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Esteban Ierardo, extender la conciencia más allá de las redes digitales

El avance sin precedentes y la aceleración en los cambios exponenciales que experimenta nuestro siglo en materia digital hace que, con inapelable seguridad, podamos quedar atrapados en una intrincada telaraña sin que siquiera lo advirtamos. Sus anomalías engendran y promueven posturas oscuras alimentadas por la “posverdad”, la “polarización”, el “negacionismo”, la “conspiranoia” y las “fake news” que suelen terminar en violencia, segregación y sufrimiento. En dichos del filósofo Esteban Ierardo “nos enferman”.

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El filósofo. La línea de pensamiento de Ierardo trasvasa las fronteras de la crítica sobre la tecnología para dar vida a la cavilación, a la demora, a la contemplación, para la toma de conciencia. | cedoc

El escritor y filósofo Esteban Ierardo, dentro de su vasto trabajo que atraviesa múltiples senderos, nos trae en esta ocasión su último libro La red de las redes. Entre lo virtual y lo real, presentado por Ediciones Continente. Huelga decir además que es autor de obras como: El agua y el trueno. Ensayos sobre arte, naturaleza y filosofía, Sociedad pantalla. Black Mirror y la tecnodependencia y La sociedad de la excitación. Del hiperconsumo al arte y la serenidad, entre muchos otros títulos. Su línea de pensamiento no se detiene solamente en una crítica meramente descriptiva sobre la tecnología, sino que trasvasa sus fronteras llevándonos a orbes incontables para dar vida a la cavilación, a la demora, a la contemplación, para la toma de conciencia de que sigue existiendo otra realidad posible y que la podemos, no solo rescatar del olvido, sino aprehender con la integridad de nuestros sentidos y de nuestro ser.

Todos sabemos qué son las “redes”. Por lo general, y con razón, las asociamos principalmente con el paradigma digital. Facebook, Instagram, TikTok o Youtube, para mencionar algunas de ellas, con probabilidad trastornan nuestras percepciones condicionando los anteojos con los que observamos al mundo. Éstas conforman engramas interminables de conexiones algorítmicas que, como si fuesen un entramado neuronal, se encadenan de manera colectiva buscando un factor común. Sin embargo, más allá de sus bondades, las redes digitales presentan conjuntamente serios peligros. La desmaterialización del sujeto es un riesgo claro. La temible profecía de Martín Heidegger, quien expresara “cuando el tiempo sea solo rapidez”, se está cumpliendo. La pérdida de la sensación temporal y la sustitución de identidades exhibe problemas tanto jurídicos como éticos y, por supuesto, filosóficos y existenciales. En otras palabras, el avance sin precedentes y la aceleración en los cambios exponenciales que experimenta nuestro siglo en materia digital hace que, con inapelable seguridad, podamos quedar atrapados en una intrincada telaraña sin que siquiera lo advirtamos. Sus anomalías engendran y promueven posturas oscuras alimentadas por la “posverdad”, la “polarización”, el “negacionismo”, la “conspiranoia” y las “fake news” que suelen terminar en violencia, segregación y sufrimiento; en dichos del autor “nos enferman”. Concomitante a ello se hace evidente el retroceso en la calidad humana, en la sustentabilidad de la sociedad y en la ausencia de solidaridad como verdadero interés por los demás. Esta paradoja, lejos de ser inocente, es entendida como una consecuencia directa de nuestras nuevas perspectivas epocales. No obstante, Ierardo se cuida de no caer en el pesimismo manteniendo un claro equilibrio que nos invita a pensar por nosotros mismos en vez de ser pensados. Escaso ejercicio en la actualidad. Razón por la cual propone con maestría que también hay otro tipo de redes que, a lo largo del ensayo, nos aproxima a la introspección.

Entre esas redes poco asumidas que se esfuerza por destacar, por intermedio de un profundo ejercicio intelectual nutrido con giros literarios que rozan con los callejones del arte y la mitología, nos trasporta a otro modelo de unidad que se entreteje de forma perenne: la totalidad cósmica. Para ello necesitamos colocarnos en un estado de conciencia que llama “extendida”. No es necesariamente la res extensa cartesiana, sino es la valoración posicional de nuestra entidad subjetiva sobre ella como existencia profunda, como apreciación de un mundo externo que no deberíamos soslayar. Habla de la recuperación cierta del espacio real, concreto, experiencial, donde vivenciamos y comprobamos la condición de estar vivos y sentientes en medio de la obvia naturaleza. 

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Esta clase de conciencia implica un “modo de pensar que se extiende y proyecta a las redes mayores del ámbito físico”. En otros términos: “ser consciente de la unidad”. Unidad que incluye a las relaciones entre los seres, entre los animales y los humanos hacia su plenitud hasta desembocar en la inmensidad celeste. Quiere decir que hay otros niveles que constituyen nuestra vida abarcando todo aquello que entendemos como realidad. Y es allí que el concepto de “redes” adquiere verdadera relevancia. Lo que nos hace despertar del letargo de lo metálico, de lo virtual, y que nos coloca cerca de fecundas miradas. 

En su camino argumental convoca, por ejemplo, a Heráclito, cuando nos ilustra sobre esa “naturaleza que ama ocultarse”, a Georges W. Hegel que declama la dialéctica de un Espíritu que se desarrolla hasta conocerse a sí mismo. Invoca además a David Hume y a Gilles Deleuze. Recorre los pasillos de esas bibliotecas interminables que imaginara Jorge Luis Borges, la física de Isaac Newton, la crítica de Heidegger, las imágenes simbólicas de Stanley Kubrick y la complejidad en Edgar Morin. Dicho sea de paso, nos avecina a otra potencialidad reflexiva en la cual no está ausente la mística, la estética literaria, igualmente su propio aporte de ficción que nos exhorta a la consideración infinita de aquella “otra red”, única en su especie, necesaria y luminosa que, a pesar de su fulgor, no todos pueden ver. 

El libro La red de las redes. Entre lo virtual y lo real, trata de pensar los crecientes procesos de deshumanización imperante, asimismo, la tecnología en constante evolución, aunque de una manera distinta. 

Me refiero a que es una bocanada de aire puro, es un punto de oxigenación intentando meditar en sus virtudes para no caer en el extremo de la tecnofobia. Pero, sobre todo, es un recogimiento sobre esa urdiembre omnipresente, cósmica, que está alrededor de nosotros, que nos abraza de modo inmanente, pero que al mismo tiempo misteriosamente nos trasciende. Para que recordemos lo que es importante y, desde luego, vislumbremos un futuro viable donde la realidad sentiente es todavía una opción posible.

*Filósofo, escritor, docente.