CULTURA
75 años de “la vida breve”

Todo es imaginario

Antes de que lo hiciera la nouveau roman, con los nombres célebres conocidos (Michel Butor, Alain Robbe-Grillet, Claude Simon, Nathalie Sarraute), un uruguayo nacido en 1909 desobedecía las normas que habían venido rigiendo el género bajo el mandato del realismo e impugnaba anticipadamente la figura del narrador omnisciente, del personaje nítido e identificable con la persona humana que somos y conocemos, las ideas del personaje, la historia clara y el punto de vista único y seguro: Juan Carlos Onetti. Al cumplirse un aniversario de su publicación, el escritor y ensayista Mario Goloboff pone las cosas en su sitio.

26_10_2025_juan_carlos_onetti_cedoc_g
Cimas. Las publicaciones importantes de Juan Carlos Onetti comienzan con El pozo (1939); vienen luego Tierra de nadie (1941), Para esta noche (1943), otras novelas y memorables cuentos (“El posible Baldi”, “Jacob y el otro”, “Tan triste como ella”, “La novia robada”), en una vasta obra proseguida hasta su muerte, en la cual se mantiene una desusada y pareja calidad, aunque pueden reconocerse cimas como La vida breve (1950) y El astillero (1961). | cedoc

Uno de los frescos más intensos en los que se dibuja el mundo personal de la mujer y el hombre de este tiempo, sofocados por la ciudad alienante, por trabajos embrutecedores, por amistades y compañías difíciles, fue trazado por la narrativa rioplatense llamada “urbana”, encabezada por nuestro Roberto Arlt, continuada y enriquecida por el uruguayo Juan Carlos Onetti.

Las publicaciones importantes de Juan Carlos Onetti comienzan con El pozo (1939) (presumiblemente escrita, como muchos de sus relatos, en Buenos Aires, por su ambientación, por su lenguaje, y porque durante un tiempo anterior estuvo efectivamente viviendo en nuestra Capital); vienen luego Tierra de nadie (1941), Para esta noche (1943), otras novelas y memorables cuentos (“El posible Baldi”, “Jacob y el otro”, “Tan triste como ella”, “La novia robada”…), en una vasta obra proseguida hasta su muerte, en la cual se mantiene una desusada y pareja calidad, aunque pueden reconocerse cimas como La vida breve (1950) y El astillero (1961).

Acaso en El pozo estén ya en germen los temas y conflictos que Onetti desarrollará después; no casualmente el protagonista “escribe” y son sus “memorias”, como si esa tematización estuviese conteniendo un destino irrevocablemente asumido. A los cuarenta años, Eladio Linacero, encerrado en una habitación de conventillo, recuerda y relata su fracaso amoroso y vital. Allí se pregunta también por el propio y enigmático oficio, por sus ventajas y obstáculos, y se dice, como tomando una decisión inalterable: “Es cierto que no sé escribir, pero escribo de mí mismo”.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Respetado por Jorge Luis Borges y por Julio Cortázar, maestro reconocido por toda nuestra generación, como pocos escritores latinoamericanos Juan Carlos Onetti es un escritor parejo, y su abundante obra no presenta altos y bajos o caídas visibles. No obstante, sobresalen con nitidez La vida breve y El astillero. La primera (la primera novela del fácilmente llamado boom latinoamericano para el crítico estadounidense Donald Shaw, y que es considerada, casi unánimemente entre los escritores y los críticos, como el inicio de la “nueva novela latinoamericana”, “un libro abierto”, dijo siempre de él el propio Onetti), por la cual expresaba Ricardo Piglia su admiración y proclamaba la mejor novela americana hasta la aparición de Yo el Supremo (Augusto Roa Bastos, 1974), es la fundadora de la ciudad imaginaria Santa María (“la ciudad que yo había levantado con un inevitable declive hacia la amistad del río”). De ella supo decir Juan José Saer para su medio siglo: “No es a pesar sino gracias a sus notorias innovaciones, cuya pertinencia se ha hecho patente con la perspectiva de que disponemos casi ochenta años más tarde, que el Ulises de Joyce es un clásico. Es en este sentido también que debemos aplicar el término a la novela de Onetti. (…) Al igual que casi todas las obras literarias que cuentan en el siglo XX (…) a cincuenta años de su discreta aparición, La vida breve se ha transformado en un texto clásico”.

Entre otras virtudes, este texto original desobedece las normas que habían venido rigiendo el género bajo el mandato del realismo a ultranza, e impugna anticipadamente (antes de que lo hiciera el nouveau roman francés) la figura del narrador omnisciente, del personaje nítido e identificable con la persona humana que somos y conocemos, las ideas del personaje, la historia clara, el punto de vista único y seguro, es decir las “nociones caducas” que fueron atacadas y así tituladas por el nouveau roman poco después. Comodidad nominal que designa a escritores disímiles (Michel Butor, Marguerite Duras, Robert Pinget, Alain Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute, Claude Simon y otros), aunque unidos por la voluntad común de cuestionar los parámetros del realismo, la soberanía de la anécdota, la identificación personal de los personajes, el punto de vista de narradores omniscientes.

En La vida breve aparece, por primera vez de manera expresa, lo que será en adelante el núcleo espacial de su narrativa, la inventada ciudad de Santa María, mezcla de Buenos Aires, de Montevideo, de Paraná, de ciudad-puerto, vecina de una colonia suiza, centro geográfico y mítico de una secuencia novelística en la que seguirán cruzándose personajes y vidas que se inventaron y aparecieron antes, y que continuarán casi infinitamente

Onetti, en La vida breve, monta un plano sobre otro y otro, y otro, y en cada plano, superpuesto, juntado, intercambiable, amontonado pero en orden, van sucediendo movimientos que el lector debe desentrañar, y personajes que se van creando con la fuerza de los hechos. El cine no es ajeno a ese montaje, como se ve desde uno de sus primeros cuentos, “Avenida de Mayo – Diagonal – Avenida de Mayo”. Los personajes y las situaciones se van creando mientras se los enuncia, y se dice que se los enuncia y que aquéllos se van creando. La abundancia y precisión del detalle, que fue un índice y una marca del realismo, como para decir “he aquí la realidad”, abundando, sí, hasta la exageración (¿o la parodia?), transformando esa supuesta realidad en una masa informe e incorpórea.

Hay por lo menos tres vidas que el protagonista vive simultáneamente con sus situaciones y hechos respectivos. La del protagonista, Brausen (Juan María Brausen), la que Brausen inventa cuando es el Dr. Díaz Grey, quien mora y atiende en su consultorio de Santa María, y la que Brausen vive a través de la pared por la que escucha la voz y los movimientos de la Queca en el departamento vecino, y luego físicamente, para la cual crea también un personaje que la vive, clandestinamente, Arce. Esa era, expresamente, la idea de Onetti: “Yo quería hablar de varias vidas breves, decir que varias personas podían llevar varias vidas breves”. (...) “Al terminar una, empezaba la otra, sin principio ni fin”.

Finalmente, todo es imaginario. Y se muestra como tal. La vida breve es toda ella. Pero, especialmente, la de los personajes de la ficción. Que aparecen, desaparecen, vuelven, salen sin dejar rastros, nacen o mueren según la soberana voluntad del narrador. Se exhibe su construcción, la construcción de lo imaginario, desde el vamos. La anécdota, el hecho, la circunstancia, pueden ser cualesquiera, lo que interesa es el armado. Ahí reside el placer de escribir.

Nada gratuitamente, es inevitable señalar la musicalidad de la frase onettiana, que no cede jamás. Y que, solo comparable con la de Borges en la literatura escrita en español, agrega natural gusto a su lectura. La vida, es breve.