CULTURA
Debate

Libros digitales: ni libres ni gratis

En un grupo de Facebook donde se comparten libros en formato PDF, una conocida escritora publicó un descargo, pidiendo que no circularan los suyos. Libertad o derechos de autor.

20200502_selva_dipasquale_gabriela_cabezon_camara_cedoc_g
Libres o libros. (Izq.) Selva Dipasquale, poeta creadora de la página Libros Virtuales. (Der.) La escritora Gabriela Cabezón Cámara. | cedoc

Hace dos días, en Biblioteca Virtual, grupo de Facebook creado por la poeta Selva Dipasquale donde más de 15 mil participantes comparten libros digitales, Gabriela Cabezón Cámara publicó: “Hola querides. Me parecen muy lindas sus buenas intenciones pero les pido que no circulen mis libros. Les voy a dar un ejemplo de para qué sirven las regalías que tenemos por los libros. El año pasado me enfermé cuatro meses y no pude dar los talleres. Por ende, no tuve ingresos. Si no hubiera sido por las regalías de Las aventuras de la China Iron, que me llevó tres años de muchísimo trabajo, habría tenido que pedir limosnas. Ustedes pueden pensar que yo tengo que pedir limosna si me enfermo. Yo no”.

La recomendación generó comentarios, casi debate sobre los derechos de autor. El texto de Cabezón Cámara está en sintonía con la campaña respecto de la circulación de obras en formato digital por parte del colectivo Unión Argentina de Escritoras y Escritores (en Twitter: @uniondeescritor).

Como si estuviera mirando de reojo el futuro, el pasado lunes, el medio independiente español El Salto publicó un artículo de Brigitte Vasallo titulado: “¿Quién genera la cultura gratuita?”. Allí se lee: “Cultura gratis para que todas tengamos acceso a la cultura. El argumento, sin embargo, tiene trampa (…) La trampa es que, para hacerlo, revienta la producción, expulsando de ella a las pequeñas productoras locales. (…) Otra trampa, sin embargo, en el debate, es la confusión entre cultura e industria cultural. La gratuidad tiene consecuencias en el acceso a la cultura. No en su consumo, pero sí en su producción. Lejos de liberar los productos culturales, los discursos, deja su creación en manos de quien se la puede permitir. Libera el consumo, pero secuestra la producción, se la entrega de manera descarnada al capital, convirtiéndola en un lujo que solo algunos se pueden permitir”. Y a modo de cierre, Vasallo abre el abismo: “Así que tenemos un debate de fondo: ¿queremos que todos los productos culturales que nos alimentan provengan de la burguesía? ¿Queremos un arte cuya única experiencia de opresión de clase sea inventada, o un arte que solo responda a los intereses del amo y se vea obligada a silenciar las cuestiones que realmente apuntan al amo?”.

Según Fernando Soto, abogado de María Kodama, “el derecho de propiedad intelectual es un derecho humano, de protección por todos los organismos internacionales de DD.HH. Está muy bien que los autores protejan su obra y se opongan a la publicación sin autorización. Ahora bien, ello abarca a todos los autores, incluyendo a Borges. Nadie tiene derecho a publicar la obra de otro sin su autorización. Tampoco la de Borges, por supuesto”. La ironía: varios escritores hoy preocupados por el resguardo de sus libros digitalizados hace unos años defendieron a Pablo Katchadjian, demandado por reproducir sin autorización el cuento El Aleph.

Para Pablo Farrés, autor de El punto idiota, entre otras novelas, el escritor enfrenta una ética respecto de su obra: “No puedo imaginar que el tipo que trabaja en una fábrica de chizitos defienda al patrón que lo somete atrapando ladrones de chizitos en el supermercado del barrio. El tipo que produce el chizito y cobra un salario (que no le alcanza ni para comprar chizitos) diría: ‘No es un tema mío ir a cazar ladrones de chizitos, al fin y al cabo no son míos; son los dueños del supermercado y de la fábrica –y los aparatos ideológicos y represivos a su disposición– los que deberían preocuparse’. En fin, si mis derechos sobre el chizito producido ya fueron vendidos como mi alma al diablo, ¿por qué voy ahora a defender los derechos del diablo? Claro que todo el mundo tiene derecho a quejarse cuando se siente robado, el punto es contra quién está dirigida la queja –quién es el que de verdad te roba cuando te están pagando un mísero 10% del valor de venta de tu libro y encima de todo se arroga el lugar de definir qué es literatura imponiendo sus criterios comerciales como criterios de producción literaria–. Yo mismo trabajo en una fábrica de chizitos y no me alcanza para comprar todos los chizitos que necesito para vivir, por lo que –tengo que confesarlo– me he convertido en un conspicuo, orgulloso y acérrimo ladrón de chizitos digitales; no puedo vivir sin chizitos digitales, mi organismo no resiste ningún otro alimento, y si no existieran internet, el PDF o el e-book, creo que moriría de inanición”.

Libros ni libres ni gratis, entonces. Cuando termine este encierro, ¿existirá alguna librería donde comprarlos? ¿Quedarán lectores con capacidad de compra?