CULTURA
En el centenario de su nacimiento

Ariel Ramírez recordado por su hijo Facundo: "Me enseñó que no hay arte posible sin disciplina"

El pianista rememora la infancia con su padre y la responsabilidad de su legado luego de homenajearlo junto a el Chango Spasiuk y, Abel Pintos en el Teatro Colón. “Era extraordinario, no le pedía a las situaciones cotidianas más de lo que las situaciones de la vida le ofrecían”, destacó.

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El Chango Spasiuk, Abel Pintos y Facundo Ramírez en el Teatro Colón. | Facundo Ramírez.

Este año se cumplieron 100 años del nacimiento de Ariel Ramírez, y su hijo, el pianista Facundo Ramírez, decidió, en conjunto con el Teatro Colón, homenajearlo con un concierto que repasó algunas de sus canciones más emblemáticas. 

“Tuve plena consciencia de que estábamos viviendo una noche histórica”, destacó Facundo Ramírez, una semana después del concierto. “Hace años que no vivo una noche tan poderosa en términos artísticos y con un ida y vuelta tan profundo con la gente que nos acompañó”, destacó. “Fue una conjunción de emoción y festividad que fue tan fuerte que todos quedamos hasta varios días después eufóricos y con una sonrisa de oreja a oreja”, confesó.

Facundo Ramírez Abel Pintos

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El 22 de diciembre se subieron al escenario del Teatro Colón Facundo Ramírez, Abel Pintos, el Chango Spasiuk, el coro de niños y el coro estable del Colón y los músicos Rodolfo Ruiz, Tukuta Gordillo, Leonardo Andersen, Lucas Rosan y Ulises Lescano para celebrar “Los 100 años de Ariel Ramírez”.

El concierto comenzó con las canciones de Navidad Nuestra, luego se interpretaron ocho obras para piano de Ramírez, la zamba “Alfonsina y el mar” y la cueca “Juana Azurduy” y la última parte del concierto estuvo dedicada a la Misa Criolla.

“A mí me conmovió estar con un pibe como Abel en el escenario y comprobar la disciplina y el lugar de ubicación de un chico tan joven, tan profesional y tan artista con la plena consciencia de que él era un instrumento para servir probablemente a la obra más grande de la música argentina en todo el mundo”, remarcó Facundo. 

Facundo Ramírez Abel Pintos

Ariel Ramírez y un puente tendido por Atahualpa

¿Un hombre extraordinario lo es porque su destino se impone o porque se le impone al destino? Ariel Ramírez era un pequeño niño cuando vio un piano por primera vez y sintió una atracción tal que se convirtió en dolor cuando fue consciente que sus padres no podrían conseguirle uno. Sin embargo, como la suerte (¿o el destino?) quiso que se mudaran a una escuela que tenía un piano, porque su padre era docente, el pequeño pudo usar el instrumento durante los fines de semana cuando los alumnos se iban del colegio a sus casas.

Más adelante, cuando la situación económica mejoró, la familia Ramírez pudo tener un piano propio, pero pocos años después debieron venderlo porque la falta de dinero lo requirió. Sin embargo, a esa altura Ariel sabía que la música había llegado a su vida para quedarse. Con esa convicción, ya siendo un muchacho, decidió que quería conocer la música folclórica del país, más allá de las fronteras de su Santa Fe. Entonces emprendió un viaje que lo llevó a Córdoba. 

Allí otra vez el ¿azar? lo hospedó en la casa de unos estudiantes tucumanos que decidieron ayudar a su nuevo huésped a cumplir su objetivo. Una noche le alquilaron un piano y le presentaron a un invitado que tenía ganas de escucharlo: era Atahualpa Yupanqui. “¿No sabés alguna zamba?”, le dijo. Pero Ariel todavía no había logrado descifrar del todo el género y le manifestó su deseo de aprender, de seguir su viaje al norte. Fue Atahualpa quien abrió una llave central para Ramírez. Le dio unas cartas, unos pesos y lo mandó a Jujuy donde el joven pianista fue recibido con tanta austeridad como generosidad. Allí comenzó su camino que siguió por otras provincias del país donde recolectó los sonidos que luego volcaría en su repertorio.

Así como habían hecho con él, cuando fue a Buenos Aires en la década del ’50 creo una compañía de folclore que le abrió las puertas a los entonces jóvenes Jorge Cafrune, Jaime Torres, Eduardo Falú, Raúl Barboza, Domingo Cura, y tantos otros. 

Mujeres argentinas y La Misa criolla

En 1950 Ariel Ramírez se fue a Europa y vivió en Roma en una institución religiosa donde conoció a dos monjas que le contaron cómo arriesgaron su vida cada noche para llevar comida a un grupo de judíos que estaba prisionero en un campo de concentración. Este relato de las religiosas lo atravesó de tal manera que decidió dar forma a la Misa criolla, esa obra que se convertiría en central.

“La misa es una obra sobre la paz, que fue concebida para agradecer a todas esas personas solidarias que recibieron a mi papá en esa Europa devastada por la guerra”, agrega Facundo. Esta música primero se estrenó en Alemania, en 1968, ya que en Argentina, a pesar de que había sido un éxito discográfico inmediato, se pudo tocar en público mucho tiempo después. “Nadie apostaba a ella, recién después de la repercusión internacional que tuvo se le dio el reconocimiento en Argentina”, subraya Facundo.

Otro de los caprichos o planes del destino fue que Ariel Ramírez se cruzara con Félix Luna con quien crearon el sensacional material llamado Mujeres argentinas. “Fue una obra de vanguardia, cantada por una mujer de vanguardia como Mercedes Sosa”, subraya Facundo quien ahora recrea la obra junto a la Bruja Salguero y Rita Segato que, entre canción y canción, amplía el contexto de cada personaje de la obra y los paisajes que aparecen.  “Para Rita esa obra representa un momento de inflexión cultural porque está plantada sobre la voz de las mujeres”, destaca el hijo de Ariel.

Ramírez por Ramírez

Recordando aquella casa en Belgrano, con muchísimos libros y grandes tertulias Facundo Ramírez, en diálogo con PERFIL, repasa la vida que le tocó al lado de ese gran hombre, su padre. 

-¿Cómo era como padre Ariel Ramírez?
-Fue estricto, él apoyaba la libertad para que mis hermanas y yo eligiéramos nuestro camino, pero era estricto en cuanto a la transmisión de su conocimiento y su experiencia. Yo empecé a tocar el piano a los tres años y él me insistía y me decía “mirá Facundo por más talento que tengas, por más don que hayas recibido en la vida si no lo acompañás con disciplina no vas a llegar a ningún lado”. Él hizo mucho esfuerzo para que yo comprenda que no hay forma de arte posible sin disciplina. Es por eso que desde que yo era muy chiquito me llevaba a sus largas giras por el interior de la Argentina, para que yo conociera cómo es la vida de los artistas, que, por un lado, trae satisfacciones indescriptibles, pero hay una idea de que ese resultado sucede por arte de magia y atrás, en realidad, hay horas y horas y horas y años y años y años de estudio.

-¿Y cómo era por fuera de la música?
- Era extraordinario, no le pedía a las situaciones cotidianas más de lo que las situaciones de la vida le ofrecían. Si uno estaba con él para tomar una botella de vino, comer unas pastas y pasar una tarde, él hacía de ese encuentro un encuentro para eso. Porque suele producirse en la vida de grandes artistas una suerte de desfasaje: lo que sucede arriba del escenario, esa gran alegría y armonía, no la pueden reproducir abajo del escenario, en cambio, mi papá abajo del escenario era muy feliz. Tenía esa cualidad de poder disfrutar de lo sublime, del amor de la gente arriba del escenario y el privilegio de ser un hombre reconocido por su obra y, al mismo tiempo, darle a la vida de todos los días una sonrisa.

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-En relación a Atahualpa ¿Qué recuerdo tenés de su presencia?
- Tengo dos recuerdos de él, una vez que mi papá lo invitó a comer un asado a nuestra casa, lo que fue la casa de mi infancia en el barrio de Belgrano. Y mi papá no llegaba, estaba retrasado y Atahualpa estaba de un humor tremendo, y yo veía que estaba Don Ata hecho una furia y la que lo calmó y lo serenó fue mi mamá que le pidió que le cuente historias y empezaron a hablar de cosas vinculadas con la música, no solo de la música folclórica, empezaron a hablar de los discos de la Deutsche Grammophon, que en esa época sacaba muchas colecciones integrales, las obras completas de Mozart, Mahler, etcétera. Cuando llegó papá, Atahualpa estaba con una sonrisa. 

Después, muchos años después cuando yo era estudiante en Francia, me invitaron a un concierto de Jairo y me siento en el palco y me doy cuenta que adelante tenía a Atahualpa y a Piazzolla. Yo no pude hablar, no les hablé, por supuesto los saludé, ellos sabían que papá era Ariel Ramírez, pero yo quedé tan intimidado, porque tuve plena consciencia de que estaba frente a dos monstruos de la música argentina y esa fue la segunda vez que vi a Atahualpa y a Piazzolla fue la única vez que lo vi.

-Muchas personas de ese calibre también pasaron por la casa de tu padre
- Mi casa era una suerte de sala de ensayo, un lugar de encuentro bohemio de artistas, músicos, pensadores, gente de la política, de todas las tendencias políticas, porque había radicales, comunistas, peronistas, conservadores, era un festival de personas con ideas diferentes, pero con pasiones similares. Tengo muchas estampas en mi corazón y en mi cabeza de encuentros formidables. Yo lo viví como algo de ensoñación y de misterio, porque era el mundo de los intelectuales de los años ’70 y en mi casa se hacían asados a los que venían diferentes hombres y mujeres que hablaban diferentes idiomas, como Vinicius de Moraes, Paloma “Blacky” Efron venía todo el tiempo, y fumaban en pipa y tomaban whisky y cuando caía la tarde la luz del sol entraba a la casa y hacía como una especie de penumbra entre el humo de las pipas, porque en esa época todo el mundo fumaba como un caballo, y era un flash y siendo niño todo parecía medio irreal y me gustaba, yo ya era muy lector, además y me sentía muy atraído hacia ese universo.

- ¿Para qué sirve o porque tienen que seguir existiendo expresiones artísticas?
- Porque nosotros somos sensibilidad, esencialmente somos sensibilidad. Hay una parte de nosotros que es como un robot perfecto, que es lo biológico que tiene sus leyes, sus normas, su funcionamiento, pero ese robot no alimentado por la sensibilidad no funciona bien y lo que hace el mundo del arte es generar sensaciones desconocidas por esa máquina y esos impactos emocionales que genera el mundo del arte a través de la belleza, de la repulsión, de la incomodidad -porque el arte no es solamente belleza-, cuando yo hablo de arte no hablo nunca de arte complaciente, no me refiero al arte burgués por el que yo siento un enorme desprecio, me refiero a aquel arte que incomoda, que sacude, que angustia, que genera exaltación o que hace que uno no pueda parar de llorar sin saber por qué y que después nos obliga a pensar. Por eso es fundamental. Porque cuando el arte se entrega a aquel que está dispuesto a recibirlo como si fuera un tsunami, la vida de las personas cambia, y cambia para siempre.

En términos estrictamente personales, soy un artista porque me resulta inevitable serlo, es como un llamado del que no se puede escapar. Te podés hacer el tonto un tiempo si querés, si te da miedo, pero el arte está ahí llamándote, arrastrándote y uno no elige, uno es elegido por el mundo del arte. Es como una sublime pesadilla.


Los próximos pasos

Además del contexto abrumadoramente artístico que rodeó a Facundo, el hijo de Ariel también estudió piano con Ana Tosi De Gelber, madre de Bruno Gelber, a los 11 años empezó a formarse con Guillermo Graetzer  y, durante su adolescencia, se fue a Europa. Estudió composición en Viena (Universität für Musik und darstellende Kunst), en París, en el Conservatorio de Saint Maur, se formó con el pianista Maurice Blanchot y la pianista Catherine Collard. Y también se dedicó a su otra pasión que es el teatro junto a Miguel Guerberof. “Yo fui mejor actor gracias a la música y fui mejor músico gracias al teatro”, aclara Facundo. “El teatro me ayudó a descubrir zonas de la música que yo no tenía todavía develadas”, advierte.

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Próximamente Facundo va a grabar un disco que se va a llamar 100 Ramírez, para homenajear a Ariel con muchos artistas nacionales e internacionales, que va a ser una selección de temas emblemáticos de todos los periodos y que además va a incluir una obra inédita que su padre le pidió que escribiera mientras él le pasaba las melodías en sus últimos años de vida. Se trata de El concierto cuyano, que Facundo estrenó 20 días atrás en Santa Fe y se incluirá en ese álbum.

También llevará “Los 100 años de Ariel Ramírez” a Dubái y a Israel, acompañado por la Bruja Salguero y, durante todo el año, hará un ciclo de conciertos mensuales junto a su banda compuesta por Leo Andersen, Lucas Rosan y Ulises Lescano en el Nuevo Café Berlín, con invitados. También es probable que se repita lo que se vivió en el Teatro Colón, aunque todavía no hay nada confirmado. Varios destinos posibles para quienes quieran ser atravesados por este arte cargado de historia y mística.