Tan pronto el Ejército Rojo hubo de capturar Berlín, a comienzos de mayo de 1945, el mandamás
de la URSS, Joseph Stalin, se propuso hacer caja con la victoria . Uno de los temas que más lo obsesionaba era el retraso tecnológico de su Fuerza Aérea, claramente inferior a la alemana durante toda la Segunda Guerra Mundial y, obviamente, a las de los aliados occidentales.
Por esta razón, y al igual que estadounidenses y británicos, Stalin se propuso contratar (o secuestrar, si fuera necesario) a científicos alemanes para que colaborasen en la modernización de la aviación militar soviética, entre otros sectores estratégicos.
De entre una gran cantidad de prospectos, sus servicios de inteligencia se habían enfocado en dos especialistas de gran prestigio: el ingeniero Kurt Tank y el doctor Eugen Sänger. Decidió encomendar la tarea de reclutarlos al coronel Gregory Tokaev, un experto en tecnologías de propulsión a chorro que hablaba un fluido alemán.
En su libro ‘Comrade X’ –publicado en Londres en 1956, luego de su deserción de la URSS– Tokaev consigna que, en abril de 1947, fue convocado a una reunión del Politburó en Moscú. Stalin quería evaluar con él la marcha del programa de desarrollo de misiles y del armamento aéreo en general en el plenario del comité político del gobierno. Tan pronto Tokaev traspuso las puertas de la sala de reuniones, Stalin, que estaba de pie, se acercó a saludarlo. Luego tomó un voluminoso informe mecanografiado que se encontraba próximo al cenicero donde apoyaba su pipa.
—“Camarada Tokaev, ¿qué sabe de esto?”
—Era una copia del dossier que había publicado en 1944 en Berlín el Dr. Eugen Sänger respecto a la posibilidad de construir un bombardero suborbital de largo alcance, impulsado por cohetes, una investigación encomendada por el Tercer Reich. Tokaev conocía de aquel trabajo y lo explicó didácticamente por 45 minutos. La teoría de Sänger señalaba que un aparato de ese tipo sería capaz de ascender hasta las capas más altas de la atmósfera y, desde allí, lanzarse sobre el blanco sin que el enemigo pudiera interceptarlo, gracias a su vertiginosa velocidad y las enormes altitudes logradas. Ciudades aparentemente inalcanzables desde Europa como San Francisco, Washington o Nueva York quedarían, de tal modo, dentro de su radio de acción en poco más de una hora. El rostro de Stalin, que todavía no tenía ni la bomba atómica ni bombarderos de largo alcance, se iluminó repentinamente.
—“¡Consigan a Sänger! ¡Y a Kurt Tank!”
—En los meses siguientes Tokaev se concentró en lograrlo, pero sus esfuerzos fueron en balde. Sänger no pudo ser localizado y Tank, después de una serie de frustrantes negociaciones, decidió trabajar para Juan Domingo Perón en la Argentina.
En 1996, medio siglo después de aquellos sucesos, otro presidente argentino, Carlos Menem, aseguraba ante escolares de Tartagal, en la provincia de Salta, que “dentro de poco tiempo se va a licitar un sistema de vuelos espaciales, mediante el cual desde una plataforma, que quizá se instale en Córdoba, esas naves van a salir de la atmósfera, se van a remontar a la estratósfera, y desde ahí elegirán el lugar donde quieran ir, de tal forma que en una hora y media podremos estar en Japón, Corea o en cualquier parte del mundo”.
Aquel discurso, que muchos consideraron de ciencia ficción e impropio de un primer mandatario, fue motivo de infinitas ironías y chanzas maliciosas, transformándose, en los hechos, en uno de los primeros virales de la política argentina. Es un hecho que, sin conocer de las teorías de Sänger ni el interés de Stalin en bombarderos suborbitales como antecedentes de sus dichos, Menem debió soportar, entre otros menos pintorescos, el sambenito de los viajes estratosféricos como una prueba más de su temeraria ligereza o, menos sutilmente, de su lisa y llana ignorancia respecto a temas de envergadura técnica.
Hubo que esperar casi 25 años para que, finalmente, se hiciera justicia con aquellos vaticinios. A finales de septiembre del año pasado, el excéntrico multimillonario Elon Musk –fundador de Pay Pal y de la compañías Tesla y Space X– propuso utilizar la estratósfera para unir cualquier parte del mundo en una hora. El concepto es el mismo: un poderoso cohete que despega de la superficie terrestre hasta alcanzar las capas superiores de la atmósfera (en donde no existe resistencia del aire) para, desde allí, allí dirigirse a su destino a una velocidad de 27.000 km/h. Fiel a su estilo, Musk bautizó a tal artefacto como BFR, siglas de ‘Big Fucking Rocket’ o, en español, ‘Cohete Jodidamente Grande’.
¿Será esta una ensoñación entre tantas del hombre que quiere llevar humanos a Marte en sus naves espaciales? Tal vez, pero debe concederse que Musk es alguien que a menudo hace realidad sus sueños. En la actualidad, y gracias a un programa de colaboración con el sector privado, la NASA utiliza los vectores de Space X para trasladar carga y astronautas hacia el espacio. Musk ha logrado la proeza de reutilizar sus cohetes Falcon y, en la actualidad, su futurista cápsula espacial Dragon es el único vehículo a disposición de la agencia espacial estadounidense para sus vuelos tripulados.
Los políticos suelen decir, a modo de coartada, que la historia les dará la razón, especialmente cuando se encuentran en medio de polémicas o fuertes transformaciones. A una semana de su fallecimiento, puede que aquella, efectivamente y en este punto, se encuentre del lado del expresidente. A juzgar por los planes de Musk, no falta mucho para comprobarlo.
(*) Licenciado en Ciencia Política y escritor.