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ANÁLISIS Y PERSPECTIVA

Ratzinger: ¿teólogo conservador, o liberal?

Jürgen Habermas lo llamó “amigo de la razón” y Vargas Llosa lo consideró “el más culto de los papas que ha tenido la Iglesia”. Fue un teólogo especialmente dotado e inteligente. Eludiré enfrentar el análisis de su legado doctrinario. Sería temerario e irrespetuoso.

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Francisco y Benedicto XVI. | CEDOC PERFIL

El gradual paso de progresista a conservador comenzó con su arzobispado de Munich, en 1977. Advirtió, entonces, con lucidez, que la autocrítica excesiva tendía a la autodestrucción de la Iglesia. En ese camino condenó la “Teología de la Liberación”, influída por el marxismo.

Aceptó ser Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, heredera del Santo Oficio y la “Santa Inquisición”; en vez de la función tradicional de controlador de teólogos, se fijó otro objetivo prioritario: el de de promover la sana doctrina para dar nuevas energías a los anunciadores del Evangelio. En resumen, su propósito fue proveer un nuevo enfoque creativo para exponer la tradicional doctrina cristiana.

El pontificado. Sus encíclicas, beatificaciones, canonizaciones, exhortaciones apostólicas y acciones para la unidad cristiana, destacaron un ejercicio papal digno de un erudito de aparente fragilidad y gran fortaleza intelectual.

En mi opinión, como punto cumbre de su mensaje pontificio no pastoral, debe destacarse su discurso ante el Bundestag, en 2011, con brillantes pasajes sobre razón, derecho y ecología. Entre múltiples conceptos valiosos, descollan los siguientes:

“Un Estado que no respeta el derecho es una gran banda de forajidos”; “Hitler (el ídolo pagano), pisoteó el derecho y el Estado alemán se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho”; “El cristianismo trajo una superación del estado teocrático, ya que nunca impuso al Estado un derecho revelado, situando las verdaderas fuentes del derecho en la naturaleza y la razón”; “La importancia de la ecología es hoy indiscutible: debemos escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder coherentemente”.

Ratzinger y Tocqueville. Al igual que el ideólogo del liberalismo, el teutón sostuvo que aunque las estructuras democráticas son instrumentos necesarios, no son suficientes para lo que la democracia necesita. El Vizconde señaló, al igual que Ratzinger, el papel complementario de las estructuras y los valores ético- religiosos.

El bávaro escribió: “Alexis de Tocqueville ha demostrado de manera concluyente que la democracia depende mucho más de las costumbres que de las instituciones. Cuando no existe una persuasión común, las instituciones no encuentran nada a lo que aferrarse, y la coerción se convierte en una necesidad. La libertad presupone convicción, educación y conciencia moral”.

Por lo tanto, la democracia y sus necesarias instituciones de gobierno dependen fundamentalmente de la capacidad de cada persona para percibir la verdad moral. Este poder de la conciencia informada y educada es, en definitiva, la garantía última contra las tiranías. No es sorprendente que Ratzinger subraye la necesidad de la educación en la verdad moral como esencial para la democracia. La enseñanza, independiente de la conciencia personal, es la garantía de un gobierno limitado.

Mientras habitó en el Vaticano, con posterioridad a su renuncia al papado en 2013, viví con la certeza, de que, pese a su bajo perfil, el “papa emérito” frenaba a los libertinos; desde su muerte, el falso progresismo tendrá menos obstáculos.

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