Lunes 21. Después de semanas de tensión creciente y acusaciones cruzadas entre Moscú y diversas capitales de Occidente, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, anuncia el reconocimiento formal de su país a las autoproclamadas “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk, en el extremo oriental del territorio de Ucrania. En la justificación de ese aval independentista, el jefe del Kremlin alude a la “agresión” que sufren de parte de las autoridades de Kiev los habitantes de esas provincias del Este, de mayoría pro-rusa, donde ocho años atrás se celebraron referendos que Ucrania desconoció y fueron el preludio de una guerra que dejó más de 14 mil muertos en la región del Donbás.
Un día después del anuncio, que muchos interpretaron como la ruptura de los acuerdos de Minsk o el inicio de una invasión al vecino occidental, Putin insiste en que el reconocimiento a Donetsk y Lugansk solo persigue proteger a la población del Donbás, mucho más ligada cultural y políticamente a Rusia que al resto de Ucrania. Sin embargo, se empeña en aclarar que no hay intento de ocupación ni de anexionar territorios, como sí ocurrió con la península de Crimea, tras un referéndum también en 2014.
Apenas horas más tarde, Putin comunica que ha ordenado operaciones contra “objetivos militares” y niega que se trate de una “invasión” en distintas partes de Ucrania. La caída de las primeras bombas refuta como falaces los discursos y confirma los peores presagios y advertencias: otra guerra ha comenzado.
Para entonces, a casi todo el mundo le queda claro que el teatro de operaciones del conflicto es Ucrania, pero lo que se disputa es la reconfiguración de un tablero geopolítico global, donde la Rusia postsoviética que recuperó autoestima interna y peso internacional de la mano del autócrata ex agente de la KGB, libra su partida contra una Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan) lanzada a expandir una vez más su influencia hacia Oriente. Unos esgrimen la invasión como legítima defensa. Los otros la denuncian como agresión imperialista.
Tragedia repetida. Lo cierto es que Europa vuelve a convertirse en un campo de batalla. Pero no es la primera vez que ocurre tras la Segunda Guerra Mundial, como se repitió una y otra vez en distintos portales y medios audiovisuales. La Guerra de los Balcanes, que en la última década del siglo 20 desangró y partió en pedazos a Yugoslavia, puede ser un espejo donde muchos de quienes hoy levantan un dedo acusador y se arrogan la razón queden expuestos.
Los “ataques quirúrgicos” que se anticipaban esta semana desde Moscú y que pondrían en teoría a salvo a la población civil quedan al desnudo ante imágenes de edificios impactados en Kiev. Recuerdan a aquellas intervenciones “de precisión” que prometía la Otan en los ’90 y que horas después se convertían en un “daño colateral” que sembraba a Belgrado u otras ciudades de víctimas inocentes. Los eufemismos bélicos no tienen un solo dueño, ni color político o ideológico. Lo lamentable es que se repitan cada tanto.
Muchos países que alzaron su voz y esgrimieron el derecho internacional o la Carta de las Naciones Unidas para condenar rápidamente el reconocimiento de Rusia a las declaraciones unilaterales de las “repúblicas” de Donetsk y Lugansk, no vacilaron en propiciar en 2008 la independencia de Kosovo de Serbia. Entre ellos, Alemania, Francia y Estados Unidos, actores clave en la grave crisis que hoy tiene en vilo al mundo.
“El uso de Ucrania como herramienta de confrontación es una amenaza para Moscú”, alega Putin mientras insta a militares ucranianos a desobedecer y apartar del poder al presidente Volodimir Zelensky. La invocación de razones de seguridad para intervenir militarmente en otro país suena también a argumento remanido para justificar “ataques preventivos”. No hace falta irse al siglo pasado para hallar ejemplos de estos procederes: el bombardeo, la invasión y la ocupación de Irak ordenados por George W. Bush en 2003 a contrapelo de las resoluciones de la ONU y secundado por el británico Tony Blair y el español José María Aznar, entre otros, son una muestra de ello.
Sin envío de tropas pero con decisivo papel en ataques aéreos, logística e inteligencia, los socios de la Otan tuvieron papel determinante en el final del líder libio Muammar Kadhafi, cuyo linchamiento abrió una guerra interna por el poder en este país que abastece de petróleo a Europa.
Por entonces, año 2011, habitaba la Casa Blanca Barack Obama y la secretaria de Estado era la ex senadora y ex primera dama Hillary Rodham Clinton, quien antes de perder las primarias demócratas de 2008 prometía al entonces presidente ucraniano, Viktor Yuschenko, impulsar desde Washington que Kiev se sume a la Alianza Atlántica.
Actores del “Euromaidán”. Hillary no fue elegida ni ese año ni ocho años después, cuando perdió las presidenciales frente a Donald Trump. Sin embargo, a fines de 2013 e inicios de 2014, siendo jefa de la diplomacia norteamericana, dio más que explícito respaldo a las protestas conocidas como “Revolución de la Dignidad” o “Euromaidán”, que en la capital, el centro y el oeste de Ucrania exigían sumarse a la Unión Europea. Las revueltas que desembocaron en la caída del presidente pro-ruso Viktor Yanukovich, se saldaron inicialmente con más de un centenar de muertos y dieron paso a los ya citados referendos secesionistas en el Donbás, la anexión rusa de Crimea y el conflicto armado que llega a estos días.
En las manifestaciones de la Plaza del Maidán se mezclaron los planteos europeístas, con reclamos de más libertad, mejores condiciones económicas o contra la corrupción. Pero también ganaron espacio sectores de ultraderecha o de un nacionalismo extremo que abogaba por eliminar toda presencia rusa en el país. A esos sectores aludió Putin para dar pie a su narrativa de que atacó Ucrania para “desmilitarizar” y “desnazificar” ese país y proteger a las minorías rusoparlantes del Este.
Con el correr de las horas y de la ofensiva militar, queda claro que el accionar del Kremlin busca evitar que la Alianza del Atlántico Norte llegue hasta las puertas de Rusia incorporando a un vecino con el que existen más que vínculos históricos y culturales. Las ojivas nucleares de la Otan estarían así más cerca que nunca.
La pregunta que muchos se formulan es si su drástica decisión esconde otras ambiciones a las que daría paso un final “exitoso” de la contienda.
También es una incógnita si un epílogo con derrota o con pírrica victoria no favorecerá o anticipará el escenario que Moscú quería evitar.
¿Terremoto sin réplicas?. Al frente de la Otan, un Joe Biden que era vicepresidente de Obama cuando estalló el Euromaidán, promete sanciones ejemplares al Kremlin y un apoyo a Ucrania que no es el que imaginaba Zelensky.
Opositor a la primera Guerra del Golfo, pero firmante desde el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de la resolución que autorizaba la invasión a Irak, Biden también apoyó la expansión de la Otan. No pareció hacer caso a las recomendaciones que el politólogo George Kennan, arquitecto de la política de contención de la expansión soviética en la Guerra Fría dio a fines del siglo pasado al gobierno de Bill Clinton. Para Kennan, expandir la Otan y cercar a la Rusia que emergió tras la implosión de la Unión Soviética, en 1991, sería un “error trágico”, además de incumplir una promesa hecha entonces a Moscú.
Sábado 26. Las informaciones se contradicen. A la noticia de un posible diálogo entre enviados de Ucrania y Rusia en Minsk siguen versiones de ataques y combates feroces. Las miradas hacia China y su papel clave para las próximas horas del conflicto cambian según quien sea el interlocutor.
Las fake news se multiplican en redes sociales y medios a uno y otro lado de las fronteras y reeditan aquello de que, “en las guerras, la primera víctima es la verdad”.
Economistas calculan el impacto a futuro en las comodities, el crudo, el gas y cuantas cosas dispararán su precio si la guerra se extiende. Gobernantes y políticos de diverso signo escudriñan cómo se mueven las piezas del tablero para no quedar muy expuestos pero tampoco tan al margen de la partida. Hay quienes vaticinan un conflicto nuclear o la Tercera Guerra Mundial…
Mientras, en la Ucrania convertida una vez más en teatro de operaciones de otra batalla a mayor escala, vidas inocentes se apagan o quedan a la deriva en un mundo que a duras penas deja atrás la pesadilla del Covid para sumergirse en la de otra guerra.