OPINIóN
Puro drama

Evita volvió y es… ¿Javier Milei?

Una fue actriz y el otro, mediático; ambos, malhumorados artistas de rango medio con alguien a quien odiar: la oligarquía o la casta. Modulan la voz, conmueven, no se guardan nada. Y comparten ese “plebeyismo” del “yo te conozco” que genera adhesiones: “yo le creo”.

Evita y Milei 20240527
Evita y Milei. | Collage

Desde que casi seis de diez votantes argentinos decidieron que Javier Milei sea su próximo Presidente, me interesa más reflexionar sobre qué tipo de sociedad es la nuestra, que fue capaz de votar a alguien con atributos tan polémicos como los del líder de La Libertad Avanza, que sobre Javier Milei en sí mismo.

¿Qué valores y qué rasgos culturales tiene un pueblo que decidió que la persona más poderosa de su país, el Comandante en Jefe, fuera alguien exaltado, mesiánico y con un estilo violento? Alguien genuino, impulsivo, que no disimula y que tiende al enojo y la pelea.

Alguien quien, sobre todo, se destacó en los medios de comunicación y después en las redes sociales. Un divo del panelismo, un genio que comprendió y ejecutó el método para hacer reventar el rating y las estadísticas de TikTok. 

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Y hace unos días lo entendí. ¿Quién fue el máximo mito político de nuestro último siglo? ¿Quién fue el dirigente que más pasiones despertó? Eva Duarte de Perón, Evita. El paralelismo, y es algo que supe desde que empecé a vislumbrar las coincidencias, puede ser doloroso, frustrante e incluso ofensivo para los peronistas de izquierda. 

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Y puede parecerle un agravio – “una ridiculez” -, a los simpatizantes del economista ortodoxo que detestan al movimiento peronista y sus símbolos. Pero ¿Quién dijo que la realidad era siempre un aperitivo fresco y exquisito en la puesta del sol? Sé que esta columna va a caerle mal a todos. 

Llegué a Evita por los insultos. ¿Cómo votamos a alguien que parece considerar a la cortesía más básica -no insultar a quien te contradice o no te simpatiza o piensa distinto- como un síntoma de hipocresía y un defecto? 

Iba para atrás en los presidentes y no encontraba el antecedente. Hasta que, claro, di con alguien, que no fue exactamente Presidente. Se sabe que Evita, en el poder, no se caracterizaba por sus modales. Ni cuando se enervaba con las huelgas sindicales, ni en internas de su propio movimiento, ni cuando “conversaba” con las damas de beneficencia, ni menos que menos, cuando se refería a su “casta”: la “puta oligarquía” que detestaba. 

Evita volvió y es… ¿Javier Milei? 

Otra similitud de Milei con Evita es que también caracterizó a un grupo de personas muy preciso como la causa de los males argentinos, se obsesionó contra ella, y le puso un nombre para distinguirla: oligarquía. Que, en su origen, remite a un concepto parecido. Porque oligarquía era para los antiguos griegos una clase gobernante que, a diferencia de una aristocracia virtuosa, se beneficia a sí misma. 

Para Milei, los enemigos son – en teoría al menos -, los dirigentes políticos. Para Evita lo eran las familias tradicionales y terratenientes. En ambos casos, el pueblo acompañó, ese diagnóstico maniqueo. El odio contra los privilegiados que causaron el dolor de la mayoría. Que le robaron lo que les pertenece.

Otra semejanza y tal vez la más evidente, es el oficio, y su origen. ¿Desde dónde saltaron al poder? ¿Milei y Evita eran militantes políticos clásicos? ¿Eran abogados? ¿Eran militares? ¿Eran médicos? ¿Eran intelectuales? No. Eran gente del espectáculo. Cada uno, a su modo, artistas. Evita, una figura de rango medio del radioteatro y el cine. 

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Milei, una figura mediática, de los programas más vistos del “prime time” de la televisión abierta. Son personas que así, ya habían llegado previamente a los hogares y a las familias. Ninguno era, claro, una super estrella. Evita no era Niní Marshall ni Milei es Santiago del Moro o Ricardo Darín. Pero el medio fue el mismo. 

Y también los atributos que hay que tener, y pudieron perfeccionar, para conmover, para indignar, para persuadir a las audiencias (futuros seguidores y votantes). Saben cumplir su personaje de teatro. No aburren. Son histriónicos. Encuentran el tono y lo modulan con habilidad. Reflejan emociones a flor de piel. Se conmueven. No se guardan nada. Pueden ser héroes y también abrir su corazón, como lo abrió Milei con Fantino después de ganar las elecciones: “este triunfo te lo debo Alejandro, que confiaste en mí, y me abriste las puertas del mundo del espectáculo, me diste cámara”. 

¿Cómo no iba a cautivar a los argentinos un artista como Milei? Una sociedad que vive la vida como una ópera. Que hace de todo un drama y una tragedia. Y los artistas populares, tienen, a propósito, esa cuota de plebeyismo – de, invirtiendo el emisor, la sigla de marketing más genial de las empresas locales “Yo te conozco” –, que la gente común siente con Milei. Milei llevó al pueblo a un estado de éxtasis artístico donde, como sucede en esos segundos sagrados, en esas campanadas de Tchaikovsky, se abstrajo y lo sigue haciendo, de los análisis racionales. 

Se conmueven. No se guardan nada. Pueden ser héroes y también abrir su corazón, como lo abrió Milei con Fantino después de ganar las elecciones: 'este triunfo te lo debo Alejandro' "

¿Algo más? Absolutamente. El contexto. Evita, el primer peronismo, fue percibido por una parte importante de la sociedad como una restauración de valores éticos, como una venganza encarnada en sus nuevos profetas, contra una política corrupta y decadente, y también como una esperanza económica después de la frustración de la década infame del '30, con las secuelas de la Gran Depresión, que golpearon la noción de país rico y de oportunidades con el que se concebían los argentinos. De hecho, la primera villa miseria argentina, la 31, surge en esa época.

El peronismo también rompió el clivaje político tradicional de ese entonces. Y tanto radicales como conservadores (como ahora macristas y radicales) se pasaron al bando justicialista. Por cierto: Martín Menem, Guillermo Francos, Daniel Scioli, Claudia Rucci, Victoria Villarruel. Serán todo, menos gorilas. 

 

Hay más conexiones: un vínculo de confianza – “yo le creo” -, sólido que conecta al líder espiritual con los sectores más pobres, particularmente trabajadores pobres, una sensación de escándalo, de no puede gobernarnos este tipo, de qué vergüenza, de parte de los bien pensantes, la gente más educada y políticamente correcta; una relación compleja y de desprecio de la figura paterna; un hermano en el gobierno; una dimensión político religiosa de la jefatura, las alfombras rojas en sus giras internacionales, verdaderas exhibiciones junto a los íconos de la derecha global, ya sea Elon Musk, Francisco Franco o sus discípulos del siglo XXI de Vox. 

Hay que hacerse cargo de lo que somos. Una sociedad, en definitiva, que considera repulsivos a quienes pretenden alcanzar acuerdos, a los que ven matices, resignan y acercan posiciones, a los que dialogan y debaten con respeto. Eso es Larreta. Eso es Roberto Lavagna. Así les fue. Quisieron ser presidentes de una de las pocas naciones donde todas esas cualidades engendran sospechas, son disvalores, manchas y merecen el mote, el estigma de “tibio”, “pecho frío”. 

La misma condena con la que cargaría Lionel Messi si no hubiera triunfado en el Mundial de Qatar. A Milei, como es, gobernando a este tipo de pueblo vehemente y exagerado, le puede ir bien. Sombra Terrible de Facundo. Sombra Terrible de Evita. 

*Lic. en Ciencia Política.