“Imaginate que el Estado no puede resolver dónde ubicar a una mamá que tiene cuatro hijos (tres mujeres y un varón) que duermen en una misma cama, que no tienen ni agua ni luz, que están en una situación de tremenda vulnerabilidad. ¿Cuál es la muralla defensiva frente al virus? Y esa es una foto nada más de la situación que se vive acá”.
El relato es del padre Héctor Lascano, quien desde hace 20 años trabaja en Ferreyra, un barrio ubicado al sudeste de la ciudad (Camino Interfábricas) en el que la precarización laboral y el subtrabajo se muestran con mayor crudeza frente a las recomendaciones sanitarias para enfrentar al COVID-19.
Lejos de querer caer en la dicotomía que busca poner al trabajo en un extremo y a la vida en otro, la realidad es que la pandemia vino a graficar las asimetrías de una pobreza que ya existe y que es mucho más profunda en estas zonas perimetrales.
“Es obvio que no se puede homogeneizar una respuesta en torno a cómo se territorializa la cuarentena, pero a medida que se prolonga y pese al voluntarismo los recursos se van acabando. Y esto sucede desde el día cero, porque se plantea el quedate en casa, pero ¿en qué casa? Entonces, ese concepto que quiere privilegiar la salud o la vida en función de otras variables en algunos hogares es más factible que se cumpla y en otros ya falla desde el comienzo. Y cuanto más te alejás del centro más se ve esto”, explica.
En el mismo sentido, advierte que la sanitarización también es muy precaria: “Cómo pensar prácticas de cuidado, que por cierto están muy bien, en sitios como estos. El mandato es lavarte las manos pero hay gente, por ejemplo, que a tres cuadras de la escuela, del dispensario o de la iglesia, no tienen agua”.
Trabajo comunitario, clave. Aplicando estrategias de sobrevivencia consistentes en mantener lo poco que se tiene y de cuidarlo como oro en polvo, la cuestión laboral marca el ABC de los grupos familiares. Pero a medida que pasa el tiempo, la capacidad de resiliencia de las familias es cada vez menor, sobre todo en estos barrios donde la fuente laboral es la más precarizada:
“Acá la gente no tiene un respaldo bancario; incluso hasta las asistencias y subsidios que se anticiparon a fines de marzo todavía no tienen fechas de cobro”, detalla.
En ese sentido, el trabajo comunitario juega un rol fundamental frente a un Estado que aparece cada tanto con acciones acotadas: “Los trabajos comunitarios aquí se juegan un poco en función de si ya había o no redes territoriales. En Ferreyra, tener una red territorial nos permitió atravesar crisis como las del 2001 y otras debacles. Si hay esa estructura te tienes que pelear con el Estado, que quiere estar presente pero que muestra muchas improlijidades y acciones muy acotadas. Entonces, lo único que aparece aquí son estas redes, que en tiempos de tempestades son valiosísimas”.
Así, los centros de salud barriales, equipos técnicos que a veces son unipersonales porque han sido desmembrados y programas que se cortan se suman a una compleja realidad.
“Los Comité de Emergencia provincial y municipal sin duda se dan cuenta de lo grave de la situación pero tampoco idealizamos la respuesta por parte del Estado. Sus tiempos siempre han sido lentos y la respuesta viene siendo por goteo. Hasta el día de hoy no hay una insinuación de respuesta y tampoco sabemos cómo será en caso de que llegue”, acota.
Al calor de la pandemia, aparece un tipo de fuerza colectiva que empieza a ganar terreno y son las organizaciones en el territorio -donde las mujeres juegan un rol fundamental- las que se están poniendo al hombro el hambre: “Lo que se ve en la calle es el ‘ollaje’. Ese peregrinar con la olla individual hacia la olla grande, donde se cocina el arroz. Vos salís y ves esas ollas a mitad de calle. Y son las mujeres las que cocinan, las que buscan, las que se mueven”.
Para finalizar, Lascano reflexiona sobre lo que significa quedarse en casa, sobre todo, para las mujeres: “Un dato que no es menor, es que el Polo de la Mujer está saturado y el aumento de casos será proporcional a la prolongación de la cuarentena. Porque es quedarse en casa con el agresor.
Uno puede pensar en si estas situaciones se previeron; y esa será una conversación para otro momento, porque ahora hay que apagar el incendio.
Pero a la hora de declarar una cuarentena hay que ver si se pensó cómo implementar estrategias de políticas públicas para estas cuestiones. Y es ahí donde revalido la posibilidad de estos trabajos en territorio”.