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CóRDOBA
HUMAHUACA

LOS COLORES DE LA QUEBRADA

TUMBAYA, MAIMARÁ, PURMAMARCA Y TILCARA, UNA SUCESIÓN DE PUEBLOS JUJEÑOS, QUE GUARDAN TESOROS ANCESTRALES, COLONIALES Y CULTURALES.

Quebrada de Humahuaca
POSTAL JUJEÑA. Con el fondo del cerro de los 7 colores, se despliegan las artesanías típicas de mantas, aguayos y las coloridas tulmas. | CEDOC PERFIL

Desde San Salvador de Jujuy, la ruta nacional 9 transita por la yunga y corre paralela al río Grande. Luego de unos 40 kilómetros, deja atrás el verde profundo de la selva y descubre los ocres y rojizos de la quebrada.

Es una amplia grieta rodeada de altas montañas que puede alcanzar alturas desde los 500 hasta los 4.000 metros, con paisajes únicos que albergan fortalezas de los pueblos originarios, cavernas prehistóricas, arquitecturas y huellas que cuentan la evolución humana por miles de años.

El río Grande es un tajo que atraviesa la quebrada. A veces recto, como un corte certero de cuchillo; otras, caracoleando como si el pulso temblara. Cauce casi seco gran parte del año, se despierta con furia con el deshielo y baña de vida las pequeñas fincas de verduras que alimentan los pueblos que crecen a su lado. Esos pequeños sembrados, son manchones verdes brillantes, que salpican la monotonía de tonos del entorno.

Esos pueblos se van sucediendo a la orilla del camino. Uno de los primeros es Tumbaya, que tiene una bella iglesia en su patrimonio, que es también Monumento Histórico Nacional. En su interior conserva pinturas de la escuela cuzqueña y valiosas piezas de orfebrería y desde allí parte la procesión de Semana Santa, una de las fiestas religiosas más importantes del noroeste.

Más adelante está Maimará, donde las montañas y su variedad de minerales conforman la fantástica Paleta de Pintor, un primer acercamiento a la variedad de tonalidades que nos sorprenden a lo largo del camino.

Si hay algo que llama la atención en la quebrada, son los cementerios. Siempre están en el punto más alto del pueblo y, en el caso de Maimará, a la vera de la ruta. Demorarse un rato en recorrerlo es acercarse a las costumbres de los quebradeños. Tumbas de formas variadas, llenas de ofrendas a los muertos, entre las que no faltan los ‘vicios’ (cigarrillos, chicha y cerveza) y cientos de flores naturales disecadas llenas de color que, como dicen ellos, “duran toda la muerte”.

Purmamarca.

Unos 15 km. más adelante, nos desviamos a la izquierda por la ruta 52 para descubrir, cuatro kilómetros más adelante, una de las joyas de la quebrada, Purmamarca, que nos recibe y nos asombra. Recostado en el bellísimo y famoso Cerro de los 7 colores, es uno de los pueblos que supo conservar el espíritu colonial en sus pocas manzanas.

Siete colores en la montaña e infinidad de colores en sus artesanías. Desde la mañana hasta el atardecer, se despliegan pequeños mostradores alrededor de la plaza, llenos de mantas, abrigos, aguayos y las coloridas ‘tulmas’, pompones de lana de oveja que usan para embellecer las trenzas, las casas y hasta las llamas.

Purmamarca tiene una hermosa iglesia, blanca de cal por fuera y con carpinterías de cardón y pinturas cuzqueñas en su interior. A su lado y ofreciéndole una necesaria sombra, un algarrobo varias veces centenario bajo el cual descansó Manuel Belgrano con sus tropas. A pocos pasos el antiguo Cabildo, el más pequeño de todos los que siguen en pie en el país.

Para despedirse de este bello lugar, hay que hacer honor al desafío de recorrer a pie el paseo de Los Colorados, rodeando el cerro de los Siete Colores y en panorámica el pueblo. 

Desde Purmamarca iniciamos el camino hacia la Cuesta de Lipán, dispuestos a dejar atrás los colores y descubrir el blanco infinito de las Salinas Grandes, una de las mayores del mundo. Para llegar a su corazón, los ojos del salar, es necesario contratar un guía aborigen que nos acompañe en el trayecto.

Tilcara.

Volviendo a Purmamarca y retomando la ruta 9, aparece otro de los pueblos preferidos por los turistas: Tilcara. El pueblo está custodiado por el Pucará, la fortaleza construida por los indígenas omaguacas hace más de 900 años. Con sus increíbles vistas de la quebrada, porque está situado en lo más alto, hoy sus ruinas arqueológicas son un paseo obligado.

Tilcara es el pueblo que presenta más actividad en el día y en la noche. Agrupa una cantidad de lugares para comer, peñas, museos y una feria artesanal en la plaza principal. Caminando por sus calles de estrechas veredas, es difícil no dejarse tentar con las tortillas recién asadas y rellenas de queso de cabra y tomate que venden las cholas a viva voz.   

Si de excursión se trata, se puede caminar junto a una caravana de llamas que nos internan en los cerros por caminos abiertos hace miles de años o hacer un trekking hasta la Garganta del Diablo, donde si se tiene suerte y hay suficiente agua, es posible disfrutar de una hermosa cascada para refrescarse luego del esfuerzo.

El último pueblo que visitamos en este viaje es Humahuaca, el mayor asentamiento entre Jujuy y la frontera con Bolivia. Allí predomina la población de origen quechua. Las calles del pueblo son angostas y empedradas. Muchas de las casas aún son de adobe y presentan una arquitectura muy pura. Desde Humahuaca es imperdible hacer el camino que lo separa de la Serranía de Hornocal y deleitarse, al atardecer, de los 14 colores de sus cerros.

Humahuaca es también, el punto de partida para visitar Iruya, en Salta. Pero ese, es otro trayecto que recorreremos juntos más adelante.