CULTURA
TENDENCIA SOSTENIDA

El caminar como una de las bellas artes

Frente al nocivo entramado tecnocultural que tiende a pulverizar nuestros sentidos, se imponen en distintas ciudades del mundo –en sintonía con una vasta bibliografía– caminatas contemplativas que simplemente atraviesan las calles, buscan el encuentro entre ciertos lugares y la obra de los grandes escritores o desarrollan nuevas formas de narración sobre el tejido urbano, el arte y el pensamiento.

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| Pablo Temes

La civilización moderna se mueve en autos, trenes, barcos, aviones o incluso bicicletas. Ante esto, los pies son el modo más primario de andar. El arte de caminar genera hoy cada vez más adherentes; esto lo testimonian muchas publicaciones y prácticas urbanas orientadas a la movilidad de las propias piernas o la continuidad de las peregrinaciones en numerosas partes del mundo.

En Buenos Aires, se alientan caminatas contemplativas que, en silencio, atraviesan las calles, o el modo del caminar que busca el encuentro entre ciertos lugares y la obra de los grandes escritores, o formas de narración sobre la ciudad, el arte y el pensamiento que, quien esto escribe, también ocasionalmente propone.

Del caminar dimana el placer de moverse por el propio impulso. Es el apoyarse firme en la tierra mientras el cuerpo atraviesa el aire preñado de los ruidos urbanos, la humedad de las lluvias o de los reflejos de los días soleados, las nubes o las estrellas no percibidas en las noches. Frente a lo tecnocultural actual, el simple andar con los pies es lo natural ante el exceso tecnológico.

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Las pantallas móviles nos hechizan como la cobra a su víctima. Nuestra atención se comprime cada vez más entre bits, pixeles, imágenes y videos en línea; y ahora las destrezas cognitivas de la inteligencia artificial. El caminar recupera la realidad extrapantalla, los caminos de cemento y asfalto, o de tierra, hierba y arena. El andar en el mundo extenso.

Y en nuestra época crece el caminar como experiencia saludable, como recuperación del diálogo entre las personas reales, como impresión de libertad por el andar. Por ejemplo, en Bogotá, todos los domingos y días festivos se clausuran más de 120 kilómetros de calles al tránsito para la libre circulación de peatones y ciclistas entregados al disfrute de un aire distinto. En Nueva York, en el evento Summer Streets, por tres sábados consecutivos en verano, en más de diez kilómetros de calles, solo se permite el fluir de quienes se mueven con bicicletas o sus propias piernas. En Londres, el evento The Big Walk propone a los londinenses largas caminatas temáticas que remiten a la historia, la naturaleza o la cultura. En la avenida Paseo de la Reforma, la avenida más emblemática de la Ciudad de México, los domingos se convierten en vía amigable para los caminantes. O en Barcelona, la actividad de los Camins Escolars, un programa que estimula la caminata como medio de arribo a la escuela. Se busca que los estudiantes, acompañados de sus padres o en grupos, se trasladen a pie, a fin de disminuir el tráfico y la contaminación del aire en torno a los colegios.

 

Las publicaciones sobre el caminar, y el camino sagrado. Una inadvertida era del caminar se deduce de las numerosas publicaciones en el siglo XXI sobre el andar a pie. Por ejemplo: Wanderlust: A History of Walking (2001), de Rebecca Solnit, de Peguin Books, aclamado libro sobre la historia cultural del caminar y sus ramificaciones en las peregrinaciones, o los flâneurs urbanos;  The Lost Art of Walking (2010), de Geoff Nicholson, Paperback; Caminar (2019), de Erling Kagge, editorial Taurus; aquí el explorador y filósofo noruego medita sobre el caminar y su fuerza de brindar serenidad y generar conexión con el mundo circundante; o Elogio del caminar (2019), de Shane O’Mara, Anagrama; y Thinking on My Feet (2020), de la presentadora de televisión y amante del aire libre Kate Humble.

También: Caminar: una filosofía (2020), de Frédéric Gros, Cossetánia Edicions; y El arte de caminar: Reflexiones sobre una práctica vital (2018), del conocido sociólogo y antropólogo David Le Breton, editorial Siruela.

O la obra del gran pensador del bosque, Henry D. Thoreau, El arte de caminar: Walking, un manifiesto inspirador (2020), de Ned Ediciones; o del esencial escritor escocés, tan querido por Borges, Robert Louis Stevenson, y el ensayista inglés William Hazlitt, Caminar (2018), publicado por Nórdica.

Libros que recuperan la propia movilidad corporal. David le Breton, en su obra antes mencionada, afirma: “Seguramente, nunca se ha utilizado tan poco la movilidad, la resistencia física individual, como en nuestras sociedades contemporáneas. La energía propiamente humana, surgida de la voluntad y de los más elementales recursos del cuerpo (caminar, correr, nadar...), hoy raramente es requerida en el curso de la vida cotidiana, en nuestra relación con el trabajo, los desplazamientos, etc.”.

El caminar no solo rescata el propio cuerpo sino también el desplazarse por los “caminos sagrados”, como el Camino de Santiago, en España, muy popular desde la Edad Media, y cuyo origen se encuentra en el caminar hacia el finis terrae, el fin del mundo, ubicado, aunque sin un consenso absoluto, en cabo Fisterra, donde los romanos creían que la tierra concluía y empezaba el océano. En su versión cristiana, el camino se extiende desde los Pirineos, por diferentes rutas, hasta la tumba del apóstol Santiago, en Santiago de Compostela, Galicia; o el Sendero de los Apalaches en EE.UU., 3.500 kilómetros aproximadamente entre las montañas de los Apalaches, desde Georgia hasta Maine; el Camino del Inca a través del paisaje andino hacia la ciudadela de Machu Picchu, en Perú; el Sendero de los Grandes Parques Nacionales, en Australia, de reluciente belleza natural entre el Parque Nacional de Grampians y el Parque Nacional del monte Flinders.

O el Camino de Kailash, en el Tíbet, de 52 kilómetros por los que discurre la peregrinación que rodea el monte Kailash. La caminata, que es realizada cada año por miles de personas, debe durar un solo día para ser eficaz, lo que supone 15 horas a paso normal; por eso muchos deben abandonar. El Kailash es lugar sagrado para las tradiciones hinduista y budista, que sostienen la creencia de que dar una vuelta completa a la montaña reaviva el espíritu y confiere buena fortuna. En 2003, Werner Herzog filmó el documental La rueda del tiempo, que recoge pormenores de la especial caminata religiosa.  

El Camino de Kumano, vinculado al sintoísmo y budista, conduce a la exuberancia natural, baños termales tradicionales y santuarios en la región de Kii, en Japón. Este camino, junto con el Camino de Santiago de Compostela, ya referido, son las únicas rutas de peregrinación declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.  Y el Camino de Shikoku, peregrinación budista en la isla de Shikoku, también en la tierra japonesa; una larga senda que comunica con 88 importantes templos. Las caminantes van de templo en templo con el anhelo de beneficio espiritual y purificación.

 

El pensador del bosque y el ensoñador francés. Henry David Thoreau, el pensador del bosque, por dos años permaneció en el Lago Walden, en Concord, Massachusetts, entre 1845 y 1847. Construyó una cabaña y vivió con un estilo de vida simple y autosuficiente. Su experiencia la recogió en Walden, la vida en el bosque.

En su obra Walking, expresa su percibir geopoético del paisaje y la biosfera. Al caminar, respiró la naturaleza salvaje como alimento espiritual.

El deambular entre árboles, rocas y prístinos arroyos, y la cercanía de los animales, es sensitiva conexión con la naturaleza; es instinto de identificación con el entorno natural que escapa de la sociedad industrial, y ahora del encierro digital. Es simplicidad y serenidad ante el agobio cotidiano.

El caminar en el seno de lo biodiverso fortalece el cuerpo e incrementa ideas e intuiciones antes escondidas. Y caminando, el paisaje y su belleza se conectan con el arte. Por eso, Thoreau escribe: “Para mí (el paisaje), es más hermoso que cualquier obra maestra de arte. La tierra es un arte más fino de lo que la mayoría de los artistas supone”.

Y Thoreau, como antes en la cita de David Le Breton, sabe que el andar sobre los pies es nuestro ritmo más ancestral: “El caminar…, es un arte tan antiguo como el de construir, y aparece en el momento mismo en que el hombre pone un pie por delante del otro”.

Y otro espíritu inconformista y crítico, Jean-Jacques Rousseau, de múltiples obras de aguijón inquisitivo, se entregó a la caminata edificante en Sueños de un paseante solitario (Les réveries du promeneaur solitaire, 1782). Aquí narra sus ensoñaciones durante sus paseos solitarios a campo abierto, cerca de praderas, vivaz vegetación y montañas. Encuentro con el entorno natural, alivio a su indignación por las perversiones de la sociedad. El Rousseau que tanto pontificó lo auténtico contra lo artificial, frívolo e hipócrita, en el caminar se zambulle en un solitario rito de autenticidad y simplicidad; y también de inspiración e interrogación por el sentido de la vida.  Así, “me siento más cercano a la naturaleza que a la sociedad humana. En la naturaleza, encuentro una simplicidad y una sinceridad que a menudo están ausentes en las interacciones humanas”.

La soledad del caminar no es conciencia de la angustia sino “el estado en el que mejor puedo escuchar la música de mi propia existencia, no interrumpida por el ruido y las distracciones del mundo exterior”; es la oportunidad de “reflexionar sobre mis pensamientos más íntimos”. Y la felicidad no es reconocimiento social o riqueza sino “resultado de vivir en armonía con uno mismo y con la naturaleza que nos rodea”. Un bien que el caminar hace más visible.

 

Aristóteles, Nietzsche y Kant.  Entre sus muchas virtudes, el caminar es posibilidad del pensamiento en movimiento. Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, no subraya el caminar directamente como acción virtuosa en pos de la felicidad (eudaimonía) mediante el hábito de actuar conforme a la razón, y por medio de la experiencia que repite las acciones virtuosas. Sin embargo, Aristóteles fundó su escuela filosófica El Liceo; y sus discípulos, los peripatéticos, caminaban y paseaban en torno a su escuela mientras discutían y debatían. El término “peripatético” viene del griego peripatetikos, que significa “caminante” o “paseante”. En esta práctica del pensar al caminar subyace la convicción de que el movimiento y la actividad física son esenciales para el desarrollo intelectual. Y en su obra Política, Aristóteles también mantiene que el ocio pensante y el ejercicio físico son ruta cardinal hacia la excelencia.

Nietzsche, por su parte, el filósofo del martillo, estimó el caminar como esencial en la gestación de su pensamiento. El filósofo realizaba largas caminatas entre paisajes naturales y montañas, en los Alpes suizos y la costa italiana. El ritmo del caminar aclara la mente, aproxima a la naturaleza, renueva el vigor intelectual. Para Nietzsche, entonces, el movimiento de los pies es experiencia estético-filosófica. Algunas de sus ideas más hondas afloraron durante el caminar solitario, como la idea del eterno retorno, que gravita fuertemente en Así habló Zaratustra, su obra en la que la figura del “caminante” deviene metáfora de vida activa y fuerza superadora.

Immanuel Kant, el gran filósofo de la Crítica de la razón pura, en el siglo XVIII practicaba con idéntico rigor el pensar y el caminar todos los días, en el mismo horario, por las calles de la ciudad de Königsberg. Algunas de sus ideas se encendieron en su mente al compás de sus pies.

Baudelaire y Benjamin en París. A medios del siglo XIX, París respiraba ya como ciudad de masas. El poeta simbolista posromántico Charles Baudelaire, el de Las flores del mal, encontró en el caminar un antídoto contra la mecanización de la vida. Un marchar entre las calles parisinas, por un andar a la deriva, que busca lo inesperado en cada vuelta de esquina. La actitud del flâneur, un modo distinto de ser en la ciudad, un atender a las particularidades, contrastes, ecos sobrevivientes del pasado en el presente. Caminar sin un destino determinado, como acción inútil que desbarata la utilidad económica y concede libertad exploradora.

Walter Benjamin resonó con el literato francés. París lo deslumbró. En su inacabado Libro de los pasajes afirma: “Correr no constituye ningún modo nuevo de andar, sino un caminar de manera acelerada. La danza o el andar como si se estuviera flotando, en cambio, consisten en un movimiento del todo diferente. Únicamente el ser humano es capaz de bailar”.

Los surrealistas también buscaron un caminar por una urbe rebosante de leyendas y resonancias laterales. Luego, Guy Debord, el autor de La sociedad del espectáculo y creador del situacionismo, la construcción de situaciones como experiencias liberadoras de la alienación cotidiana. Para la deriva situacionista, el acto del caminar es exploración libre e intuitiva del espacio urbano. 

Borges y Stevenson. Como un flâneur, Borges deambulaba por Buenos Aires. En su narración Sentirse en muerte, incluido en Historia de la eternidad (1935), al autor de El sur aspira una sensación de eternidad durante un “caminar al azar” en la intimidad de un barrio. 

Y su amado Robert Louis Stevenson diferenciaba el pasear del caminar: “Pasear es un entretenimiento distinguido, burgués, ocioso, elegante…; caminar es más bien algo instintivo, natural, salvaje. Pasear es un rito civil y caminar es un acto animal. Pasear es algo social y caminar, algo más bien selvático, aunque sea por las calles de una ciudad”. El caminar así es recuperación de una movilidad primaria, “animal”, “selvática”, una liberación de fuerza vital que transmite una reconfortante experiencia de autonomía.

 

Las muchas huellas del caminar. El caminar siembra sus huellas de distintos modos. El andar como actitud saludable, gratuita, sin los gastos de los gimnasios; el ejercicio aeróbico, la reducción del estrés; el fortalecimiento muscular; la mejora cardiovascular, antídoto contra la depresión por un mejor ánimo inducido por la generación de endorfinas, y el bienestar físico y mental anudado con una sensación de flotación o ligereza al marchar, de un avanzar, erguido, entre la tierra sólida y el cielo intocado.

Caminar es el reencuentro con los entornos urbanos o naturales; la percepción derramada hacia los detalles de las ciudades o la contemplación, al andar, de la efímera figura de las nubes en la piel de lo alto, o las ramas de los árboles que se mecen por el viento.

El caminar como práctica de introspección, meditación y sabiduría nos recuerda a los peripatéticos, en Occidente. Y en Oriente, en la cultura japonesa, el kinhin, una práctica del budismo zen como meditación en movimiento, un avanzar lento, con una respiración consciente, en círculos en una sala, que simboliza la continuidad y la interconexión de todos los seres. Y el deseo de conexión con el mundo espiritual por la caminata de la visión, entre los nativos americanos; algo semejante al sentido de fusión espiritual de la caminata del tiempo del sueño, en la cultura aborigen australiana.

Grandes caminantes también buscaron el conocimiento de la naturaleza mediante el caminar atento y asombrado.

Charles Darwin, durante su expedición en el HMS Beagle, realizó largas caminatas para conocer la geografía y las especies, como matriz de la teoría de la evolución. John Muir, el gran naturalista conservacionista, el padre de los parques nacionales de Estados Unidos, caminó por California y Alaska; Gandhi, en el proceso de independencia de la India, hizo de las grandes caminatas un medio de protesta pacífica que erosionó el poder británico, como los 300 kilómetros de la Marcha de la Sal, en 1930. 

El largo caminar de las legiones romanas o las falanges macedónicas de Alejandro Magno fue parte de la construcción de sus imperios; o la aventura del ingreso a territorios desconocidos de los viajeros y exploradores. El caso de Ibn Battuta, el viajero y explorador marroquí del siglo XIV; Marco Polo, que caminó desde Venecia a China (aunque esto es discutido hoy por los historiadores); o Hiram Bingham, quien luego de mucho caminar descubrió Machu Picchu, la ciudad perdida de los incas. Y el cineasta alemán Werner Herzog, antes mencionado, hizo su gran caminata épica, narrada en Del caminar sobre el hielo.  En 1974, su amiga, la crítica de cine Lotte Eisner, estaba enferma, y para visitarla caminó desde Munich a París; unos mil kilómetros, en un duro invierno. O Jean Béliveau, que caminó alrededor del mundo; entre 2000 y 2011, recorrió 75 mil kilómetros por 64 países.

Los peregrinos en los caminos sagrados, los escritores y pensadores, los viajeros y exploradores, o los caminantes en las ciudades del ritmo veloz, o las playas o los bosques. Una gran comunidad silenciosa de los practicantes del arte de caminar. El movimiento que, paso a paso, avanza por el mundo.

 

*Filósofo, docente, escritor, su último libro, La red de las redes (Ediciones Continente), web https://estebanierardo.com/ con acceso también a canal cultural en YouTube.