Kara Walker nació en 1969 en Estados Unidos. Si bien creció en California, en una comunidad integrada, a los 13 años se mudó con su familia a Georgia, cuando su padre aceptó un puesto en la universidad estatal de ese lugar, en el que había nacido en 1935.
Estas referencias biográficas de la pintora, grabadora, artista de instalaciones y cineasta estadounidense son para insertar en la cronología de la historia de la segregación racial y quizá dar una explicación más ajustada a los temas que trabaja en su obra. Por ejemplo, recordar que las leyes de Estados Unidos que avalaban la segregación racial fueron principalmente las leyes Jim Crow, un conjunto de normas estatales y locales que legalizaron la separación racial en el sur del país desde la posguerra de la revolución hasta mediados de la década de 1960. Estas leyes, justificadas por la doctrina “separados pero iguales”, imponían la segregación en lugares públicos como escuelas, parques, transporte, restaurantes y hospitales, despojando a las personas negras de sus derechos.
Es decir, para la vida de los Walker, para el padre y la madre, esta situación fue un tema vivido en carne propia. Incluso para Kara, esa mudanza fue un choque cultural: un marcado contraste con el ambiente multicultural generalizado que habían disfrutado en la costa de California, en Stone Mountain todavía había reuniones del Ku Klux Klan. En su nueva escuela secundaria, Walker recuerda que “me llamaron nigger, me veían como un mono”.
Con esta impronta aborda la historia de la esclavitud, la segregación y el racismo, al tiempo que explora las complejas relaciones de poder y deseos dentro de la sociedad. Sus representaciones visuales combinan formas simples y narrativas complejas para contar, por medio de historias visuales, temas de raza, género, sexualidad y violencia; hace uso de estereotipos, del color negro y contrastes altos, realiza instalaciones monumentales, reflexiona por medio de grandes monumentos sobre el valor del patrimonio y el significado histórico de la conmemoración y la memoria. Usa la animación en cortos de manera pedagógica e irónica. En sus trabajos hay humor, menos para reírse a carcajadas que para alertar sobre sus preocupaciones, que suelen ser emotivas y trágicas al mismo tiempo.
El siluetazo. Si la palabra silueta es un epónimo, término que se construye a partir del nombre de una persona o un lugar, en este caso del apellido de Étienne de Silhouette, ministro de Hacienda de Luis XV de Francia, podemos imaginar que ahora le pertenece a Kara Walker. No tanto para desplazar su apellido y reinventar el nombre, sino para conquistarlo de esa forma sutil y poderosa de contar la historia política, racial y cultural de esclavos y mujeres negras en Estados Unidos.
En particular, el ministro de Finanzas francés fue, además, sinónimo de tacañería. Tiempo de ahorro y austeridad hizo que este funcionario ajustara para equilibrar cuentas. Para ello, entre sus medidas fue la promoción de la práctica de recortar figuras en papel negro y reemplazar, de ese modo, los retratos pintados a óleo que la burguesía no podía hacerse, pero de los que tampoco podía prescindir.
Por su lado, Walker realiza murales utilizando esta técnica, que le presta servicio por partida doble. Es el refuerzo del color de la piel de los personajes que trae a su íntimo panteón, al tiempo que juega con adivinanzas al espectador sobre quién es quién en el universo de Walker.
En uno de ellos, que está en la pared de la gran sala de la Fundación Proa en la muestra que trae sus obras por primera vez a la Argentina, está la inigualable Joséphine Baker, que se reconoce por su contorno y su inconfundible pollera de bananas. Esta mujer, nacida como Freda Josephine McDonald en Missouri en 1906, fue una bailarina, cantante y actriz francesa de origen estadounidense, considerada la primera vedette y estrella internacional. Su vida es una concatenación de eventos extraordinarios que ella misma fue forjando. Logró escapar de una niñez paupérrima y maltratada en el epicentro de la discriminación y la esclavitud y llegar, casi de niña también, a Nueva York con una compañía de músicos, y de ahí a París, para transformarse en la diva, la inolvidable bailarina de los años 20 con su célebre danza en la que zarandeaba las bananas brillantes.
Desde esa posición, aunque parezca contradictoria, comenzó una tarea inmejorable para reivindicar derechos: de las mujeres, de las minorías, de los negros. Fue un icono musical y político internacional. Se le dieron apodos tales como la Venus de Bronce, la Perla Negra, la Diosa Criolla, la Sirena de los Trópicos y, sobre todo, la Venus de Ébano.
Fue una mujer rica e influyente, en un momento (entre los años 20 y 30) y en un lugar (París). Al mismo tiempo, en Estados Unidos, la actriz negra más importante, Hattie McDaniel, hacía el papel de Mammy, cariñosa esclava regordeta, en Lo que el viento se llevó, la película de 1939. Es que, para esa parte de Europa, lo primitivo era asociado a la cultura, y Baker se valió de eso, sin importarle una confusa recepción de sus bailes y sus actuaciones, para construir una sólida tarea de reivindicación.
Murió en París en 1975. Antes de eso fue espía francesa durante la Segunda Guerra Mundial, filántropa, recibió la Croix de Guerre por parte del cuerpo militar francés. Volvió a Estados Unidos para hacer una presentación y en el hotel le indicaron qué ascensor debía usar. A ella, justo a ella, que suspendió conciertos porque no dejaban ingresar a los negros y fue la primera mujer afrodescendiente en integrar una sala de conciertos en Estados Unidos y en convertirse en una animadora de fama mundial. Por último, pero no menos importante, en 2021 se convirtió en la sexta mujer y la primera mujer negra en formar parte del Panteón Nacional francés.
Con el Tío Tom y la Mammy. La mammy, como la del film antes mencionado, es un estereotipo histórico estadounidense que representa a las mujeres negras oprimidas, que realizaban tareas domésticas y estaban al cuidado de los niños. Mujeres corpulentas y sonrientes, serviciales y esclavizadas, forman parte de una narrativa de mujeres “contentas” dentro de la institución de la esclavitud entre la servidumbre doméstica. La caricatura de la mammy se vio por primera vez en la década de 1830 en la literatura proesclavista anterior a la guerra, como una forma de oponerse a la descripción de la esclavitud dada por los abolicionistas. Por su parte, una de las primeras versiones ficticias de la figura de la mammy es la tía Chloe en La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stowe, publicada por primera vez en 1852. Si bien Stowe escribió la novela desde una perspectiva abolicionista, con la intención de movilizar la opinión pública en contra de la esclavitud, hay muchas críticas sobre los personajes de la novela; especialmente Tío Tom, que perpetúa estereotipos raciales, como la idea de que los negros son pasivos, sentimentales o dóciles. La representación de Tío Tom puntualmente llegó a dar nombre a un término despectivo.
Para desmontar esta caricatura, como versión femenina del esclavo sumiso, Walker hace varias operaciones: pone el cuerpo copioso y superabundante de una negra en el centro de un retablo medieval, como una diosa, como una reina. Además, construye una gran figura de boca de labios carnosos y grandes pechos, una esfinge recubierta en azúcar blanca para contrastar con el color original del cuerpo. La instalación se llama A Subtlety, or the Marvelous Sugar Baby (La sutileza, o el maravilloso bebé de azúcar), fue exhibida en 2014 en una antigua fábrica de azúcar en Brooklyn y abordaba la historia del trabajo forzado en la industria azucarera a través de la figura arquetípica de la mammy. A su alrededor, niños realizados en melaza se iban derritiendo con el correr de los días de la exposición. La pieza fue destruida, podemos ver una gigantografía en esta muestra, con anhelo de que, en ese gesto, finalice un ciclo de violencia y racismo.
La larga marcha de Walker. El recorrido comienza por una serie de dibujos de mediados de los años 90, cuando aparece esta forma especial que tiene de renovar lenguajes artísticos e incorporar nuevas temáticas, para revisar en sus obras la tensión y las apropiaciones de la historia del arte y la cultura.
Al andar por las salas, se pueden reconocer perfiles que aluden al mito de Leda y el cisne, no como referencia precisa sino como interpelación sobre el poder y los límites: formas de engaño, bajo apariencias benévolas, referidas en la metamorfosis de Zeus para enamorar a la mortal Leda. Asimismo, un mito tan transitado por grandes clásicos como Miguel Ángel y Leonardo Da Vinci, entre otros. Las intervenciones en el espacio público, monumentos y patrimonio, la construcción de una narrativa que combina melodrama y pintura histórica en la gran tradición del arte.
Las referencias al océano Atlántico como el gran espacio de la trata de esclavos, los barcos que llevaron a sus antepasados de un lado al otro para desandar el comienzo de la historia de Estados Unidos, para ver un posible cierre en una foto muy emblemática: la de Stone Mountain. El lugar que fue sede de manifestaciones del grupo de odio terrorista supremacista blanco estadounidense de extrema derecha, conocido por promover, por medio de actos violentos y propagandísticos, el racismo, la xenofobia y el antisemitismo, así como la homofobia, el anticatolicismo y el anticomunismo, conocido como Ku Klux Klan (KKK). Una sociedad secreta creada en el siglo XIX, inmediatamente después de la Guerra de Secesión, por seis oficiales del Ejército de los Estados Confederados.
Por eso, en el discurso de Martin Luther King “Tengo un sueño”, menciona: “Que suene la libertad desde la Stone Mountain de Georgia”. Se sabe que esta montaña tiene el monumental grabado confederado y, por eso, la alusión a ese lugar tan emblemático para extender la paz y la libertad.
Aquí vuelve a aparecer Josephine Baker como hipótesis de cierre, como cita y referencia imaginarias. Porque si algo le faltaba, era haber sido la única oradora invitada en 1963 a la marcha en Washington DC por el trabajo y la libertad organizada por Martin Luther King. En su discurso, habló sobre la discriminación que sufrió en Estados Unidos, contrastándola con la libertad que experimentó en Francia, y animó a la audiencia a luchar por un futuro mejor. Baker, vestida con su uniforme de la Resistencia Francesa, pronunció un poderoso discurso el 28 de agosto de 1963, antes del icónico discurso de Luther King y dijo: “Ustedes saben que yo siempre he tomado el camino rocoso. Nunca tomé el fácil y, como sabía que tenía poder y fuerza, tomé ese camino rocoso y traté de desmalezarlo un poco”.
Ficha técnica
Kara Walker
Hasta el 16 de noviembre
De miércoles a domingos de 12 a 19
Visitas guiadas a las 15 y las 17
Fundación Proa
Av. Pedro de Mendoza 1929