En principio, es importante aclarar que pese al esfuerzo sin precedentes de innumerables grupos de investigación alrededor del mundo, una vacuna segura, eficiente y accesible contra el SARS-CoV-2 no está aún garantizada.
Primero, por que solo conocemos estudios parciales y limitados sobre las vacunas que están en fase de experimentación en humanos, que son aquellas que han recibido mayor financiamiento por gobiernos y empresas farmacéuticas.
Segundo, pese a los resultados esperanzadores que las vacunas promocionadas puedan ofrecernos, la aceptabilidad de la población a vacunarse en estas condiciones podría ser escasa y con ello favorecer a grupos “antivacunas” que, sin conocimientos sólidos de la importancia de las mismas en nuestra propia supervivencia, harían menguar su aceptación por la sociedad en su conjunto.
Pese a los más intensos meses de la historia de la humanidad en relación con intentos de generar, probar adecuadamente y escalar la producción de vacunas contra el Covid-19, hay que ser muy cautelosos a la hora de definir políticas públicas basadas en el hecho de que existirá una vacuna segura, eficiente, aceptable por la población y accesible para los estados que pueda ser utilizada en el corto plazo.
Ante ello, se deberían diseñar estrategias de cuidado de la población basadas en información confiable y transparente para la toma de medidas sanitarias y, sobre todo, para garantizar la educación y el consenso de la sociedad.
Para esto es imprescindible que las disposiciones se definan teniendo en cuenta no solo la opinión de “expertos”, quienes nunca antes se han enfrentado a una situación similar por lo que nunca podrían tener experiencia en la gestión de la misma, sino fundamentalmente de los verdaderos “científicos”, quienes son quienes están formados para encontrar soluciones innovadoras a problemas nunca antes vistos.
Para el Estado argentino, un investigador científico-tecnológico “es aquel que posee el título de Doctor (título máximo, de cuarto nivel) y que publica el resultado de sus investigaciones en revistas científicas con control de pares de reconocido prestigio internacional”.
Lamentablemente los estados, en todos sus niveles, desprecian el aporte investigador científico-tecnológico argentino, y peor aún en épocas en que sus aportes podrían brindar las soluciones necesarias.
Ante la incertidumbre sobre si tendremos alguna vacuna contra el Covid-19, de cuándo estarán disponibles, si las podremos pagar, si confiaremos en la misma, etc., se hace vital diseñar un camino que, privilegiando la salud de la población, permita sobrellevar los “efectos secundarios” causados por la pandemia con decisiones coherentes, basadas en hechos y no en especulaciones, informando honestamente a la sociedad y asegurando la libertad de las personas.
La incoherencia y la injusticia de protocolos desacertados puede hacer que se pierda el consenso social necesario para sobrellevar esta crisis unidos, que de hecho está ocurriendo, llenando de angustia a muchos argentinos.
Necesitamos repensar lo que estamos haciendo. Ahora más que nunca, la ciencia tiene un papel fundamental frente a los vendedores de humo, las noticias falsas y las teorías conspirativas.
La ciencia debe ser tenida en cuenta para aportar la claridad imprescindible que necesitamos para avanzar como sociedad.
El conocimiento científico y la educación de calidad nos muestran opciones, a veces diferentes, a veces contrapuestas, pero al final siempre nos brindan alternativas para elegir críticamente la que mejor nos beneficie como país. En definitiva, la ciencia nos debería ayudar a vivir más libres y, en todo sentido, más sanos.
Hugo Luján es doctor, investigador Superior del Conicet. Profesor Titular. Facultad de Ciencias de la Salud. Universidad Católica de Córdoba (UCC). Director del Centro de Investigación y Desarrollo en Inmunología y Enfermedades Infecciosas (Conicet/ UCC)