El segundo semestre no aparece. Los números no cierran, los brotes verdes siguen sin despuntar y la gente no tiene muy claro si realmente lo peor ya pasó. Las redes sociales atrapan por igual críticas feroces y apoyos incondicionales. Hay grieta. ¿Pura coincidencia? Parecido a la realidad.
Con posturas bien diferentes –mientras uno se resiste a volver al fondo, el otro proclama su inminente reinserción en el mercado internacional– Belgrano y Talleres afrontan sus propias “turbulencias”. Los siete puntos que sumaron en las seis primeras fechas de la Superliga están lejos de una cosecha record: apenas el 38% por ciento. Insuficiente como para pensar en volver a salir al exterior, en el caso del equipo de barrio Jardín. Y por el lado del Pirata, con el agravante de la devaluación que implica la conversión a milésimas en la pizarra caliente de los promedios.
¿Hay que preocuparse? Algunos indicadores hacen presagiar “meses difíciles”, también adentro de la cancha. El fútbol y la política suelen parecerse demasiado. La realidad, muchas veces, convierte en sutiles las diferencias entre la dinámica de lo impensado y el arte de lo impredecible.
¿Es lo que hay?
Orden institucional, previsibilidad, finanzas saneadas, obras que están hechas, a medio hacer o que no se sabe si alguna vez se harán. Los dirigentes de Belgrano y Talleres se jactan de esos logros, mientras los hinchas hacen malabares con la calculadora para saber si dan las cuentas (pagar cuotas sociales y abonos, sostener ilusiones o al menos evitar cargadas).
La austeridad fue un denominador común en el último mercado de pases: mientras la “T” apeló a la lógica de “vender para traer refuerzos”, la “B” eligió seguir reposando en los buenos oficios de Christian Bragarnik, el representante de moda en el fútbol argentino. “Un hombre que entiende el negocio”, según la definición de Armando Pérez, capitán del barco pirata.
En Córdoba, Bragarnik embocó dos pájaros de un tiro: en la misma semana alojó a Lucas Bernardi en el Gigante y mudó a Juan Pablo Vojvoda a La Boutique. Los dos DT hoy están en la mira de los simpatizantes. Sus equipos deambulan por la Superliga como puedan, muy cambiantes y sin identidad. De un lado extrañan la estabilidad de los tiempos de Ricardo Zielinski (para colmo, “el Ruso” hace un “campañón” con Atlético Tucumán), y del otro añoran a Frank Darío Kudelka, el señor de los ascensos, de flojo y cuestionado presente en Universidad de Chile.
De arco a arco
César Rigamonti y Guido Herrera se han transformado en los pilares de los equipos cordobeses de la máxima divisional de la AFA. Ambos juegan de arqueros, y ese no es un dato menor. Les ha tocado lidiar con los delanteros más mentados de nuestras canchas y también con sus propias defensas.
Belgrano extraña a Cristian Lemma, un jugador rústico y limitado pero con presencia en las dos áreas. Olivarez, Menosse y/o Martínez (el orden de los factores no altera el producto) no logran disimular aquella ausencia en una defensa donde sólo Guidara sobresale de la chatura del resto. Léase Luna, Quiroga, Alanís… y siguen las firmas. Talleres no se queda atrás en la última línea, donde “Leo” Godoy y Quintana parecen haber perdido sus encantos, el peruano Araujo disimula carencias con experiencia, Gandolfi sufre con sus “nanas” y la salida de Olaza –el enésimo emigrante a Boca– es un problema sin solución.
A los dos mediocampos les falta chispa (demasiada intermitencia en Brunetta y Ramírez) y les sobra entrega. De hecho, los hombres que guían al resto desde ese sector de la cancha se llaman Lértora y Guiñazú. ¿Arriba? Algo de Suárez, otro poco de Junior Arias, un cachito de Balboa y algún que otro desborde de Mauro Ortiz. Las indefiniciones tácticas de los entrenadores tampoco contribuyen demasiado a la hora de potenciar las individualidades.
Vamos los pibes
El caso de Guidara representa una excepción en el más alto nivel del fútbol cordobés, más allá de las declamadas políticas de promoción de las divisiones menores. Belgrano y Talleres ya han cosechado logros en los torneos juveniles afistas, pero hay una parte del proceso inconclusa.
“Hay que valorar que hubo muchos pibes en la cancha”, destacó Vojvoda luego del 1-1 ante Vélez. Se refería a Nahuel Bustos, Cristian Ojeda, Fernando Juárez y Mauro Valiente, quienes fueron convocados todos juntos, y de golpe, para tratar de disimular las defecciones de otros que llegaron con más expectativas y costos, como el estadounidense Joel Soñora, el venezolano Samuel Sosa y el colombiano Diego Valoyes, a quien todavía no se le conoce la gambeta.
En barrio Jardín no se olvidan fácilmente de Palacios, Menéndez y Reynoso, y tampoco de Silva y Pisano, quienes supuestamente iban a disimular aquellas ventas que, siete meses después, aún no cierran. Tomás Attis y Fabricio Brener, en la “B”, siguen esperando por una chance que vaya más allá de una contingencia. Mientras tanto, Valentín Barbero se destaca cada fin de semana en los partidos de reserva. ¿No le alcanza con eso para pelearle un lugar a Lugo, Aguirre, Rodríguez o Sequeira?
Lo que viene
El clásico está a la vuelta de la esquina. Talleres y Belgrano volverán a verse las caras el próximo fin de semana, y será por los puntos. Con una actualidad diferente a la del campeonato pasado, en el que ambos pugnaron hasta último momento por clasificarse a una copa internacional. Aquella vez la “T” llegó a la Libertadores y la “B” se quedó en las puertas de la Sudamericana.
Hoy los objetivos asoman más austeros. En el caso de los albiazules, que la falta de una idea de juego no termine siendo un “cepo” para los dólares que promete la vuelta al ruedo internacional. Por el lado de los celestes, que el capital no se deprecie tanto con la movida cambiaria (puntos por milésimas) y así logre evitarse el default deportivo.