Dueño de un bajo perfil y una modestia poco usual, Norberto Puzzolo habla de la experiencia colectiva que marcó el futuro de sus obras artísticas y hace especial hincapié en que esta muestra es su propio relato y puede diferir del de otros compañeros y compañeras.
Sucede que Tucumán Arde no fue una obra meramente contemplativa, sino que instaló la discusión y el debate en el marco de un contexto histórico de ebullición -la guerra de Vietnam, la Cuba revolucionaria, el reciente mayo francés- que influenció a los movimientos de vanguardia de la época. La obra documentó y expuso el cierre de 11 ingenios azucareros con su consecuente monopolio a la vez que desenmascaró la complicidad de los medios de comunicación.
Inaugurada en noviembre de 1968 en la CGT de los Argentinos de Rosario, fue visitada por miles de personas. El más joven de los artistas integrantes de esta vanguardia, recuerda junto a PERFIL Córdoba su paso por esta acción colectiva, a cincuenta años de su realización.
—¿Cuál es el eje del trabajo de esta muestra?
—Tiene que ver con cómo ve un hombre de 70 años lo que pasó entre sus 15 y sus 20. La intención -y ojalá eso se vea en el trabajo- es de mucho respeto a esos compañeros porque no fue un trabajo individual. En el video soy yo quien habla y cuenta sus recuerdos; y como son mis recuerdos pongo entre paréntesis (creo) en el nombre de la muestra. Es un guiño a Borges también, porque así comienza Funes, el Memorioso: Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzado...
—¿Cómo se gestó Tucumán Arde?
—A través de una búsqueda vinculada a qué podía hacer un grupo de artistas para aportar a las luchas que se venían desarrollando con los estudiantes, trabajadores, profesionales.
—¿Sentís que esta experiencia marcó el resto de tu obra?
—Así como Freud dice que los primeros años de vida lo marcan a uno, creo que mis primeros años de vida en el arte fueron esos. Yo no tengo formación académica; por entonces había empezado el taller de (Juan) Grela, y conocí a un grupo de artistas allí, a los que me incorporé; ese creo que fue el lugar donde empezó a gestarse Tucumán Arde. Por otro lado, estuve desde mis 20 a mis 35 años sin trabajar en arte.
—¿Por qué?
—Después de Tucumán me fui al servicio militar. Mis obras siguientes fueron con la llegada de la democracia. Y si bien creo que la vida no es una línea recta sino que es sinuosa y tiene vaivenes, considero que uno en la medida de lo posible debe colocarse en un andarivel, no andar a los bandazos. Y creo que mi obra siempre ha tenido algún tipo de coherencia. He trabajado mucho en lo que no quiero que se vea, más que en lo que quiero mostrar. La obra es polisémica, tiene muchas lecturas, marcadas por el saber del que mira, de su cultura, de su experiencia. Siempre me preocupó más lo que yo quería que el otro no viese, que lo que viese, porque esto último es siempre una construcción a través de sus saberes. Una de mis obras (Los unos y los otros) muestra un bosque muy grande con unos humos que se están apagando. Y por supuesto que eso tiene que ver con cuestiones sociales pero también conmigo, por mi edad. Sin embargo, se acercó una chica joven y me dijo “pero un fuego que se está apagando, viene un viento y lo enciende”. Yo proponía una especie de ocaso, de extinción y ella hizo esa lectura, que a mí me pareció muy interesante. Ahí la polisemia de la que te hablaba. Por otro lado, siempre me ha gustado trabajar con la metáfora: prefiero que cada uno pueda ver a través de su propia experiencia.
—En todos tus trabajos hay un compromiso político y social muy fuerte, ¿de dónde te viene eso?
—Creo que puede ser de la experiencia de Tucumán... De todos modos, el arte tiene dos contras muy grandes: una es el fetichismo que conlleva y otra, que termina siempre siendo absorbido por la institución.
—Incluso los movimientos de vanguardia...
-Sí. Cuando decíamos que el arte había muerto, hablábamos de la muerte del arte como mercancía, porque este estaba en la calle. Por eso hice esa obra con la platea que mira a la calle (NdelE: Las sillas, obra con la que abrió el Ciclo de Arte Experimental en mayo de 1968). Por supuesto, el tiempo termina absorbiendo todo. En una época hacíamos obra que nadie podría querer comprar, llevarse a su casa...
—Como cuando expusiste La línea...
—Claro. ¿Quién podría querer comprarla? (NdelE: en el marco de El Arte por el Aire, realizada en 1967 en Mar del Plata, Puzzolo colocó una tanza colgada desde el techo hasta el piso, que representaba levedad y ligereza).
—Nadie.
—Y sin embargo está en una colección extranjera. ¿Por qué? Por el fetichismo y porque creo que el arte en un punto -y hablo desde la pura ignorancia-, se emparenta con la antropología: qué se hizo en determinada época, qué fue lo que ocurrió.
—Alguna vez dijiste que encontrabas en lo colectivo un motor creativo muy fuerte, más que lo individual...
—Y lo sostengo. A finales del '82 cuando retomé el trabajo me costaba mucho estar solo en mi estudio, al punto que hay mucho autorretrato muy fragmentado, muy roto. Por eso insisto en que uno es uno en la doble acepción de la palabra: uno como unicidad y uno como persona. Yo sufrí mucho la falta de sinergia que produce un grupo. Pero además, es retomar algo que en este país, durante la dicta dura nos estuvo vedado: nos acostumbraron a estar solos, no se podía ni caminar en grupo. Era el individualismo extremo.
—Formaste parte del Instituto Di Tella y luego rompiste. ¿Por qué?
—El Di Tella auspiciaba el Ciclo de Arte Experimental. Cuando el ciclo se estaba desarrollando, empezamos a tirar ideas sobre lo de Tucumán; había un grupo con ideas más formales y otro con el que empezamos a pensar algo más conceptual. Estaba en boga la teoría de la comunicación de Marshall McLuhan (el medio es el mensaje) y surgió esa idea de la sobreinformación. Pero en ese interín nos enfrentamos porque pensábamos que el Di Tella era una avanzada del imperialismo, entonces rompimos no solo con el Di Tella sino con todas las instituciones. Se votó devolver el dinero al director del Instituto -en ese momento, Jorge Romero Brest-. Y lo hicimos un día que Amigos del Arte, una institución muy conservadora, lo convoca a Romero Brest para que dé una charla sobre el arte de vanguardia. Nosotros asaltamos esa conferencia, cortamos la luz, leímos una proclama muy encendida, le devolvimos el dinero y Romero, que era un tipo muy inteligente, se paró y dijo: “Yo vine a hablar de vanguardia, esta es la vanguardia”.
—Recuerdo (creo) es una mirada retrospectiva a aquella época, ¿Encontrás hoy en el arte esa efervescencia que se respiraba entonces?
—Me pone en un compromiso muy grande esa pregunta, porque sería como juzgar a otra gente, a chicos jóvenes; yo creo que hay de todo. Veo grupos haciendo talleres con chicos de las villas, por ejemplo. Pero no existe un espejo; los '60 eran los '60 y hoy es hoy. Creo que hay otras circunstancias, otras realidades. Y siempre es una decisión de cada uno qué es lo que hace o deja de hacer con su trabajo. En nuestro caso, en aquella época, lo que quisimos hacer fue lo que creímos que se podía hacer en ese momento para colaborar en esa lucha.
—¿En qué estás hoy?
—Con esta muestra, que se pensó para Córdoba, pero que expusimos primero en Rosario y ahora acá y que surgió con la curaduría de Adriana Lauría, que se cargó al hombro la exposición. Tengo una serie de fotos que nunca expuse y en las que sigo trabajando pero nunca termino. Si surge exponerlas, lo haré. Y estoy trabajando también en una serie de videos, con Lisandro Puzzolo, mi hijo.-
OBRA. La serie ‘Changuito cañero’ forma parte de Recuerdo (creo), la muestra que se expone hasta el 10 de marzo en el Palacio Dionisi.