CULTURA
vigencia y legado

Forever Jung

Es considerado una figura medular en los albores del psicoanálisis junto a Sigmund Freud. Sin embargo, la separación entre ambos se generó en 1913 cuando el suizo denominó su propia doctrina “psicología analítica” y luego “psicología compleja” para diferenciarse del médico austríaco. Controvertido y polémico, tildado incluso de “rabiosamente” fascista, Carl Gustav Jung (1875-1961) fue sin dudas uno de los intelectuales más destacados e influyentes del siglo XX. El 150° aniversario de su nacimiento –junto a la reciente publicación en nuestro país de ‘Los libros negros’– resulta el momento propicio para repasar la vida y sobre todo la obra de un pensador total.

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El 150° aniversario del nacimiento de Carl Jung, una figura preponderante junto a Sigmund Freud durante los años pioneros del psicoanálisis debería recordar, si se quiere, no solo este suceso tan influyente en las sociedades occidentales sino, antes bien, a uno de los intelectuales más singulares del siglo XX. También, y esto se sigue de toda singularidad, no menos controvertido y polémico. Desde que dio a conocer su teoría de lo inconsciente colectivo –una noción que ha obtenido cierta confusa popularidad–, Jung fue blanco de serias objeciones e impugnaciones. El psiquiatra suizo Eugen Bleuer, quien tiene su lugar sobresaliente en la historia de la psiquiatría y del psicoanálisis, su primer maestro, ya no confiaba en él. Por la misma época (hacia 1913) que Karl Jaspers, médico y filósofo existencialista, negaba enfáticamente las ideas junguianas, Freud hacía lo propio, dado el desprecio de éstas por la lógica científica. Se lo acusó, además, por algunos errores suyos y malentendidos, de antisemitismo y de colaboracionismo con el régimen nazi. El pensador marxista Ernst Bloch, autor de El principio Esperanza y El espíritu de la utopía, lo calificó de “rabiosamente” fascista. Si bien Jung siempre se defendió de estas imputaciones, no cabe duda de que enturbiaron su obra y obstaculizó su recepción durante décadas.

El conde Hermann Keyserling, escritor filosófico de respetable fama en su momento y hoy olvidado, ha definido a Jung como “una mezcla de lo arcaico y lo moderno”, lo cual es una fórmula difícilmente superable. En gran medida, en eso descansa la fascinación que ha despertado –y despierta todavía– el pensamiento junguiano y su concepto de inconsciente colectivo, no personal, “libidinoso-religioso”, según sentenció Freud con cierta amargura. Salvando las distancias y la diferencias, no menores, esa conjunción de arcaísmo y modernidad ha sido lo que interesó a Walter Benjamin, como se registra en el Libro de los pasajes, donde hay varias entradas sobre y alrededor de Jung, no todas de tono crítico. Benjamin, por entonces, proyectaba trabajar en una investigación acerca de la conexión entre los arquetipos del inconsciente junguiano y los símbolos y mitos de Ludwig Klages, generados por la vida anímica, que abandonó disuadido por Adorno o Horkheimer (o por ambos). Como fuere, esa “mezcla” de lo arcaico y lo moderno continúa hoy ofreciendo, guste o no, una visión del mundo en franca oposición al “desencantamiento del mundo”, en términos de Max Weber, mediante un reencantamiento general e intempestivo de la existencia humana y del cosmos.

Carl Jung
Eugen Bleuler, Karl Jaspers y Ernst Bloch fueron reticentes de las ideas junguianas; Hermann Keyserling, Sigmund Freud y Walter Benjamin, sí valoraban sus postulados.

La propia vida de Jung, por otra parte, desde su infancia (su padre era pastor luterano, doctor en filosofía y asistente espiritual en Basilea de la clínica psiquiátrica Friedmatt) está puntuada por sentimientos religiosos, sueños iniciáticos, embrujos, vivencias de desdoblamiento, fantasías mitopoéticas de autocomprensión, premoniciones y episodios parapsicológicos. Aparte de los Siete sermones a los muertos escrito en 1916, transcribió sus experiencias entre 1913 y 1932 en una serie de siete manuscritos denominados Los libros negros –publicados en español por la editorial argentina El hilo de Ariadna, dirigida por María Soledad Costantini y Leandro Pinkler, y presentados el año pasado en el Malba (ver recuadro)–, a partir de los cuales Jung elaboró El Libro Rojo entre 1914 y 1930. La autobiografía Recuerdos, sueños, pensamientos, redactada en colaboración con la psicóloga junguiana Aniela Jaffé y publicada en 1962, en realidad, es solo parcialmente autobiográfica. El fenómeno paranormal más conocido (quizá no tan extraño) ocurrió en su casa familiar de Bottminger Mühle –se decía que habitada por duendes, según el biógrafo Gerhard Wehr– cuando estudiaba medicina en la Universidad de Basilea: de pronto, una mesa redonda de nogal se fracturó por la mitad, no encolada, en presencia de su madre, la hermana y la criada. Este tipo de rarezas y otras y su prematura curiosidad por el ocultismo y el espiritismo explicarían por qué la tesis doctoral en psiquiatría de Jung, dirigida por Bleuler, trata acerca de la psicología y patología de los llamados fenómenos ocultos, con lo que inició esa convergencia de lo arcaico y lo moderno que impresionó al conde Keyserling y no dejó de atraer a Benjamin.

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En esta etapa de su formación hubo, también, al margen de obras sobre espiritismo y lo oculto (o lecturas del misticismo de Swedenborg y magnetismo psicológico), algunos libros que influyeron en Jung. En primer lugar, Así habló Zaratustra y las Consideraciones intempestivas de Nietzsche (muy presente en la Universidad de Basilea a principios del siglo XX, donde había enseñado entre 1869 y 1879), la Dogmática cristiana del teólogo protestante de orientación hegeliana Alois Biedermann, Sueños de un visionario de Kant, Las variedades de la experiencia religiosa del psicólogo y filósofo pragmatista William James, Psychopathia sexualis del psiquiatra Richard von Krafft-Ebing (el primer tratado dedicado completamente a las perversiones sexuales), que decidió a Jung para especializarse en psiquiatría. Sin embargo, hay un libro más, decisivo en la biblioteca junguiana, que conoció ya trabajando como psiquiatra en la Clínica Burghölzli de la Universidad de Zürich, dirigida por Bleuler, quien le solicitó un informe sobre La interpretación de los sueños de Freud, de reciente publicación. Poco después, Jung profundizó sus conocimientos psiquiátricos en La Salpêtrière, prestigioso hospital-escuela ubicado en el extremo sureste de París –donde Freud había realizado su aprendizaje neurológico unos quince años antes bajo la tutela de Charcot–, con Pierre Janet, psicólogo y neurólogo reconocido internacionalmente. De regreso a la Burghölzli, Jung fue ascendido a médico jefe de la clínica y, en 1905, comenzó a ejercer la docencia en la Universidad de Zürich.

Biblioteca Jung
Biblioteca Jung

En lo sucesivo, a partir sobre todo de 1913, Jung comenzó a concebir la teoría de lo inconsciente colectivo, que abarca a toda la humanidad, sobre varios ejes sincréticos: sus experiencias personales, la psiquiatría, el psicoanálisis, la filosofía kantiana y las sabidurías religiosas y mitos de la historia de la cultura humana. Este último, por supuesto, es el lado arcaico de la psicología analítica junguiana y de allí proviene el reencantamiento del mundo que transmite. Se conforma de una amalgama, compleja y feérica, de elementos y categorías cosmogónicas del gnosticismo (o gnosis) –es decir, diversas sectas y teologías del cristianismo primitivo–, la mística cristiana (Jakob Böhme, Eckhart, San Juan de la Cruz, San Nicolás de Flüe y otros), el neoplatonismo, los textos filosófico-religiosos conocidos como herméticos o Corpus hermeticum (de carácter gnóstico y esotérico), la alquimia, los mandala, las mitologías antiguas y de diferentes pueblos, el budismo, el hinduismo, los relatos bíblicos, el Libro tibetano de los muertos (o Bardo Thödol), el I Ching (libro-oráculo chino), el taoísmo, las obras de Paracelso, el yoga kundalini, la Cábala, el Tarot, el arte, la poesía, los cuentos de hadas, las leyendas. En pocas palabras, lo inconsciente colectivo de Jung designa la relación entre la libido, en cuanto energía psíquica no meramente sexual, y las creencias religiosas, de tal modo que los símbolos y mitologías de éstas –los “arquetipos” o fuerzas primigenias– constituyen los estratos más profundos de lo inconsciente, los cuales condicionan o determinan el sentido del mundo, de la vida y el comportamiento de los seres humanos.

Dicho esto, hay que aclarar algunas cuestiones que pueden llevar a equívocos. El mismo Freud ya había descubierto el contenido arcaico-mitológico de lo inconsciente –los urphantasien freudianos, los “fantasmas originarios” de la especie–, a salvedad de que, al concentrarse en el inconsciente individual, enteramente superficial para Jung, descuidó lo inconsciente colectivo, universal y suprapersonal y habitado, por decir así, por arquetipos. La expresión archetypus se encuentra ya en Filón de Alejandría, un filósofo judío inclinado al estoicismo del siglo I d. C. y crucial en la evolución del cristianismo, y asimismo, en el Corpus hermeticum y los escritos de mística neoplatónica atribuidos a Dionisio Aeropagita, probablemente discípulo de Pablo de Tarso. De esta tradición Jung toma la palabra (una paráfrasis del eidos platónico), en cuanto indica que los contenidos de lo inconsciente colectivo son tipos arcaicos o primitivos, si bien solo indirectamente pueden aplicarse a las representaciones colectivas, como mitos y leyendas, porque más bien suponen patrones psíquicos, formas (eidos) vacías, que no han sido configuradas por la conciencia. O sea, el arquetipo como tal difiere de su realización histórica, y no poco. Si bien se manifiesta en sueños y visiones, se modifica de acuerdo con la conciencia individual en la que aparece.

Esto quiere decir que lo sucesos exteriores a la psiquis, en especial en el primitivo, a la vez proyectan, de modo invisible, acontecimientos psíquicos, y esto es cierto en Jung aun respecto de las religiones monoteístas predominantes, al menos hasta antes que se convirtieran, en la modernidad, en simples artículos de fe personal. No obstante, los íconos e imágenes religiosas occidentales u orientales, en un sentido amplio, reflejan la experiencia con la deidad, tanto como protegen de un contacto inmediato con ella (en cierta manera, el Deus absconditus de la teología apofática o negativa, no ajeno al pensamiento junguiano). El símbolo dogmático ayuda todavía más a reducir la emanación divina, sin que se pierda su significación, a un nivel tolerable para el humano. En rigor, desde los tiempos neolíticos, nunca le habrían faltado simbologías a la humanidad para defenderse de los fenómenos inquietantes que emergen desde lo profundo de lo inconsciente colectivo, hasta alcanzar el psiquismo. Se entiende, por eso, que Jung repruebe la iconoclasia de la Reforma, en cuanto fisuró las barreras de protección de los signos sagrados y colaboró, de ahí en más, para aniquilarlos, dejando indefenso al cristianismo. El empobrecimiento del simbolismo cristiano es, con mucho, la situación histórica que los arquetipos junguianos ponen en entredicho.

Biblioteca Jung
Biblioteca Jung

De hecho, el tema recorre, con insistencia, Los arquetipos y lo inconsciente colectivo (en alemán Die Archetypen und dar kollektive Unbewußte), publicado en 1959. Aquí Jung protesta contra la moderna desintegración de las imágenes sagradas del cristianismo, que equivale a la demolición de la espiritualidad occidental, a las que se reemplazan por ideas políticas y sociales vacías de principios elevados. De esa vacuidad nacerían –y algo de verdad irrefutable hay en ello– aprendices de brujo y enfermos que se atribuyen misiones proféticas. Así es que, en estas condiciones, la presencia invisible, lo numinoso, el pneuma (“soplo”, “hálito”, noción estoica y neotestamentaria), en una palabra, el pleroma (en griego “plenitud”, que en el gnosticismo nombra lo absoluto de la divinidad), cuyo acceso se hace posible a través de lo inconsciente colectivo, se revela como un espectro tenebroso y, por lo tanto, temible, cuando abriría a la psique ancestral. Ésta fluye de la conciencia moral y espiritual hasta el sistema nervioso simpático, que prepara al cuerpo para situaciones de peligro y controla la percepción, la actividad muscular y el funcionamiento cerebroespinal. De acuerdo con Jung, en cuanto este sistema fisiológico vive todo como interior, es la base de toda participation mystique.

En cualquier caso, no hay que confundirse. El reencantamiento junguiano del mundo no se parece en nada a la recuperación del paraíso perdido, ni a la llegada de la redención final para la humanidad. Al contrario. La intervención de los poderosos arquetipos en el mundo humano, más al fallar (o faltar) los muros simbólicos de contención de esas entidades virtuales, puede ser destructiva y maléfica. La primera prueba a la que se enfrenta quien se atreve a transitar por tal senda, más allá del inconsciente personal, consiste en desprenderse de su “persona” (del latín, “máscara”) y conocerse a sí mismo, vale decir, lo que Jung denomina la “sombra”, una parte viviente y autónoma de la personalidad de todo ser humano que no resulta factible eludir ni rechazar –forma parte de uno mismo– sin un alto costo. Por lo común, los humanos la evitarían mientras proyectan todo lo negativo de sí mismos sobre el mundo exterior, porque afrontarla (ni siquiera confrontar con ella) resulta totalmente desagradable. El encuentro consigo mismo se resume, en primer término, en conectarse con la propia sombra (para cada cual, siempre espantosa) y, si se soporta el shock, la reacción se dispone mediante las fantasías arquetípicas. El peligro de la aventura está en que entrar en lo inconsciente nos vuelve –por definición– inconscientes, por lo que se requiere, desde antiguo, fortalecer la conciencia con el fin de propiciar la eventualidad benéfica.

Los editores argentinos de Los libros negros, presentados en una colección de siete volúmenes y caja contenedora, que incluye un ensayo del cofundador de Philemon Foundation y especialista Sonu Shamdasani, enmarcan los cuadernos desde la perspectiva de la muerte de Dios, la desacralización del mundo, que tiene por consecuencia la destrucción ambiental, y la enajenación en la tecnología como síntomas actuales de la pérdida del alma humana. Desde ya, todo ello reafirma, con otras palabras, el reencantamiento junguiano del mundo, en una época donde el envejecimiento y el derrumbe de los símbolos sagrados que advertía Jung, aún bajo el poderío incólume de la modernidad, no se ha detenido o se ha acentuado. Al apagarse ese resplandor de la conciencia mítico-religiosa, según preveía, la oscuridad de lo inconsciente colectivo irrumpiría y entonces se desencadenarían grandes catástrofes. Tal vez esas visiones no se cumplan, tal vez sí, pero de ningún modo suenan, hoy en día, inverosímiles. Después de todo, como apuntó Borges (lector de Jung), no sabemos a qué género pertenece el universo, si al realista o al fantástico.

‘Los libros negros’, una revelación

R.R.

—Más allá del valor testimonial de la experimentación que realiza Jung sobre sí mismo, ¿cuál es la importancia de “Los libros negros” en la elaboración del pensamiento junguiano, qué lugar ocupa en éste?

—En Los libros negros nos encontramos con algo especial: una conversación del yo de Jung con su alma. Se muestra salvajemente el diálogo del ser humano con su profunda oscuridad. El texto muestra la operatividad del encuentro con el inconsciente, más allá de toda teoría. Sus intensos testimonios resultan una prueba viva de los escritos teóricos, como realidades psíquicas, no meros caprichos subjetivos, sino aspectos del inconsciente, que ha dejado de tener un carácter individual para abrirse a las potencias primordiales de lo colectivo. En su inmensa obra teórica publicada en el siglo XX, Jung profundizó en la psique humana trascendiendo las aproximaciones anteriores, hasta arribar al umbral entre la psicología y la religión. Su elaboración de los arquetipos brinda las claves para relación entre el ser humano y la dimensión de lo sagrado y lo esotérico. Y en estos libros, que se pueden leer como una novela simbólica demencial, se exponen con crudeza la peligrosa realidad del inconsciente y sus fuerzas primigenias.

—¿Cómo definiría la psicología analítica de Jung? ¿En qué difiere del psicoanálisis?

—Jung transgredió lo que Freud consideraba en su momento la piedra fundante del psicoanálisis: el carácter exclusivamente sexual de la libido. Para Jung la libido, de indudable contenido sexual, abarca una dimensión mayor. Es la totalidad de la energía psíquica y tiene un carácter direccional, responde al llamado del arquetipo del Sí Mismo, imagen de Dios en cada ser humano. La concepción junguiana del proceso de individuación revela, en un juego arquetípico, la relación de cada persona con la profundidad de su ser, en la que se pone en juego la lucha por el sentido de su vida. Toda esta ampliación de la psicología de la profundidad conlleva una nueva visión antropológica. La perspectiva del ser humano y su integración psíquica se amplían para abarcar la dimensión espiritual. Tal como lo denomina Bernardo Nante en toda su exégesis del legado junguiano. Se trata de la vocación humana, como el camino de llegar a ser quien se es auténticamente.

—Si Jung era un crítico de la modernidad, ya que a su juicio conducía a la pérdida de significado y propósito en la vida, ¿cómo se relaciona esto con nuestra época, ya posmoderna o tardomoderna?

—No es azaroso que Los libros negros hayan sido publicados recién en el siglo XXI. En ellos se encuentra un mensaje especialmente significativo para nuestra época. Si la humanidad no se reconcilia con su oscuridad interior, si no la integra, se condena a una autoaniquilación en términos planetarios. Tal lucha se despliega en el encuentro con el poder de lo sagrado. Jung ha podido intuir el problema fundamental de nuestra época y en estas fuentes tenemos materiales para nuestra transmutación.