CULTURA
NUEVOS, VIEJOS TIEMPOS

Budismo: espiritualidad y sociedad de consumo

El capitalismo tiene el poder de volver todo floreciente, hasta lo que le es más ajeno y exterior. Es así que el budismo logró convertirse en una atracción en Occidente. Pero este fenómeno no tiene nada de novedoso, se viene cumpliendo desde hace mucho tiempo. Ese interés ha dado como resultado una serie de obras insoslayables, escritas por autores que van desde Jorge Luis Borges a Ray Bradbury, pasando por Hermann Hesse y otros. Y mucho antes autores como Nietzsche, Schopenhauer, Spinoza y Hegel sintieron interés y buscaron respuestas en la cultura y la tradición orientales.

2023_11_26_budismo_cedoc_g
Budismo. | cedoc

El budismo, más allá de ser una tradición espiritual, constituye en Occidente un verdadero boom comercial. El sistema capitalista supo hacer de una sabiduría milenaria, así como de otros acervos exóticos, un negocio por demás floreciente. Sin embargo, hay que destacar que no es un fenómeno nuevo. Hace décadas que viene siendo un fuerte suceso, entre otros campos, en el sector editorial. Tanto en Europa como en los Estados Unidos, así como en toda América Latina, encontramos publicaciones en una variedad de géneros, sea narrativa, ensayos o métodos de autoayuda. 

Es bueno notar también que a partir de la segunda mitad del siglo XX se ha despertado el interés del psicoanálisis, así como de las distintas psicoterapias, acabando por influir de manera impensada en la psiquiatría y en las neurociencias.

No hay que soslayar que dicho interés ha tenido un costado positivo, ya que ha dado a luz vastas obras, algunas de notable importancia. Entre los clásicos de siempre que aún siguen reeditándose podemos mencionar al inestimable Daisetsu T. Suzuki y sus voluminosos Ensayos sobre budismo zen, o el querido escrito de Jorge Luis Borges y Alicia Jurado Qué es el budismo. Más recientemente, Ray Bradbury no fue ajeno al tema en su libro Zen y el arte de escribir. Hay trabajos filosóficos de cierta envergadura como El camino del zen, de Alan Watts, o El silencio de Buddha, de Raimon Panikkar. En novelas evocamos a Siddhartha y Viaje al Oriente, del recordado Hernann Hesse, o Zen en el arte del mantenimiento de la motocicleta, de Robert Pirsig. 

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

En nuestro milenio se puede observar una continuidad en la nutrida producción. Es de destacar el diálogo entre Jean-François Revel y Matthieu Ricard en El monje y el filósofo, en una edición de 2016 (Urano), donde un pensador y un renunciante nos inician en los vericuetos de esta compleja tradición. Dentro de las novedades en librerías, aunque de carácter más deslucido, encontramos El budismo explicado con sencillez, de Steve Hagen, de 2023 (Diana). De igual manera, el escueto librito de Byung-Chul Han Vida contemplativa. Elogio de la inactividad, de 2023 (Taurus). Y no podían faltar los textos firmados por el polémico Tenzin Gyatso (Dalai Lama), como por ejemplo Tras las huellas de Buda, de 2021 (Amara), entre otros títulos. 

Desde sus orígenes, la religiosidad oriental y sus configuraciones simbólicas de lo sagrado le han dado una importancia capital al estudio de los estados de conciencia. Esto se hace patente porque a partir del inicio del psicoanálisis el mismo Sigmund Freud, probablemente inspirado en la obra de Arthur Schopenhauer, ya hablaba del “principio de nirvana”. Por su parte, Carl G. Jung, aunque con escasos conocimientos del asunto, prologó la traducción de El libro tibetano de los muertos, de W. Y. Evans Wentz, pretendiendo instalar que el inconsciente es colectivo y, según el ocultista suizo, posee regiones similares a los mitos del viaje del alma por el inframundo. Pronto muchos de estos métodos de meditación y relajación intentaron ser aplicados a las corrientes modernas. La psicología humanística no estuvo ajena y emprendió un sendero para investigar las “experiencias cumbres”, de hecho, es heredera de la escuela junguiana, así como la Gestalt o la Psicosíntesis. En los años 60 surgieron experimentos con alucinógenos. Stanislav Grof aplicando dosis controladas de LSD comparó sus efectos entre ciertas patologías y los viajes chamánicos. 

En la actualidad, Ken Wilber, uno de los gurús de lo “transpersonal”, además de ser practicante del budismo, viene publicando títulos como El espectro de la conciencia, de 2005, El proyecto Atman, de 2008, o su más cercano trabajo, La religión del futuro, de 2019. Otras de las psicoterapias muy consumidas es la introspección Vipassana (Mindfulness), cuya obra homónima a destacar es la de Joseph Goldstein y Jack Kornfield de 2009 (Todos estos títulos publicados por Kairós). La física teórica y las neurociencias aportaron lo suyo. Inspirados en los análisis de Fritjof Capra en El Tao de la física, surgen los planteos de Carlo Rovelli en Helgoland, de 2022 (Anagrama) y de Matthieu Ricard y Wolf Singer en Cerebro y meditación: Diálogo entre el budismo y las neurociencias, de 2019 (Kairós). Varias de estas aproximaciones estudian las prácticas yóguicas a través de técnicas de diagnósticos por imágenes registrando los cambios fisiológicos que presuntamente ocurren en el cerebro. 

La budomanía y sus causas

Pero, ¿por qué el budismo se hizo propio de la cultura y la ciencia occidentales siendo una estructura tan ajena? Cuando se analiza la situación del hombre contemporáneo, se pueden ver la angustia, el desasosiego y el temor que padece al enfrentarse a tiempos perplejos que no logra decodificar. Bucear en otras mentalidades parece darle un toque de oxigenación ante las ideas materialistas y cientificistas. Asimismo, le ofrece cierto escape delante de las guerras, las revoluciones armadas, las crisis políticas y económicas, el avance tecnológico, la amenaza constante del uso de armas nucleares y la incertidumbre en cuanto al futuro. Otras de las posibles razones de su auge quizá fue la embestida del comunismo en Asia. La irrupción de ideologías totalitarias le asentó una estocada difícil de cicatrizar. El proceso de secularización en tiempos de la “muerte de Dios” y la “transvaloración de todos los valores” hizo que el cristianismo ya no respondiera adecuadamente a las cuestiones existenciales y, como consecuencia, las masas se desmayaran por el horror buscando otros horizontes. 

Definitivamente estos fueron factores que contribuyeron a que el budismo anclara en nuestras latitudes y afectara de modo sustancial el pensamiento de nuestra civilización. Tal vez por ello, más allá del romanticismo que genera, sigue siendo considerado hoy como uno de los grandes dogmas espiritualistas del mundo y en su coyuntura cuenta con millones de adeptos en todo el planeta. Sin embargo, tenemos que tener en cuenta que no todos los que se identifican con esta tradición son precisamente lo que denominaríamos practicantes, sino que muchas personas solo siguen los mandatos familiares o simplemente son simpatizantes nominales. No obstante esto, parece que ha encontrado la manera de sobrevivir germinando en tierras extrañas, reinventándose en figuras distintas. 

A través de una mirada más atenta, en cierto modo vemos que el proceso es mucho más profundo, ya que viene fijando sus raíces desde los albores de la modernidad. Consideremos lo siguiente: a medida que avanzaba el colonialismo en zonas lejanas, misioneros, aventureros y comerciantes daban a conocer las “excentricidades” de pueblos distantes. Spinoza tenía noticias sobre la cultura japonesa ya que a menudo sabe citar a la Compañía de las Indias Orientales en su Tratado teológico político. Schopenhauer había leído las escrituras budistas que bien se reflejan en su sistema filosófico a través de su obra capital, El mundo como voluntad y representación. Nietzsche dedica un importante espacio para hablar del budismo en El anticristo. Sin olvidar los conocimientos de Hegel, a veces erróneos, en sus lecciones sobre Filosofía de la religión. Ante el empuje del marxismo y, sobre todo, del positivismo lógico del siglo XIX, las sociedades en vías de industrialización necesitaban evadirse. Si bien el movimiento romántico y otras formas de arte fueron algunos de ellos, el misticismo oriental pareció ser el recurso más difundido. La Sociedad Teosófica, fundada por Helena P. Blavatsky en 1875, cuyo armado teórico estaba mayormente sostenido en las extravagancias del ocultista A. P. Sinnett, atrajo a un sinfín de curiosos y creyentes entre los que se encontraban artistas, empresarios, académicos, políticos y otros representantes de la burguesía inspirados a acercarse hacia los estudios esotéricos.

¿Qué es el budismo? 

Esto nos habilita ahora a levantar una pregunta esencial: ¿podemos decir que el budismo sea una religión? Llamar a esta configuración de lo sagrado “religión” no es del todo adecuado, aunque sin duda es una de las tantas maneras que tiene el ser humano de acercase a alguna forma de trascendencia. Lo que perece notorio, al menos en las más primitivas de sus tradiciones, es que no presenta una idea clara de Dios, por no decir nula, y sus vías de salvación son de difícil comprensión para el lego. El teólogo Martín Velasco lo define como un “ateísmo religioso”. Orientalistas de la talla de Vicente Fatone o Fernando Tola hablan de él como un tipo de “nihilismo”, claro que no debemos confundir estas aseveraciones con los tópicos de la filosofía occidental. Para entender mejor a qué nos referimos con “ateísmo” o “nihilismo”, es menester, creo, pensar el espectro desde una mirada política y social y, desde ahí, abrirnos a sus propuestas cultuales. 

Sería bueno tener presente que el budismo nace aproximadamente entre los siglos VI y IV a. C. en el seno de la cultura védica, que establecía, y aún establece, normas discriminatorias de castas bien demarcadas. En la época que vivió su fundador, Siddhartha Gotama (el Buda o “el despierto”), se estaba cimentando el corpus de las Upanishad (Escrituras sagradas místicas que versaban sobre el monismo y la deificación del hombre). El orden sacerdotal brahmánico era el que atesoraba la hegemonía soteriológica y se arrogaba la comprensión de la sustantividad del Dios absoluto conocido como Brahman. Asimismo, decían ser aquellos que estaban capacitados para percibir y realizar extáticamente dicha “conciencia cósmica” a través del desarrollo de un Yo superior llamado Atman. Ahora bien, la secta búdica surge en la coyuntura de la clase guerrera, de modo tal que ahí se ve la disputa de poder entre unos y otros. Razón por la cual no tenía, hasta la aparición de su instructor principal, ningún monopolio sobre los dictámenes sagrados, y la creación de esta “herejía” generó la controversia. Por ello se entiende que se conformara como una “religión sin Dios” (mejor dicho, sin Brahman como totalidad indiferenciada) y, por lo tanto, sin ego o sin Yo superior (doctrina de anatman o “no-yo”). Semejante negación, que presumía haber sido iluminada en el interior de su Maestro en realidad planteaba que los cleros de turno estaban equivocados siendo que, en definitiva, atentaba contra el centro de su dominación. 

Enseguida el budismo fue denunciado dentro del contexto indio como los “seguidores del error” pues proponía la anulación del sistema clasista, no requería legitimación por privilegios de nacimiento e incluía a las mujeres en la comunidad (no sin sus dificultades). La prueba de esto es que su mensaje floreció mejor fuera de las fronteras de la India. Sus valoraciones acerca del vacío y la ética coincidieron muy bien con las ideas chinas taoístas y confucianas, igualmente en Japón con el culto sintoísta a la naturaleza. Pero no hay que olvidar que esta composición simbólica, al igual que sucedió con el cristianismo, creció exponencialmente no solo por ser credos proselitistas –ni mucho menos por gracia sobrenatural– sino por la ayuda de la autoridad política, ya que en el siglo III a. C. el emperador Ashoka Vardhana se convirtió a esa fe y puso su influencia y fortuna al servicio de esta nueva sabiduría, como sucedió posteriormente con la conversión del emperador romano Constantino el Grande en el siglo III d. C. 

El budismo es en realidad una rama de los yogas amalgamada con algunas filosofías atomistas. Su fenomenología de la iluminación también es de destacar. Siddhartha, un príncipe que abandonó su encumbrada posición y rechazó toda estructura intelectual de su tiempo, siguió un camino de equilibrio interior. Después de recorrer varias doctrinas finalmente decidió escudriñar la verdad en el fondo de su mente. Según el mito, se sentó debajo de una higuera y en tres días obtuvo lo que buscaba: descubrir las causas del sufrimiento humano y la fórmula de cómo superarlo. Mediante “cuatro nobles verdades” enseñó a alcanzar la meta final: el nirvana. 

Lo que en realidad quería significar un proceso para la liberación de los condicionamientos psicológicos se transformó en una búsqueda de la extinción radical de las pasiones y del dolor. Una evasión del mundo. Mientras que en el ascetismo clásico indio el Yo se identifica con su fuente divina, en el budismo, al no haber un “sujeto” como tampoco sentido último alguno, se habla de la desaparición. Con todo, este estado aparentemente inane, en no pocas ocasiones, fue comprendido como un tipo de felicidad extraordinaria. 

Entre luces y sombras

El budismo como praxis religiosa pura hoy en día está en franco deterioro. Ha sido más exitoso como extravagancia contracultural y como oportunidad consumista nuevaerista. Sobrevive en algunos dogmas populares (como la creencia en el karma y la reencarnación), en meditaciones guiadas, gimnasias yoga, cursos, pseudociencias, dietas o alimentación natural, paisajismo, ceremonias de té, entrenamientos para empresas, teorías cuánticas, literatura de múltiples géneros, counseling espiritual, terapias alternativas y atencionales hasta abarcar diversas prácticas médicas. En ocasiones el destino es bastante cínico, pero vemos que aquellos que predican la extinción se están extinguiendo en una imparable metamorfosis con rasgos teñidos de irreverencia, empero renacen en nuevas y extrañas fisonomías. En suma: lo que siempre pretendió ser una sabiduría con clara solidez en la actualidad se ha transustanciado en una sacralidad líquida.

Repleta de oscuridades, todavía conserva en su versión tibetana opacos ritos de magia primitiva atractivos a turistas y curiosos, no estando exentos sus monasterios de denuncias de cobrar altas cuotas de admisión y de abusos sexuales de menores.

En Birmania los monjes constituyen auténticas milicias que, en el interior de sus templos, con sus típicos atuendos naranjas, se encuentran en realidad escuelas donde se entrenan guerrilleros y se aprenden tácticas terroristas para atacar a las poblaciones musulmanas, a las que se acusa de querer invadir su país y destruir su fe. En medio de complejas contradicciones, asistimos a una forma de culto que se apaga lentamente; por otra parte, mantiene el interés convertido en una especie de moda New Age que, en definitiva, no es más que un estilo epocal que se resignifica en medio de esta sociedad vampírica.

Cuando observamos el fenómeno desde una perspectiva más amplia, me refiero a las religiones en general, no es inadecuado interrogar acerca de qué han hecho estos supuestos visionarios, que anduvieron felices por la Tierra, por el bien de la humanidad. Lo antedicho sin duda debe hacernos reflexionar en que, aun cuando han transitado por la historia “grandes iluminados” profiriendo discursos llenos de belleza para el mejoramiento del ser, hoy estos son utilizados por las masas para anestesiarse y para no asumir que todo parece dirigirse al abismo irracional del suicidio colectivo. Si no, pensemos en las guerras de religión, en las Cruzadas, en los crímenes de la “Santa” Inquisición, en el genocidio de Nankín, en el conflicto palestino-israelí o en los fundamentalismos llenos de violencia.

En última instancia, el budismo, entre otras formas de adoración, a pesar de sus variopintas máscaras y su llamativo devenir en una pujante religiosidad light, sigue siendo una parte elemental de la cultura espiritual de la humanidad.

Así pues, es necesario decirlo, estos elegidos y redentores atravesados por la lógica de los mercados y que pretenden enseñarnos cómo vivir no solo no han logrado conducirnos a una sociedad más justa sino que, además, indudablemente son parte del rotundo fracaso de la presente civilización.