye junto a Católicas por el derecho a decidir: “Me ayudó a comprender cómo las religiones y las instituciones que las representan juegan el juego en lo político y en lo social y no desde una perspectiva de creencia, fe y espiritualidad”.
El libro da cuenta de cómo se reconfigura la religión cristiana en Occidente en el marco de la modernidad y pone de relieve la tensión por la pérdida de poder a manos de la ciencia.
La filósofa Cristina Donda hizo referencia a las jornadas de apostasías colectivas, en el marco del fallo en contra de la ley de legalización del aborto el año pasado y señaló que un diario daba cuenta en ese momento que para la iglesia no existe trámite que anule la
condición de católico otorgada por el bautismo, que establece una alianza que no puede ser revertida. Y agregó que la apostasía colectiva se convierte en una forma de decirle al Estado que legisle por fuera de las creencias y las presiones de la iglesia.
En tal sentido, remarcó que el texto de Fonti introduce al lector en una especie de genealogía de la iglesia católica: “Presenta una detallada genealogía de las diferentes formas que fue adoptando y a través de las cuales se fue desarrollando. Las esferas de la ciencia moderna y la política que se separan, que devienen autónomas y le quitan a la religión su rol de marco y sostén de una visión unificada del mundo. Muestra las peripecias de transformación de los contenidos religiosos y los efectos de verdad a qué dio lugar”.
El escritor aborda los sentidos y reclamos que originaron esa apostasía para reconstruir cuáles serían los criterios para una práctica argumentativa legítima de la ciudadanía, religiosa o no, a la hora de formular afirmaciones y normas públicamente relevantes y vinculantes.
El interés que lo motivó a abordar este libro tuvo mucho que ver con las luchas de las mujeres: “Yo quedé muy conmovido el año pasado, me pareció que fue un año notable en la lucha de las mujeres, que develó mucha cuestión crítica pero también hipócrita. Escuchaba los discursos -de poca calidad- de los diversos legisladores y pensaba que como sociedad nos merecíamos más; más allá de las posiciones. Uno de los logros de la modernidad es la libertad de conciencia y la posibilidad de expresar esta libertad de conciencia como parte de nuestra identidad”.
Entonces le pareció necesario pensar cómo en una sociedad moderna todos tenemos el derecho -y el deber- de expresarnos, pero sabiendo que vivimos entre extraños morales: “Somos personas que convivimos a partir de diferentes cosmovisiones, creencias, opciones de vida, opciones sexuales”.
Así, lo de la apostasía se torna un detonante, un síntoma de algo que ha llegado a su punto de ebullición, y Fonti ensaya respuestas para comprender cuál es la gran anomalía que hace que tanta gente sufra a partir de una tradición que se supone tiene que ir en contra del sufrimiento, una tradición que hace daño y genera pobreza justo cuando decía que tenía que ir en contra del daño y la pobreza.
“Mucha gente ve que eso que era su marco hermenéutico le hace daño, pero la oferta de la modernidad y el avance de la ciencia como solución a todos sus males es una falsa promesa. La gente siempre busca algún tipo de valor simbólico. Hay un malestar general en la cultura porque toda la matriz simbólica que nos permitía enfrentar la muerte, la angustia, la finitud ya no da más”.