Fue todo tan rápido, tan fugaz, que muchos hinchas que llegaban al estadio no entendían muy bien qué pasaba. Iba apenas un minuto y Atlético Tucumán ya estaba en ventaja en Avellaneda por un gol de Zampedri, que definió bien ante la salida de Campaña. No había manera de justificar esa ventaja –porque nunca puede justificarse un gol en 60 segundos de juego–, pero la diferencia en el marcador se empezó a homologar con el correr de los minutos.
Porque Independiente, al menos en la primera parte, nunca pudo conectar el medio con su delantera, porque los nervios de las tribunas contagiaron a los jugadores (todo empeoró con la doble amonestación de Toledo) y porque Atlético fue inteligente: aprovechó los espacios, y lo que no pudo concretar en la primera parte, en parte porque la Pulga Rodríguez no estaba tan fino como siempre, lo pudo concretar en el inicio del complemento, con un gol discutible de Leandro González (la pelota le pegó en la mano, aunque claramente sin intención). El Rojo pudo descontar con un cabezazo de Vega que pegó en el travesaño, y con otras llegadas que daban cuenta de su búsqueda desesperada: todos amontonados intentando un cabezazo que achicara diferencias.
Vega tuvo varias chances más, pero el destino de Independiente ya estaba escrito. Sólo quedó lugar para que pasara el tiempo, para que los nervios crecieran, y para que los murmullos empezaran a predominar en las tribunas del estadio Libertadores de América.