Se llamaba Felipe V y era el rey más poderoso de su tiempo. Se decía que en sus tierras nunca se ponía el sol. Y era cierto. Es que en el Imperio Español de 1700 podía caer la noche en Madrid pero en sus colonias en Filipinas, en Asia, el sol estaba brillando, firme hasta agobiante, en lo alto. Felipe dominaba casi toda América, parte de África y había sido coronado apenas con 17 años.
Por eso, para demostrar quizás que era ya un hombre, emprendió guerras en las que se destacó por su bravura en batalla. Y además, se hizo famoso desde esa temprana edad por su incansable afición a unas verdaderas maratones sexuales dado que en tiempos sin guerra, las jóvenes de la Corte Imperial a él no le daban paz. Lo llamaban ‘El Insaciable’ o ‘El Animoso’. Y es que él realmente lo era. Su afrodisíaco secreto era una mezcla de canela, miel y un raro vino dulce traído de las colonias. Era el llamado Vino del Rey o Lagrimilla Dorada, llamado así porque si bien predisponía a Su Majestad para aguantar a pie firme los embates de tantas doncellas españolas, francesas e italianas que deseaban tener un hijo con él, era tan fuerte que lograba arrancar siempre algunas lágrimas apenas se lo tomaba.
Ese vino fue el primero que llegó desde América a una Corte Europea. Y allí causó un verdadero impacto. Su origen eran unas viñas lejanas. El Lagrimilla de Oro se hacía en una antigua y extensa estancia que tenía 48.000 plantas de vid y que producía 12.000 litros de ese vino dulce al año, abasteciendo tanto a las mesas de los más acaudalados como a las iglesias más humildes. Cuando esa orden religiosa fue expulsada de América, esas viñas decayeron y el interés por la producción de tan codiciada bebida disminuyó hasta casi desaparecer.
Pero la llegada, siglos más tarde, de colonos del Friuli (Italia), maestros legendarios de la producción del vino, volvió a hacer reverdecer esta industria y mejorar aún mucho más. La vitivinicultura de esta verde y fértil zona colonial, en 1700, abastecía sobre todo al Colegio Máximo y a la ya por entonces famosa Universidad de la gran ciudad cercana. Y, con el aporte italiano, en la actualidad sigue obteniendo incontables premios en concursos de la industria etílica bajo el nombre La Caroyense, incluso produciendo aún el mítico vino La Lagrimilla.
El lugar y sus instalaciones, incluyendo bodegas, depósitos, capilla y todos los ambientes que hacían de esas extensas fincas una verdadera ciudad en miniatura, todavía están en perfectas condiciones y es Patrimonio Cultural de la Humanidad.
En el año 1700, el vino de moda en la más sofisticada Corte Real de Europa no era de Francia, no venía de California ni de Italia sino de un viñedo ubicado casi en el fin del mundo, en la magnífica Estancia Jesuítica Jesús María, esa que está sobre el Camino Real a Cuzco, a 50 kilómetros al norte de Córdoba y que hoy por hoy pasó a ser un deber visitar.
(*) Autor de cinco novelas históricas bestsellers llamadas saga África.