CULTURA
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Mauricio García Villegas: “En América Latina hace falta más ciencia y más poesía”

El doctor en ciencia política y ensayista colombiano presentó su libro “El viejo malestar del nuevo mundo” en el que se enfoca en las “emociones tristes”, su origen y cómo repercuten en instituciones débiles en la región.

Mauricio García Villegas 20230810
Mauricio García Villegas. | Nestor Grassi

El politólogo y ensayista Mauricio García Villegas va descamando la piel de América Latina para encontrar las razones culturales y emocionales que marcan su presente. En la región “hace falta más ciencia y más poesía”, aseguró en su paso por Argentina.

En su reciente libro El viejo malestar del nuevo mundo, García Villegas parte del concepto de “emociones tristes” de Baruch Spinoza. “Estas emociones malograban a las personas, las apocaban, las disminuían y él decía que había que tratar de evitarlas y yo uso ese concepto para hablar de los países, porque creo que a los países les pasa lo mismo que a las personas”, detalló el autor en diálogo con PERFIL.

“En América Latina estamos llenos de buenos proyectos, de buenas ideas, de buenas constituciones, de buenas leyes, pero muchas veces se estropean por las malas emociones como la desconfianza, el miedo, la envidia, el odio”, agregó y aclaró: “Las emociones no explican todo, pero explican muchas cosas”.

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Mauricio García Villegas es doctor en Ciencia Política por la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) y doctor honoris causa por la Escuela Normal Superior de París-Saclay, profesor en el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia y profesor afiliado en el Instituto de Estudios Legales de la Universidad de Wisconsin y en el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Grenoble. Entre sus libros destacan La eficacia simbólica del derecho, El orden de la libertad, The Powers of Law, Virtudes cercanas o El país de las emociones tristes.

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Mauricio García Villegas (Foto: Néstor Grassi)

El autor, como buen analista, en su ensayo pasa primero por la historia de España y para describir qué ocurría allí en la época de las colonias y encuentra algunas huellas para comprender el devenir latinoaméricano. Sobre la educación, García Villegas hubiera preferido que su formación básica hubiera incluido “la historia de Iberoamérica, con todo lo furioso y lo extraordinario que hay en ella”, aprender portugués “para poder hablar sin trabas con mis vecinos brasileños”, “que me mostraran cómo la colaboración puede ser más rentable que el egoísmo”, entre muchas pequeñas grandes cosas más que hubieran podido contribuir a otro presente en la región.

“Somos más como los españoles del barroco que como los españoles actuales“

Una de las ideas que defiende Mauricio García Villegas en su libro es que España dejó impreso en los habitantes de su colonia un estilo barroco que se sostiene hasta la actualidad. “En el libro sostengo que nosotros somos más como los españoles del barroco que como los españoles actuales. El barroco tiene dos connotaciones, una connotación que es la artística, pero también hay una connotación cognitiva del barroco, que es esa confusión entre la vida y el sueño”, explicó. “El ejemplo es Don Quijote que confunde lo real y lo imaginario”.

“Ahí también tenemos que hacer progreso y el progreso me parece a mí que es parecernos un poco más Sancho y menos a Don Quijote es decir, ser más pragmáticos, ponerle más ciencia al gobierno”, analizó el autor que con esa metáfora clarifica el concepto. Para el colombiano es necesario que la política sea más científica y “más ilustrada sobre todo”. “En América Latina se necesita más ciencia y más poesía, porque tenemos mucho de pseudociencia, si en algo se manifiesta nuestro subdesarrollo, es en los sistemas educativos”.

“Además tenemos una tradición hispánica que es de muy poco aprecio a la ciencia sobre todo las ciencias naturales, una tradición muy diletante que le encanta la filosofía y la ideología y la teoría política y el diletatismo y hablar en los aires sobre los aires además,pero que no tiene herramientas” , lamentó y concluyó: “Hay que mejorar las ciencias duras y bajarle un poco la dimensión especulativa a nuestras ciencias sociales”.

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Mauricio García Villegas (Foto: Néstor Grassi)

¿Qué ilusión o qué razón lo mueve a escribir libros como este? ¿Cree que la situación es reversible en América Latina?

Escribo sobre América Latina porque es el continente que más me interesa. Yo creo que la situación se puede revertir, el camino no es fácil, pero es posible porque las emociones tristes se desencadenan en buena parte por las circunstancias, no es que llevemos en la sangre las emociones tristes. Ellas son el fruto de ciertas circunstancias que nos conducen por el camino de esas emociones. Thomas Hobbes, el gran filósofo moderno, decía que cuando las instituciones funcionan mal eso desencadena en las personas las peores emociones: la envidia las ansias de gloria, los miedos, el resentimiento, sobre todo los miedos. Eso es producto de la falta de un orden, de un Estado que opere y que funcione y en América Latina hemos sido incapaces de crear instituciones que nos aplaquen y que nos cambien. El derecho y las instituciones tranquilizan a la gente y la vuelven moderada y le aplacan las emociones tristes a la gente. La gente se vuelve pacífica cuando sabe que las reglas son claras.

De todos modos usted nombró a Hobbes, pero su punto de partida es más amable con la humanidad, no es completamente pesimista.

Hobbes tenía esa percepción pesimista de la naturaleza humana, decía que si a las personas se las deja libres hacen desastres y eso conduce a la guerra civil, mientras que Jean-Jacques Rousseau pensaba lo contrario, que el ser humano es bueno por naturaleza, que no es necesario un Estado fuerte y que todos se pueden autogobernar. Yo creo que ambos tenían parte de razón, porque en el ser humano están las dos cosas: la bondad, el espíritu colaborativo, el deseo de de ser solidario con los demás, pero también están la la envidia, la codicia, las ansias de gloria, etcétera, que es lo que decía Hobbes. Y las instituciones que mejor se acomodan a ese tipo de naturaleza que tenemos que es ambivalente y llena de tensiones internas con ángeles y demonios por dentro, son las instituciones democráticas. Porque en la democracia constitucional hay normas suficientes para establecer el orden y para que unos no dominen a otros y para que haya seguridad en la sociedad y al mismo tiempo posibilidad de participación de florecer de colaborar como decía Rousseau.
Yo siempre he pensado que en un sistema despótico las personas tienen motivos para rebelarse, pero no tienen los medios y en un sistema democrático la gente tiene los medios para rebelarse, pero no tiene los motivos para rebelarse porque está contenta. Pero en sistemas políticos que funcionan mal, como los nuestros muchas veces, la gente tiene los motivos para rebelarse y los medios para rebelarse. Esos son los peligros del mal funcionamiento. Lo que se necesita son sistemas políticos que cumplan esas dos funciones la de Hobbes y la de Rousseau. Que sean legítimos, que la gente obedezca porque cree en ellos y, al mismo tiempo, que sean eficaces, es decir, que aquellos que desobedecen, los tramposos sean castigados y sean controlados, entonces orden y legitimidad, Hobbes y Rousseau, son dos elementos fundamentales del poder y del régimen político que funcionan bien.

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Usted, entre las peculiaridades culturales de Latinoamérica señala el “delirio”.

Acá existe una tradición política que cree demasiado en las recetas milagrosas, en las varitas mágicas, que podemos hacer de la sociedad un paraíso terrenal y de eso ha habido mucho en América Latina, tanto en la derecha como en la izquierda. Durante los setentas muchas guerrillas querían hacer sociedades ideales, igualitarias que terminaron en un desastre, pero también ha habido muchos conservadores, sobre todo católicos, que han querido hacer también paraísos en sus países y también han fracasado.

Usted nació en Manizales, en los andes colombianos y se fue a estudiar a Bélgica a los 23 años, ¿cómo percibió ese cambio?

Para mí fue una experiencia maravillosa, desde luego extrañaba mi familia y extrañaba cosas de mi país, pero esa falta era ínfima comparada con todo lo que yo estaba absorbiendo, fue una bocanada de aire fresco.
Yo creo que a muchos latinoamericanos viajar nos abre la mente, nos ayuda a dimensionar mejor nuestros méritos y nuestros defectos. Nos ayuda a ser más moderados y más racionales y a entender mejor el continente. Eso no quiero decir que uno no deba estar apegado a su terruño, yo creo que en el continente latinoamericano todos deberíamos estar muy apegados a lo local al sitio donde nacimos, a nuestras costumbres, a la gente, a nuestras montañas a nuestros mares y al mismo tiempo deberíamos estar más apegados al continente.

 

LT