CULTURA
jose pablo feinmann

“No hay por qué creer, ante todo, en la lucidez de las masas”

Reducido físicamente por un ACV, el filósofo y escritor José Pablo Feinmann adelanta en esta charla su próximo libro: “El carnaval del mundo”, una “novela pesimista”. Vinculado desde hace años al kirchnerismo, hoy critica la corrupción del último gobierno y considera que la figura de Cristina “fatiga”. Defiende a Hebe y dispara con dureza contra Macri y esa porción de la sociedad que lo votó.

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Reducido físicamente por un ACV, el filósofo y escritor José Pablo Feinmann adelanta en esta charla su próximo libro: “El carnaval del mundo”, una “novela pesimista”. Vinculado desde hace años al kirchnerismo, hoy critica la corrupción del último gobierno y considera que la figura de Cristina “fatiga”. | cedoc

El departamento es pequeño, no hay lujos. Lo que hay son muchos libros. Pero Feinmann cuenta que, por razones de salud, no está leyendo tanto como antes. También aclara que no quiere fotos porque primero quiere terminar de recuperarse.

Aunque a lo mejor también intuye lo que escribió Baudrillard: eso de que “hay como una muerte simbólica en el acto fotográfico”, y de que “el objeto no es el único que desaparece: el sujeto también desaparece al otro lado del objetivo”.  

Eso explicaría dos cosas: por qué no quiere fotos, pero también lo que dijo después: que nos da la entrevista porque “no quiero desaparecer del todo”, enunciado que, por cierto, tiene una terrible literalidad: últimamente bajó más de treinta kilos. Le cuesta moverse. Aunque, por suerte, no perdió un ápice de lucidez.  

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—Hace un año y medio tuve un ACV isquémico, lo que es un ACV de baja intensidad, pero es un ACV: no podía ni caminar. Ahora camino con un bastón, por lo menos. Tenía una parálisis en las piernas. Y tengo afectada la parte izquierda del cuerpo. Esta mano está muy dura, por ejemplo, me cuesta escribir a máquina: escribo con dos dedos, y para mí es iniciar una nueva vida esto.

—¿Pasaste por alguna situación así en algún momento?

—Sí, yo no tengo suerte con mi salud, porque a los 32 años tuve un tumor de testículos, y ahí después me dieron muchas radiaciones y me curé, pero tuve que esperar dos años y medio para estar tranquilo. Entonces estoy un poco cabrero con la vida, digamos. Porque si tuve ese problema del cáncer a los 32 años, agregarle un ACV a los 72, es mucho... Es mucho para una sola vida.

—¿Cambió en algo, en este tiempo, tu visión del mundo?

—Mirá, mi visión ya era muy pesimista. Ahora el pesimismo consigo ahuyentarlo con la escritura. Yo escribo y sigo escribiendo. Por suerte puedo seguir escribiendo, y eso me mantiene muy vivo.

Pero además de escribir, a veces se distrae un poco con la tele, aunque no abierta: tele de cable, aclara. “Miro partidos de fútbol: el Barcelona, el Real Madrid. Y miro también series, como mucha gente. Ahora estoy mirando Downton Abbey. En general miro series inglesas, como Inspector Morse, que la miro para acompañar a mi mujer, porque ella es fanática de eso”, dice, y también cuenta que tuvo que empezar a hacer algo que no había hecho nunca: ejercicio.  

Sin embargo, aquello con lo que verdaderamente consigue hacer más tolerable su convalecencia no es eso ni son las series, sino la escritura. Por eso vuelve al tema. Desde hace un tiempo, y como puede, está escribiendo un ensayo sobre “poder y sujeto” y dos libros de ficción. Cuando se recupere –en un par de meses más, calcula–, también tiene pensado dar cursos de filosofía.  

—Mi próxima novela se va a llamar El carnaval del mundo y es muy pesimista.

—¿En qué sentido?

—Muestra un mundo perdido en la violencia y la corrupción. Un apocalipsis nuclear.

—¿Algo tipo ciencia ficción posapocalíptica?

—No, esto sería preapocalíptico. Pero a través de la lectura de la novela se siente como pocas veces el apocalipsis. El apocalipsis está muy cercano para que todos esos personajes actúen como actúan.

—¿Y por dónde viene el apocalipsis?

—Bueno, hay un apocalipsis ético, ante todo. Y después hay un desdén por la vida, y hay una fascinación por la creación de armas.

—Ahora está ese dictador norcoreano amenazando con bombas de hidrógeno...

—Estamos pendiendo de un hilo. Hablamos mucho de acá, pero estamos a punto de una guerra. Y la próxima guerra no va a tener posguerra, porque... se van a pelear las almejas.

Feinmann sonríe, no pierde el humor, y cree que la literatura, de algún modo, no puede soslayar estos contextos: debe ser comprometida. Pero aclara que ese compromiso es más existencial que político, o sea, que no se trata de hacer literatura panfletaria, sino de dar cuenta del entorno, del contexto histórico y socioeconómico en que se está inmerso.

—Yo no digo que alguien tenga que afiliarse necesariamente a un partido político, de ninguna manera, al contrario, te diría: la verdadera libertad del escritor es la de no pertenecer orgánicamente a un partido político, porque ahí se pierde la libertad. Estas son polémicas un tanto pasadas ya. Yo creo que es inevitable que el escritor esté en estado de yecto en el mundo, ser-en-el-mundo, lo que dice Heidegger: el hombre es ser-en-el-mundo, así como es ser-para-la-muerte, porque va a morir, pero es ser-en-el-mundo porque está inevitablemente formando parte de un mundo que lo condiciona, y él condiciona también a ese mundo. Así que, o tomo una posición política abiertamente o la política se mete conmigo y en ese sentido mi posición política de silencio es una posición política que termina avalando el orden actual de las cosas.

—Recién nombraste a Heidegger, que es un filósofo que siempre mencionás y que postula, como recordaste recién, un ser-para-la muerte. ¿Cómo te llevás vos con ese ser-para-la-muerte?

—La idea de la muerte me acompañó siempre. Soy un viejo conocido de la parca. Siempre le temí mucho, sobre todo al dolor. Pero no pasé dolor en este proceso.

—¿Sos ateo?

—Soy agnóstico.

—¿Eso no cambió?

—Le tengo más bronca a Dios que antes.

—¿Pero creés en Dios?

—No creo en Dios.

—¿Tuviste la tentación?

—Toda mi vida. Yo fui profesor de Fenomenología e Historia de las Religiones. Toda mi vida..., pero siempre me dio la espalda. Además, creo en lo de Primo Levi: existe Auschwitz, no existe Dios. Eso lo dijo Primo Levi, y le creo. Además, soy agnóstico porque no sé si se puede demostrar o no la existencia de Dios. No se puede ser ateo... Uno no tiene pruebas ni de la existencia ni de la inexistencia. En cambio, uno tiene que estar abierto al sufrimiento humano.

—Sin embargo, uno no tiene pruebas de todo lo que cree...

—Eso es la fe. La fe siempre implica un salto. Vos con la razón llegás hasta cierto lugar, después si querés creer en algo tenés que saltar.

—Pero también se puede extender a otros casos que no tienen que ver con la fe. Casos políticos, incluso. Uno dice: a Maldonado lo llevó la Gendarmería, por ejemplo, y todavía no hay pruebas concluyentes, pero uno lo cree.  

—Sí, pero hay más pruebas de la desaparición forzada de Maldonado que de la existencia de Dios. Hay muchas más.

—¿Y cómo ves, por cierto, ese caso?

—Hay miedo porque ahora ir a una manifestación es un riesgo muy grande. Si desaparece uno, puede desaparecer cualquiera. Un desaparecido es la desaparición de miles, es la virtual desaparición de miles. Es muy grave esto de Maldonado. He escuchado programas que están cerca del macrismo protestar duramente por esta desaparición, y más que hay una imagen de la Gendarmería como la policía de Macri, o la policía de Patricia Bullrich.

—¿Qué evaluación hacés del gobierno de Macri a esta altura?

—No me gusta este gobierno, no me gusta que tenga tanta vocación por la represión, que hayan comprado tantas armas, no me gusta el neoliberalismo: soy un adversario del neoliberalismo, me parece que es una posición que lleva a expulsar a muchos seres humanos de la dignidad del trabajo, que reduce el trabajo y los hunde en una posición de no tener importancia dentro de la sociedad, de sentirse desvalidos, de sentirse inútiles, y esto lleva a muchos a la delincuencia: si no me quieren, yo no los quiero.

—¿Cómo analizás, entonces, el hecho de que hayan obtenido tantos votos, sobre todo acá en Capital?

—Bueno, no hay por qué creer, ante todo, en la lucidez de las masas. Yo creo que el votante de Capital lo que no quiere es votar al peronismo, y en su versión kirchnerista, sobre todo. Hubiera votado a otro si no estaba Macri. Todavía no aceptan y no quieren lo que hay enfrente de Macri. Entonces, habrá que trabajar mucho: habrá que conformar una fuerza y nuevos liderazgos. Nuevos liderazgos que puedan llevar al votante a decir: bueno, ahora sí puedo votar contra el ajuste. Pero todos los liderazgos están en cuestión en este momento.

—Hablás de nuevos liderazgos... ¿Quiere decir que Cristina sería un viejo liderazgo?

—Cristina es un liderazgo del cual mucha gente en este país está hastiada, agotada, cansada. Por otro lado, es la perpetuación de determinadas políticas populistas que han saturado a buena parte de la población, aunque son buenas, no son malas, porque son distribucionistas, y el librecambismo es antidistribucionista. Pero... creo que sí, que todavía la figura de Cristina fatiga. No le pongas esto de título a la nota.

—¿Cuáles son tus críticas hoy a la gestión de Cristina?

—Erraron en cosas que para mí acertaron. Las políticas de derechos humanos terminaron muy irritativas. Lograron explotar contra Hebe de Bonafini la relación con Schoklender. A mí me parece que merecía una atención y un trato más distinguido una luchadora como Hebe, a quien yo admiro mucho. Admiro mucho a las Madres: nos quitan la culpa, en gran medida, porque hubo alguien que se opuso en este país; en Alemania, no.

—¿Te parece que tendrían que haberla cuidado más?

—Tendrían que haberla cuidado más y respetado más a Bonafini. Pero la política de derechos humanos me parece extraordinaria.

—Y además de eso, ¿cuáles son tus otras críticas?

—Bueno, hay otros elementos negativos, como haberle puesto “Kirchner” al centro cultural. Con eso nunca estuve de acuerdo. También está el tema de la corrupción... Pero este país ha vivido siempre en

corrupción.