El FMI fue creado en julio de 1944 en la conferencia de Bretton Woods para estabilizar el sistema monetario mundial, previniendo que una eventual guerra de monedas paralizara el comercio global.
Entre 1958 y 2022, Argentina firmó 22 acuerdos: una relación en la que es notorio el fracaso de ambas partes. Es vano reportar sobre la mala praxis económica de los gobiernos argentinos, pero sí bucear la razón por la cual el Fondo nos ha asistido con montos que comenzaron representando un 0,5% de nuestro PBI y que hoy están cerca del 10%. Ha otorgado préstamos crecientes a un incumplidor de sus obligaciones y de los propios acuerdos con el mismo Fondo.
Luego del Rodrigazo (julio de 1975), la economía argentina entró en recesión. Al borde del default, el gobierno se vio obligado en octubre a firmar un acuerdo con el Fondo, el primero de un gobierno peronista. Hoy, el falso mago peronista, a cargo de economía, se aferra al FMI mientras el oficialismo y la izquierda lo maldicen.
Lo virtuoso y perverso de Bretton Woods. Lo bueno del “acuerdo” fue que restauró el patrón oro, la paridad fija de la moneda de referencia (el dólar) se fijó en US$ 35 la onza troy de oro. El resto de las monedas cotizarían en una relación fijada con aquel por cada país. Los créditos serían para evitar las devaluaciones bruscas que alteraran el comercio. Lo malo es que la doctrina burocrática del FMI fue diseñada por John Maynard Keynes y Harry Dexter White. El primero, un británico defensor de la intervención pública directa en materia de gasto para cubrir el déficit de la demanda agregada. El segundo, un americano director del Departamento del Tesoro, admirador de la economía socialista soviética. En 1971, Richard Nixon suspendió la convertibilidad del dólar ya que debido al déficit estadounidense de la balanza de pagos el stock de dólares superaba a la existencia de oro.
Los estatistas Keynes y Dexter White no previeron la posibilidad de que el dólar se tornara inconvertible; el esquema monetario, que era la razón de ser del FMI, colapsó. Éste se debería haber disuelto y sustituido por un nuevo organismo que surgiera de un nuevo acuerdo global. En el reinvento del FMI, como prestamista último, está la razón de la asistencia financiera blanda a países con dificultades o sea los más desordenados fiscalmente. Son los que prometen saneamientos que raramente cumplen.
La culpa es del FMI. Una de las banderas esgrimidas por la izquierda argentina es que la deuda con el Fondo es fraudulenta, que asfixia a la población, que la condena al hambre y que causa varias desgracias más. Los avezados economistas siniestros no advierten que los recursos provienen de los contribuyentes de los países desarrollados (Estados Unidos, por ejemplo) que son los que financian al Fondo. Sin los dólares del FMI, el desequilibrio derivado del distribucionismo kirchnerista, ya habría causado un colapso total.
Maldito es el Fondo para los contribuyentes americanos y argentinos y no para los progre subsidiados, para los cuales es bendito.
Similitud. Ese tormentoso 1975, citado ex profeso, es parecido a este 2023: en un clima enrarecido, un gobierno atontado cambiaba ministros ortodoxos por heterodoxos y viceversa. La izquierda oficialista estaba en la oposición armada, los sindicatos en huelga o imponiendo ministros de economía y hasta el 21 de julio los Caballeros de la Orden del Fuego estuvieron en el poder. En ese clima brumoso, incierto e inflacionario, el peronismo se aferró al FMI, pese a que los revisores del Fondo debían dormir en Montevideo por su seguridad.