CULTURA
revelación

William Heath, un amor de juventud de Marcel Proust

Dos expertos de la obra del autor francés muerto en 1922 descubrieron que un amigo suyo podría haber inspirado el personaje de Charles Swann, uno de los protagonistas de “En busca del tiempo perdido”.

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Marcel & William. A izquierda, el escritor francés, autor de En busca del tiempo perdido, una de las obras literarias más importantes del siglo XX. Abajo, William Penniman Heath, “el amigo americano” de Proust. | cedoc

En 1869 se produce el Viernes Negro en la bolsa neoyorquina. En la especulación del valor de los bonos de reconstrucción (valores respaldados en el patrón oro del Tesoro norteamericano), que el presidente Ulysses S. Grant emitiera para superar las graves secuelas de la Guerra de Secesión, hubo un pequeño grupo de especuladores que hicieron fortunas. No eran ajenos al círculo de generales y financistas de los ganadores, tampoco al tráfico de influencias y el uso de técnicas mafiosas. 

Un agente de bolsa llamado William Penniman Heath, con antepasados militares (sobrino nieto del general William Heath, defensor de New York durante la independencia norteamericana), fue una fiel herramienta en la estafa, capitaneada por dos poderosos magnates vinculados a los ferrocarriles: Jason Gould y James Fisk (para serlo, el mismo Heaht había manipulado acciones ferroviarias en perjuicio de los Vanderbilt). Ambos salieron con pocas pérdidas de la estafa (a valor de hoy estimada en 4.732 millones de dólares) e inmunes en la investigación iniciada por el Congreso en 1870, no así Heath, que envió a su familia a Londres, para sumarse al refugio y radicarla en París tres años después. La esposa, cuyo nombre de soltera era Elisabeth Bond Swan, dos hijos y suegra, ocuparon una enorme residencia cerca del Arco del Triunfo, comenzando una nueva vida de lujo.

El hijo menor de la pareja, Willie Heath, se educó en París, y al llegar a la adolescencia ingresó fugaz a un círculo de jóvenes privilegiados a través de su primo hermano, Edgar Aubert, allegado también a Marcel Proust. La genealogía indica que el nombre de soltera de la abuela de Edgar era Anne Camille Hearth. La estructura de estos vínculos se unen para dar la noticia del “amigo americano” del autor de En busca del tiempo perdido, y surge de las investigaciones que se adjudican los firmantes de un artículo publicado en el sitio web Proustonomics. Pyra Wise y Thierry Laget exponen distintos indicios sobre la importancia de Willie, incluso el segundo declaró en un reportaje sobre el tipo de amistad: “Creo que es más que eso, de lo contrario Proust no le habría dedicado su primer libro con palabras tan tiernas. También sabemos que mantuvo su foto muy cerca de él. Son signos de una larga fidelidad a –nos atrevemos a decir eso–, un amor de juventud.”

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La dedicatoria, donde figuran los dos primos, aparece en Los placeres y los días, publicado en 1896, y es más extensa que el prólogo de Anatole France. Tal vez para despistar y ocultar el pasado del Viernes Negro, a la muerte de Proust sus amigos sugirieron que Willie era un joven inglés, sin más precisiones. La otra hipótesis de la investigación es que el personaje de En busca del tiempo perdido, Charles Swann, es el mismísimo Willie, ya por su aspecto y la evidente referencia al apellido de su madre con la duplicación de la letra final. Éste murió a los 24 años, Edgar a los 23. Las dos pérdidas marcaron a fuego el corazón de Proust, al punto que el tiempo evocado en su obra cumbre es un intento por la escritura de perpetuar esa pulsión tanto afectiva como vital. Un tiempo ideal, irrepetible, único. Pero, ¿y si volvemos a una visión menos idealista y romántica? ¿Qué existe detrás de esta investigación? Ocultar otra historia, no menos negra que la de un viernes de finanzas dudosas.

El agente de bolsa americano esperó con su familia hasta 1873 para establecerse en París. Lo hizo cuando la ciudad se hizo segura para invertir, luego del estallido de la Comuna en 1871, donde la represión dejó más de 20.000 muertos y una ley marcial por 5 años, estableciendo el orden de la Tercera República. Proust, hijo de un médico sanitarista prestigioso y agente del estado francés, jugaba de niño con las hijas del sexto presidente, Felix Faure. Pertenecía a un círculo entre aristocrático decadente y burgués reafirmado que, ante la inevitable venganza anarquista comunera (Ravachol, Émile Henry, Auguste Vaillant, entre muchos otros), optó por las reuniones exclusivas en casas dignas y vigiladas. La estirpe genealógica, los antecedentes, eran el filtro para la seguridad indispensable. Un sentimiento de elite que el círculo de jóvenes de Proust lo expresaba visitando el Louvre a sus anchas. Ventajas de las que no disfrutaron Arthur Rimbaud, ni Gustave Flaubert. Éste último moría en 1880, degradado por las pérdidas que sufriera desde 1868. Dejó la novela más importante del siglo XIX, inconclusa, irreverente, donde la hipocresía burguesa (como simular el origen de la fortuna) quedó en ridículo para siempre: Bouvard y Pécuchet.