“Por recomendación médica, el 9 de enero dejé de consumir los alimentos de la Canasta Básica Alimentaria, porque se dispararon más allá de lo recomendable mis triglicéridos; esto puede ocurrir por grasas de carnes o, en mi caso, por harinas”, dice Martín Maldonado, el investigador del Conicet que está frente al proyecto que desde septiembre se dio a la tarea de testear los alimentos de la canasta encargada de medir en Argentina los índices de pobreza e indigencia.
Maldonado fue el último en “bajarse” (al tercer mes de consumir estos alimentos, se apartaron dos voluntarias, quienes sufrieron trastornos en su salud), aunque remarca que el proyecto sigue tal como estaba previsto.
El experimento se lleva a cabo durante seis meses -de septiembre a marzo-, a través de un protocolo de investigación, regulado por profesionales de la salud.
“Esta primera etapa incluye tres grupos de voluntarios: el primero (tres personas) consumimos los alimentos de la Canasta Básica Alimentaria (CBA), el segundo (cuatro voluntarios) consumen las Guías Alimentarias de la Población Argentina (GAPA) y un tercer grupo de dos personas de control. Los del primer grupo tuvimos que dejar debido a que tenemos médicos que nos controlan y apenas vemos un atisbo de posibilidad de daño en la salud abandonamos, pero el resto culminará en marzo. Cuando ellos terminen, empezará otro con nueve nuevos voluntarios más: tres consumirán CBA, dos se alimentarán con GAPA y cuatro serán el grupo de control”, detalla el investigador del Conicet.
Si bien los voluntarios GAPA también bajaron de peso, están más que saludables (ver más abajo). “Hay dos formas de bajar de peso, una es desnutrirse y la otra es alimentarte sanamente. Yo bajé seis kilos y me estoy sintiendo muy mal. Uno de los GAPA bajó 8 kilos y se está sintiendo súper bien”, precisa Maldonado.
Objetivos. Los investigadores persiguen dos objetivos, por un lado, abolir la Canasta Básica Alimentaria como parámetro principal de medición de la pobreza y la indigencia y reemplazarla por las GAPA. Y, por otro, ir hacia una medición multidimensional.
Los dos propósitos repercutirán de manera directa en los números de pobreza e indigencia que arroja el Indec en sus mediciones. “Esto no le conviene a nadie porque si se aplica lo que nosotros sostenemos, van a tener que reconocer que hay muchos más pobres de los que se dice”, explica Maldonado.
El investigador señala como problema central lo obsoleto de la canasta, que se basa en un listado de 58 productos alimenticios para establecer la línea que determina pobreza e indigencia: “Ellos dicen que un adulto varón de 30 a 59 años necesita 5.403 pesos (para una mujer el monto es de 4.133 pesos) y lo multiplican por una familia tipo, de cuatro personas. Así establecen la línea de indigencia (15.584 pesos). Luego multiplican por 2.5 para obtener la línea de pobreza, que para una familia es de 38.960 pesos. Es decir que el número inicial es el costo de la canasta y todo lo otro son multiplicaciones”, detalla.
Con base en estos números, el Estado sostiene que una familia tipo tiene que pagar alquiler, servicios, impuestos, educación, salud, vestimenta, esparcimiento, transporte, entre otros, con 38.960 pesos.
Obsoleta y poco nutritiva. El proyecto revela que la lista de alimentos además de ser obsoleta no es nutritiva porque contiene altas cantidades de papa, arroz y fideos (alimentos muy baratos) y poca -o nula- cantidad de lácteos, legumbres, frutas y verduras.
Por eso buscan que se reemplace por las GAPA, que tiene consideraciones generales para la salud. “Lo que pasa es que si pusiéramos las GAPA como línea de medición de pobreza o indigencia, ambas líneas se elevarían siguiendo el costo de esta canasta y la cantidad de pobres e indigentes sería mucho más alta. Si bien no podemos aventurar un número exacto, sí sabemos que las líneas subirían”.
MARTÍN MALDONADO. El doctor en Ciencias Políticas e investigador del Conicet lidera el proyecto que, por primera vez en 30 años, testea los alimentos de la Canasta Básica Alimentaria en nuestro país.
Una decisión política. Con mucha repercusión mediática (incluso tiene su programa de televisión en Canal 10) el proyecto logró -gracias a la iniciativa de Martín Fresneda y Daniel Passerini- ser declarado de interés por la Legislatura de Córdoba y sumarse al Consejo Federal Argentina contra el Hambre. “Estuvimos el miércoles pasado en una mesa de nutrición, donde se está elaborando un listado de alimentos saludables para fomentar su consumo a través de la tarjeta Alimentar”.
El diagnóstico, señala, es que si se le entregan cinco mil pesos a una familia que se alimenta mal -por las razones que fuesen- es probable que siga alimentándose de la misma manera. “Entonces, además del efectivo, va a haber un conjunto de acciones pedagógicas y de acompañamiento para fomentar la producción local, el compre local, la compra de alimentos sustentables y recetas de cocina. Eso se está gestando en la mesa de nutrición del Consejo contra el Hambre del que ya formamos parte".
Multidimensional. “Acá hay dos problemas, uno es político y tiene que ver con quién le pone el cascabel al gato y reconoce muchos más pobres; el otro es de estadística pública, porque si cambiás el modo de medir, perdés comparación hacia atrás. Las dos mediciones oficiales de la Argentina -la de indigencia y pobreza y la del NBI (Necesidades Básicas Insatisfechas, que se mide con el Censo)- son conceptualmente de la década del 70 y miden la pobreza como carencia material”, agrega Maldonado.
La medición de pobreza multidimensional existe desde hace mucho y países como México y Chile ya la utilizan. En nuestro país, solo la Universidad Católica Argentina (UCA), tiene un programa llamado Encuesta sobre la Deuda Social Argentina, que toma parámetros para medir la pobreza en esos términos.
“Esas mediciones incorporan conceptos vinculados al acceso a derechos, como lo son un medioambiente sano, vivienda digna, empleo en blanco, educación de calidad, bienestar general, equidad de género, participación política, cantidad y calidad del uso del tiempo libre, etc., que son cosas muy distintas”, explica Maldonado.
Aunque las autoridades encargadas de llevar adelante las políticas públicas no se han hecho eco del estudio, los resultados del proyecto Czekalinski están siendo actualizados en la página web www.proyectoczekalinski.com.
“Más que hacer públicos los resultados y que las autoridades quieran tomarlos, no podemos. Nosotros hacemos ciencia. Que lo tome quien lo tome”, finaliza el director del proyecto.
PROYECTO CZEKALINSKI. El nombre del proyecto está inspirado en una tapa de Life, la revista que en noviembre de 1951 publicó una foto de la familia Czekalinski, posando al lado de una tonelada y media de alimentos, que consumirían durante todo un año.
Sin financiación gubernamental
En su totalidad, el proyecto cuesta cinco millones y medio de pesos pero no cuenta con apoyo de ningún ente gubernamental. “Financiamos todo con canjes institucionales y con donaciones particulares. Ya tenemos más de 80 donantes particulares que todos los meses aportan y hemos juntado unos 400.000 pesos”, detalla Maldonado.
Los interesados en colaborar con el proyecto, pueden hacerlo a través de la página web www.donaronline.org, Proyecto Czekalinski.
VOLUNTARIA GAPA
“Me siento muy bien y mantengo el peso en parámetros saludables”
Alejandra Celi (47) es nutricionista y directora de la Escuela de Nutrición de la UNC. Vive con su hijo de 14 años y participa desde hace cuatro meses como voluntaria en el proyecto Czekalinski, dentro del grupo que durante seis meses se alimenta según las recomendaciones de las Guías Alimentarias para la Población Argentina (GAPA).
“Sumarme a esta iniciativa fue en principio la conjunción de motivaciones; desde lo disciplinar el enfoque de la inseguridad alimentaria, vulnerabilidad, pobreza es un compromiso y una preocupación y también desde lo personal", destaca.
"Se suma a esta decisión el hecho de que estoy ejerciendo la profesión en lo asistencial para personas con enfermedades crónicas que deben realizar particulares cuidados alimentarios que forman parte de su hacer cotidiano, en este caso fue de algún modo ponerme en el lugar de significar esa práctica”, explica.
Durante la experiencia en el tiempo que lleva consumiendo estos alimentos, Celi remarca que se ha encontrado con distintas situaciones en relación con la disponibilidad de los alimentos: “La diversidad de opciones disponibles me ha permitido una amplia elección de verduras, pescado) y restando frecuencia de consumo de algunos otros (productos de pastelería, golosinas, algunas bebidas)”.
En cuanto al impacto en términos de salud, la nutricionista sostiene que se siente muy bien: “Los marcadores objetivos que se han tomado como registro al inicio y al término de los primeros meses del estudio así lo muestran: mantengo el peso en parámetros saludables como así también los valores de colesterol, triglicéridos y otros que se han registrado en sangre”, señala.
Finalmente, Celi destaca la importancia de ser parte de procesos constructivos tendientes a incidir en lo que nos duele: la pobreza y su contexto en Argentina, desde la ciencia y la divulgación.