CULTURA
Ideas y creencias VI

Cuando se dice que la Tierra está ‘viva’

En esta sexta entrega de la serie, el filósofo Esteban Ierardo se refiere a la hipótesis Gaia, que sostiene que la Tierra está “viva” a través de sus procesos de autorregulación. De forma paralela, hoy algunos científicos promueven la interpretación del universo como una gigantesca red neuronal, una entidad “viva” capaz de aprender y evolucionar. Frente a esto, en cuanto a nuestro planeta, la forma de pensar convencional es que la Tierra no está “viva”. Su dinámica remite a lo mecánico de procesos puramente materiales.

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Lovelock. El científico y ambientalista británico James Lovelock murió en 2002, a los 103 años. Lovelock es el principal pregonero de la teoría Gaia. | cedoc

El año pasado, un artículo del importante diario La Vanguardia, editado en Barcelona, afirmaba que “en plena crisis del cambio climático y el resurgir de la carrera espacial”, la teoría Gaia, y algunos de sus representantes, como James Lovelock o Lynn Margulis, “vuelven a ser tendencia”. Como idea o hipótesis científica, Gaia se conecta, como veremos, con una creencia antigua. 

La hipótesis Gaia sostiene que la Tierra está “viva” a través de sus procesos de autorregulación. De forma paralela, hoy algunos científicos promueven la interpretación del universo como una gigantesca red neuronal, una entidad “viva” capaz de aprender y evolucionar. Frente a esto, en cuanto a nuestro planeta, la forma de pensar convencional es que la Tierra no está “viva”. Su dinámica remite a lo mecánico de procesos puramente materiales.

Pero la historia de las culturas destila una certeza distinta: el planeta ancho y diverso sí está “vivo”. La Tierra es la integración de los seres, mares y continentes, en una realidad mayor espiritual. En un principio, la proposición de que la Tierra está “viva” parece una doctrina pintoresca, solo relevante para los antropólogos en su trato con los llamados pueblos primitivos.

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En efecto, la afirmación de que la Tierra es un gran organismo viviente resuena en numerosas culturas del horizonte arcaico, pagano o precristiano, como los navajos, lakota, cherokees, hopis, incas, mapuches, los aborígenes australianos, el pensamiento tradicional africano, o las culturas indígenas siberianas, como los yakutos o los ewenkis, y muchos más. En definitiva, la ancestral creencia animista. Todo tiene vida, por tanto, alma; todo juega su rol en una realidad que suspira en una gran unidad espiritual.

Bien puede decirse que esto es pura creencia primitiva. Pero para una cultura que así percibe su entorno, la naturaleza merece veneración y respecto. Una actitud que difícilmente podría catalizar prácticas de depredación ambiental (extractivismo indiscriminado de recursos, uso industrial de los animales) y generación de gases que desequilibran la atmósfera. La creencia animista parecería un rescoldo de lo antiguo desfasado. Pero no es así: una fuerte corriente de una biología vinculada a un neoanimismo, muy discutida, eso sí, ofrece una interpretación de la vida planetaria por la que la creencia arcaica deviene idea moderna.

James Lovelock, científico y ambientalista británico, murió en 2002, a los 103 años. Lovelock es el principal pregonero de la teoría Gaia, en el cruce de biología y ecología. En la década de 1960 recibió un encargo de la NASA para estudiar las posibilidades de vida en Marte. Entonces, analizó la atmósfera terrestre en comparación con la marciana. Llegó entonces a la convicción de que la actividad atmosférica terrestre y sus sistemas vivos deben ser entendidos más allá de la interacción de compuestos químicos. Así surgió su teoría Gaia, en alusión a la diosa griega de la Tierra. En 1979, publicó Gaia: A New Look at Life on Earth. Su tesis es que la Tierra es un organismo vivo y autorregulado por un proceso de homeostasis global. La homeostasis implica un sistema vivo que se autorregula para sostener sus condiciones internas estables a pesar de los cambios externos. En la teoría Gaia, este rasgo de los organismos individuales es extendido a nivel global planetario; y su enfoque es holístico, en tanto busca comprender la vida como un todo de partes interrelacionadas. La teoría también tiene puntos de contacto con la cibernética, y el concepto de autopoiesis de los biólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco Valera.

La Tierra en su conjunto poseería mecanismos autorreguladores para mantener la temperatura, la composición de la atmósfera o los niveles de agua. Esto no supone que la Tierra no sufra los cambios destabilizadores provocados por la acción humana que rompe el equilibrio, en el tiempo que ya muchos llaman el Antropoceno.

El accionar humano que desequilibra la dinámica ambiental inhibe o neutraliza la capacidad de la Tierra para autorregularse, por mecanismos de retroalimentación que regulan la temperatura global; el caso, por ejemplo, de cuando la temperatura aumenta, y se generan entonces más nubes que reflejan la radiación solar y contribuyen, así, al enfriamiento planetario. Los océanos también absorben y almacenan calor. O el caso del ciclo del carbono, por el cual los niveles de CO2 se elevan, y las plantas lo absorben para la fotosíntesis. Por eso, Lovelock insistió en la necesidad de la toma de conciencia sobre el cambio climático y su muy peligrosa neutralización del poder autorregulador del sistema ecológico planetario.

Entre los grandes adherentes a la teoría Gaia se encuentran la bióloga Lynn Margulis; Stephan Harding, zoólogo y ecólogo; Tim Lenton, científico del clima y biogeoquímico; Peter Wadhams, oceanógrafo, quien sostiene que la disminución progresiva del hielo marino en el Ártico daña la homeostasis.

La crítica más repetida sobre la teoría Gaia es su antropomorfismo excesivo, en tanto se les atribuye a los procesos naturales una intencionalidad o conciencia, que es propia del humano. O la imposibilidad de probar o falsar de forma contundente la teoría. De ahí que se observa que Gaia es una “metáfora útil” antes que una comprobación sólida. También se agregan otras objeciones.

Es cierto, no es posible demostrar el atributo de conciencia para la autorregulación de la homeostasis global. Sin embargo, lo que se juega aquí es el paso del antropocentrismo al biocentrismo. Entre otras cosas, la modernidad fue el largo aprendizaje para emplazar la vida inteligente humana como pauta superior para explicar y dar sentido a todo. Hoy se puede hablar de un algoritmocentrismo (todo gira en torno a una tecnocultura globalizada que depende de algoritmos). Pero la creencia antigua, en resonancia con la biología neoanimista que bulle en la hipótesis Gaia, rebasa en mucho la autoveneración del sapiens como inteligencia única y soberana. La creencia antigua y la idea holística moderna de Gaia se abre a una vida inteligente mayor que late en los sistemas vivos orgánicos, y también en lo inorgánico, en los átomos, y en todos los ecosistemas interconectados. Esto enseña a percibir cierta dimensión de espiritualidad no solo en el humano que se pregunta por la existencia y sus misterios, sino también en el planeta, con todos sus seres, todas sus formas y ecosistemas que entregan sus notas dentro la música de una red que todo lo vincula y conecta. Esa red, como ya creían los antiguos, está “viva”, y nuestros destinos dependen de comprender e interactuar con esta realidad.

 

*Filósofo, docente, escritor, su último libro es La red de las redes (Continente). Posee un sitio web, https://estebanierardo.com/, con acceso también a canal cultural en YouTube.