A pesar de que el dólar no ayuda, hoy me permito una medida doble del single malt que vengo retaceando. Hay que brindar porque el Premio Hammett de la Semana Negra de Gijón que acaban de entregarle a Juan Sasturain por su novela El último Hammett, más que un reconocimiento es la constatación de que leerlo es fundamental para entender lo que ha pasado y sigue pasando en la novela negra, una de las vertientes más ricas de la literatura argentina de los últimos cincuenta años.
Juan es una de las personas más generosas que conozco: lo es como lector, como compañero de trabajo, como amigo y, sobre todo, como escritor. No esconde, no escatima sus pasiones. Están ahí para el que quiera verlas, y se hace cargo de ellas. El mejor ejemplo es esta novela maravillosa y múltiple, un compendio de las lecturas y las búsquedas de sus últimos cuarenta años, de su amor por el género y por la obra y figura de Hammett, sí, pero también de su amor por la literatura en general y el trabajo honesto y lúcido con la palabra.
Juan es una de las personas más generosas que conozco: lo es como lector, como compañero de trabajo, como amigo y, sobre todo, como escritor.
Por medio de textos que se espejan y distorsionan en otros textos, en esta novela Juan hace que Hammett y sus fantasmas hagan eco en los suyos (por nombrar una de estas reverberaciones, pienso en como la relación entre Hammett y el comunismo pone en juego la de Sasturain y el peronismo), y no los conjura para que desaparezcan, sino que los invita a la mesa para negociar con ellos, para darles entidad.
Eso hace que El último Hammett sea una novela de un orgullo activo, combativo, creador, en la que la melancolía revela su condición de verdad. Salud, entonces, porque este último Hammett también es el primero.