El COVID -19 puso al mundo -tal cual lo conocemos- de cabeza e hizo tambalear todas las estructuras existentes.
En poco menos de un mes, la voz de filósofos e intelectuales se hizo oír haciendo predicciones sobre el futuro que nos espera una vez levantada la barrers del aislamiento.
Pero, ¿puede la filosofía dar respuestas a lo que va a venir? Algunos pensadores presagian un futuro sin capitalismo, en el que las sociedades confluirán en un mundo más humano; otros, en que la desigualdad se profundizará irremediablemente.
En Córdoba, la doctora en filosofía y magíster en Ética Aplicada María Clemencia Jugo Beltrán, el licenciado y doctor en Filosofía Diego Fonti y la profesora de Ciencias Sociales de la UNC e investigadora de Conicet Andrea Torrano brindan una mirada integradora sobre la situación actual.
La exclusión en tiempos de pandemia. “En tiempos aciagos afloran las diversas pandemias que padecemos: la marginalidad económica y social, el poder ejercido como violencia,la explotación de personas y de pueblos y el uso indiscriminado de la naturaleza. Y si bien esta pandemia específica no ha respetado jerarquías ni fronteras, no deja de mostrar la debilidad ética de nuestro sistema político y económico”, señala Jugo Beltrán.
Para la filósofa, el individualismo y el atomismo social se expresan en la anomia y la inseguridad generalizada, en la desprotección y la marginalidad económica a la que los pueblos de América Latina han sido condenados por la globalización del capitalismo de mercado, con la complicidad de grupos e intereses internos, como ha sucedido siempre en los procesos de colonización.
“Cuando escuchamos las recomendaciones de higiene,de quedarnos en casa o de no viajar en el transporte público, nos pasa inadvertido que en los conglomerados urbanos y en el interior de nuestro país, se demarcan espacios de exclusión, por poco invivibles, sin olvidar las cárceles y otros ‘depósitos’ de personas. Cómo pedir el cuidado, el aislamiento voluntario y la higiene a grupos humanos que no tienen agua corriente ni cloacas o que viven hacinados en pequeñas habitaciones y con patios y fogones comunes”, agrega.
Haciendo hincapié en que la marginalidad no es solo económica y social sino cultural y ética, explica que “en las vidas humanas que existen fuera de condiciones de sostenimiento y desprotegidas de los marcos legales determinados por el poder, se agudizan las posibilidades de enfermedad y de muerte como consecuencia de su invisibilidad”.
Por esta razón, continúa, si queremos iluminar algún cambio de las actuales condiciones, no son las comprensiones atomistas de lo social las capaces de hacernos reflexionar sobre el individualismo, indiferente de nuestras sociedades neoliberales y capitalistas, sino aquellas que comprenden al hombre como un ser constitutivamente solidario, y al lenguaje como dialógico y abierto a la integración universal.
Pensar respuestas integradoras. Para Fonti, quien además es docente de la UCC y de la UNC, hay que tener especial cuidado en no extralimitarse y caer en afirmaciones que son más expresiones de deseo. “Hemos escuchado numerosas explicaciones y predicciones en este acontecimiento que ha roto nuestra normalidad. Las preguntas básicas de la filosofía -qué podemos saber, qué debemos hacer y qué nos es dado esperar- reaparecen, junto con respuestas a veces extralimitadas. Muchas son proyecciones de deseos, algo que no está mal siempre que se tengan claros los límites”, sostiene.
El filósofo propone entonces revisar algunos aportes de la bioética. “El mundo antiguo entendía que las leyes de la naturaleza eran la base de la moral. La modernidad separó esos ámbitos, mostrando que no se podía saltar de lo que describimos del mundo a cómo debemos actuar, y que esto habíamos de decidirlo autónomamente. Luego reconocimos que el ‘objetivismo’ de la ciencia está, por un lado, cargado de supuestos, y por otro, que esa separación nos llevó a entender al mundo como un objeto disponible y manipulable”.
Pero estos logros tuvieron consecuencias trágicas para la vida e incrementaron también nuestra vulnerabilidad. “Vemos cómo el vínculo de naturaleza, tecnologías, política y salud hoy es indisoluble: el esparcimiento del virus se multiplicó por nuestros medios de transporte; el daño se ahondó entre los sectores más débiles; los aprovechamientos de los recursos tecnocientíficos no fueron igualitarios. Por eso, una comprensión limitada del caso (como por ejemplo limitarse a la vacuna) impediría abordar las complejas y dañinas estructuras sociales, culturales y económicas que contribuyeron a este estado de cosas”, detalla.
Fonti afirma que hay que pensar respuestas integradoras: “Hemos visto los severos límites que tiene cierta noción de autonomía (el derecho a tomar decisiones sobre el propio cuerpo y persona) cuando no la pensamos desde una idea integral de justicia. Cuando la libertad se concibe en clave de posesiones privadas -de objetos o conocimientos- y las decisiones se entienden solo en vistas de las consecuencias sobre sí y no sobre otros seres -personales o no- y otros tiempos -el futuro sin nosotros-, entonces se pierde de vista la cualidad de justicia en tanto responsabilidad por los efectos. Esa perspectiva es imprescindible para toda decisión política que atienda ese entramado solidario de la comunidad de lo viviente de la que somos parte”.
Virus, riesgo y protección. “La ‘política ficción’ -como le gusta llamar a Donna Haraway a la política- que estamos viviendo nos ofrece una oportunidad única para repensar la gestión neoliberal que precariza nuestros cuerpos y la explotación de la vida en general. Porque el virus nos enferma, pero lo que mata es el capitalismo”, dispara Torrano al tiempo que da cuenta de las estrategias que han tomado la mayoría de los gobiernos para no interrumpir la maquinaria económica y su consecuente contagio masivo simultáneo.
“Hoy se encuentran frente a la decisión sobre quiénes merecen vivir y quiénes serán abandonados a su suerte. Otros, como el nuestro, propusieron de manera temprana el aislamiento preventivo obligatorio para frenar la propagación del virus y preparar a los sistemas de salud públicos devastados”, precisa.
Para Torrano nos encontramos frente a una administración de la vida (biopolítica), pero mientras que en el primer caso se trata de conservar la vida de algunos a expensas de la muerte de otros, acá se ha intentado extender las barreras de esa protección (una biopolítica popular); porque el virus nos iguala en el riesgo, pero nos diferencia en la protección.
“Aislamiento, ayudas sociales, prohibición de despidos, congelamiento de alquileres, son algunas de las medidas que intentan preservar nuestra vida. Porque el virus no solo amenaza la salud sino a nuestra existencia. A pesar de estas medidas, miles de vidas siguen expuestas a las violencias del capitalismo patriarcal: el confinamiento para muchas mujeres es una trampa mortal, niñes encerrades con sus agresores, intensificación de las tareas de cuidado no pagas, asfixia de quienes viven en condiciones de hacinamiento, el teletrabajo que invade aún más la totalidad del día, producción y captura permanente de datos a través de las redes, bombardeo mediático y publicitario; y, para quienes no pueden mantener el encierro, continuación del trabajo sobreprecarizado, vigilancia y control de los movimientos, hostigamiento policial y criminalización vecinal. El virus no interrumpe la vida cotidiana y sus violencias, sino que la continúa e intensifica”, señala.
Para finalizar, advierte que la pandemia nos revela que la vida no está contenida en nuestros cuerpos y de allí la vulnerabilidad de la existencia (y, también, la potencia de nuestra vida en común). “La vida es -tomando prestada una noción de Gilbert Simondon lo transindividual, lo que está entre nosotres. Nos coloca frente al cuidado de lo común. Es nuestra oportunidad de escuchar a los feminismos, a los pueblos indígenas y africanos, y a los movimientos LGTTBIQ+, que hace tiempo ya, expuestos desde siempre a formas extremas de precariedad, saben que la vida solo es en común”, sostiene.