El capitán de corbeta Alberto González, marino retirado, alias “Gato” y exintegrante del grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), es capaz de darle escalofríos a Cecilia Pando, una de las defensoras de los militares presos por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura.
González es también profesor de Historia. No era un hombre querido por el resto de los militares en el penal de Ezeiza, donde pasaba sus últimos años, preso y condenado a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad. Es considerado por quienes lo visitan como el marino más inteligente de la patota que comandó Jorge “Tigre” Acosta en la ESMA. Por este centro clandestino de detención pasaron unos 5 mil detenidos. Sobrevivieron apenas unos 200.
Es, además, eje de una controversia en torno a Victoria Villarruel. Quienes trataron con la presidenta del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv) durante las últimas dos décadas resaltan el rol de González en la formación de la vicepresidenta. Dicen que fue su mentor político. Supuesto coautor en las sombras de su primer libro. Presunto ideólogo de la estrategia de mudar el eje de la discusión de los 70 a las víctimas de las guerrillas. Le adjudican muchas cosas a González. Hasta una supuesta relación amorosa con Villarruel, que ella siempre ha negado y que adjudica a las calumnias de la que es objeto permanente por parte de sus enemigos de la derecha. González es un hombre casado.
El “Gato” operaba en el sector Inteligencia de la ESMA, donde se analizaba la documentación de las personas secuestradas, se realizaban los interrogatorios y las sesiones de tortura con picana eléctrica, “submarino seco” –un método de asfixia–, y golpes, entre otras prácticas violentas. El sector Inteligencia también planificaba operaciones y participaba del denominado “proceso de recuperación” de los detenidos, un plan ideado por los marinos para intentar una especie de reeducación de los guerrilleros.
Mientras era juzgado en un primer juicio oral y público por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura conocido como ESMA II, en 2011, González sostuvo durante su declaración indagatoria que en la ESMA había un jefe responsable de la estadía de los prisioneros y que se trataba de Acosta. Agregó que esto significaba, en términos militares, que él no podía contradecir ni desobedecer las conductas de su superior, quien a su vez respondía a las órdenes del comandante de la unidad de tareas. En las Fuerzas Armadas, las decisiones son verticales, se dan de arriba hacia abajo y no al revés, afirmó.
Luego, González alegó ser un preso político, como todos los militares que estaban siendo juzgados por delitos de lesa humanidad, y como consideró que no fue probada su participación en los hechos investigados, solicitó al Tribunal que se dicte su absolución. Fue condenado a prisión perpetua. Mientras estuvo detenido pasó por bases navales, la cárcel federal de Marcos Paz, el Hospital Naval y, finalmente, Ezeiza.
Durante el debate del juicio oral y público que terminó con su primera condena en 2011, reconoció que su apodo en el centro clandestino de detención era “Gato”, cuando la testigo Amalia Larralde declaró que “Gato” –sin identificar a González– intentó violarla en El Dorado, el salón de ceremonias de la oficialidad de la Armada de la ESMA. Cuando Larralde dijo que había sido el “Gato”, González reaccionó intempestivamente, sintiéndose aludido, interrumpiendo a la sobreviviente y desmintiendo sus dichos.
Entre las 86 víctimas del expediente ESMA II se encuentran el periodista, escritor y montonero Rodolfo Walsh y el “grupo de la Santa Cruz”, integrado por las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo María Eugenia Ponce de Bianco, Esther Ballestrino de Careaga y Azucena Villaflor de Vincenti. También formaban parte las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon y fa- miliares de detenidos desaparecidos. Los integrantes del grupo, que reclamaba por la aparición de sus familiares detenidos y desaparecidos, fueron secuestrados en diciembre de 1977, llevados a la ESMA y arrojados al mar, adormecidos por un fármaco, días más tarde, en los llamados “vuelos de la muerte”.
González operó en la ESMA con el grado de teniente de fragata, entre el 1° de marzo de 1977 y el 17 de mayo de 1979. Fue reconocido por al menos 16 sobrevivientes de la ESMA como interrogador y torturador, y como partícipe en los secuestros.
Villarruel lo visitaba en el Hospital Naval y, al menos, en Marcos Paz, donde quedaron registradas sus visitas, en 2014 y 2016.
—Mientras visitó a González en la cárcel, Villarruel intercambió con él borradores de su libro, yo lo vi –aseguró una persona que solía visitar a los militares en sus lugares de detención. Se refiere al primer libro de la vicepresidenta, Los llaman… jóvenes idealistas, publicado por primera vez en 2009.
González y la vicepresidenta tenían un diálogo fluido y ella llevó a distintas personas a conocerlo en los distintos lugares de detención por los que el “Gato” pasó en las últimas dos décadas. Ahora, cuando se refiere a él, lo nombra con distancia, como “este señor”.
—Ella me llevó a conocer a González –cuenta otra persona entrevistada para este libro–. Me dijo: “Quiero que conozcan a alguien, a un preso”. Fuimos al Hospital Naval, donde él estaba internado pero detenido. Se presentó bien vestido. No sé qué enfermedad tenía porque se lo veía bien. Hablamos pero no coincidíamos en algunos puntos. Por ejemplo, él planteaba que los pactos internacionales modifican la Constitución. Yo no estoy de acuerdo, los pactos se incorporan siempre y cuando no contradigan las declaraciones de derechos y garantías. Yo no sabía que González era su mentor. Me enteré después.
El 23 de julio de 2023, en plena campaña electoral, el entonces precandidato Javier Milei dio una entrevista en A24.
—¿Qué harías con los militares condenados por delitos de lesa humanidad?
—Si cometieron un delito de lesa humanidad tienen que cumplir la pena…
—¿Los indultarías?
—Te estoy diciendo que no, tienen que cumplir la pena (...). Guardar el orden no implica que vos puedas hacer cualquier cosa. Aunque del otro lado vos tengas terroristas y que estaban haciendo desastres (...) no te da derecho a excederte en la forma en la cual combatís.
—Porque el Estado pierde la superioridad moral que tiene que tener para mantener el monopolio de la fuerza…
—Exactamente…
—Pero tu compañera de fórmula es una revisionista de los 70…
—Te pido por favor que no mientas sobre Victoria –dijo Milei–. Lo que ella dice es que no solo hubo víctimas de un lado sino también del otro. Así como fueron reconocidas víctimas del lado de los terroristas por abusos del ejercicio de los militares, también hubo delitos de lesa humanidad de los terroristas y esas víctimas tienen tanto derecho a ser reconocidas como las otras.
En la red social Twitter (X), Segundo Carafí, de la organización Cruz del Sur, una de las defensoras de los militares detenidos por lesa humanidad, le reclamó a la diputada Villarruel: “Sería muy importante que la candidata @VickyVillarruel ratifique o desmienta esta posición. Después de ver este video no puedo evitar pensar qué sentirá Alberto González, militar preso condenado a perpetua, quien formó a Victoria y escribió los libros que ella firmó como propios”.
Cecilia Pando respondió al comentario de Carafí en la misma red social: “Comparto, yo conocí a Alberto González por Victoria Villarruel, fuimos juntas al penal y él nos mostraba el libro que estaba escribiendo, que luego firmó Victoria”.
Villarruel siempre ha negado que su primer libro, Los llaman… jóvenes idealistas, haya sido escrito por otras personas que no sean ella. Pero sí reconoce que González ayudó. Colaboró sobre todo en la estética del libro, su fuerte: está pensado para que cualquiera lo entienda, casi se entretenga en la lectura.
Se trata de un manual de escuela con mezcla de magazine sobre las organizaciones armadas de los 70, que incluye desde relatos cortos, casi mínimos en algunos casos, de los hechos cometidos por las guerrillas. También explica cómo se originó cada uno de los grupos armados de Argentina, sus influencias extranjeras, sus referentes ideológicos y líderes. Su tercera edición, de 2018, tiene casi 400 páginas a color, tamaño enciclopedia, con fotografías y cuadros sinópticos que desgranan cómo estaban conformadas las organizaciones de izquierda y quiénes tomaban las decisiones. Todo un curso didáctico para comprender al enemigo.
La vicepresidenta sostiene que la idea de este libro se le ocurrió durante su primer viaje a España como presidenta del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv). Estaba en un local de la cadena de comidas Vips, que vendía también libros. Se inspiró en unas enciclopedias de tapa dura de temas históricos con textos cortos y fotos. Donó los derechos del libro a Celtyv y su familia financió parte de la segunda edición.
Para obtener la información no solo entrevistó a familiares y víctimas de las guerrillas. También a militares presos y guerrilleros, off the record, la mayoría montoneros, esposas e hijos de los militantes, algunos en el exterior. Su papá también le contó mucho. Aseguran que tiene los cuadernos de borradores con su letra manuscrita como prueba de su autoría. Como su abuelo, escribió en la introducción a la primera edición, en 2009: “He tratado de ser lo más objetiva posible”.
En la cárcel, González tiene un ejemplar de La llamada, el libro de Leila Guerriero sobre Silvia Labayru, exdetenida en la ESMA, que fue un éxito editorial en España y Argentina. Lo leyó con especial interés.
—¿Sabés quiénes te torturaron? –le preguntó la periodista y escritora a la exdetenida.
—Sí, sé perfectamente. Eran dos. Uno se llamaba Francis William Whamond, el “Duque”, que en esa época me parecía muy viejo pero debía tener unos 50 años. Ese fue el tipo que me aplicó la picana, la máquina. El que me pegó. Un tipo muy repugnante. Y luego estaba otro que entraba y salía. Ese no me daba máquina pero me interrogaba mal. Ese fue mi violador. Alberto González. El Gato.
—¿Sabés cuánto duró?
—La tortura neta yo calculo que fue poco más de una hora. Interrumpían un poco porque querían la mercancía.
—¿La mercancía?
—El bebé.
Labayru militaba en Montoneros, organización en la que integraba el área de Inteligencia. Tenía 20 años y un embarazo de cinco meses cuando fue secuestrada por la patota de la ESMA, en diciembre de 1976. Permaneció detenida durante un año y medio. Mantuvo durante su cautiverio un régimen de salidas controladas por los marinos, en las que incluso pudo ver y estar con su bebé, como parte de su “recuperación”.
Durante su detención en la ESMA, Labayru fue forzada a realizar trabajo esclavo y a mantener relaciones sexuales con González. Fue en 1977 cuando fue llamada por el jefe del centro clandestino de detención de la Armada, el “Tigre” Acosta. Para entonces, ella había dado a luz a su hija en cautiverio y la bebé le había sido despojada y enviada con su abuelo materno, que había sido militar en el pasado y buscaba a su hija y a su nieta. En aquella reunión en el despacho de Acosta, el militar le dijo, ocho días después de que la detenida diera a luz a su hija: “Todavía no has demostrado que estás recuperada, porque tú no has puesto los dedos”. “Poner los dedos” era entregar a alguien, le explicó Labayru a Guerriero. “Tenés que demostrarnos que no nos odiás, que te estás recuperando”, agregó Acosta. “Vas a tener que adelgazar y tener una relación con un oficial”. Luego afirmó: “No me ofrezco yo porque eres demasiado jovencita”.
Días más tarde, de madrugada, un guardia la llevó con Alberto González. El marino, que la había interrogado durante la tortura, la metió en un auto y la llevó a un hotel alojamiento de la zona de Belgrano. La ingresó en una habitación, la desnudó y la violó. “Cuando terminó, después de exigirle que cumpliera los caprichos sexuales del día, le ordenó que se vistiera y la sacó, la subió al coche y la llevó de vuelta a la ESMA, le pusieron los grilletes y la subieron otra vez a la celda donde dormía”, dice el expediente judicial. La situación se repitió, una y otra vez mientras Labayru continuaba secuestrada ilegalmente por la Armada.
—¿Percibías cuándo iba a pasar, era impredecible? –preguntó Guerriero.
—Yo creo que tenía más que ver con el tiempo libre que él tenía. Si esa noche había caído gente o no, si habían secuestrado nuevos detenidos, si tenían que hacer un operativo, si estaba disponible la casa de mi padre. Él me dijo que le pidiera las llaves a mi padre. Como volaba mucho, era piloto comercial, la casa pasaba tiempo vacía. Y cuando él sabía que mi padre no estaba… La cuestión ocurría normalmente afuera [de la ESMA]. Solo una vez me llevó a la habitación que él tenía en el Casino de Oficiales.
“Era un mal bicho. Además de un violador, una persona en la que yo no podía encontrar nada que reflejara humanidad. Si me hubiera podido matar, me habría matado”, afirmó Labayru a Guerriero. “González no usaba condón. Le compró un diafragma para prevenir embarazo”, explicó la escritora.
Labayru también contó que en 1977, el obispo francés Marcel Lefebvre visitó Argentina por primera vez. El marino Antonio Pernías, hijo de una mujer seguidora del padre del lefebvrismo, la obligó a asistir a la curia para traducir textos del francés. “El obispo contaba que venía a apoyar a las Fuerzas Armadas en la lucha antisubversiva, y que se iba a Chile a darles sus bendiciones a Pinochet y al Ejército chileno en esta campaña de exterminio del marxismo internacional. Bueno, le tuve que besar el anillo”. Cuando relató los hechos durante un juicio en 2021, Labayru no recordaba si fue la tercera o cuarta vez que González la sacó de la ESMA cuando la llevó a su casa, donde le exigía que tuviera sexo con él y con su esposa. “Le dijo que su esposa sabía cuál era su condición y ella tenía que decir que era una prisionera que estaba siendo muy bien tratada, que estaba bajo lo que ellos llamaban proceso de recuperación”.
González “la llevó en coche a su domicilio, que estaba situado en la calle Marcelo T. de Alvear 1960” y “cuando entró, la señora la saludó con normalidad”. “La mujer era alta, de pelo oscuro, corto, lacio, delgada, ojos marrones, y su hija (...) estaba durmiendo en la cuna de su cuarto. Después de estar un rato hablando con la esposa (...). La llevaron a su habitación, la desnudaron y le pidieron que tuviera sexo con ellos”. La niña dormía en el cuarto de al lado, afirmó Labayru ante la Justicia. “Él la penetró, ella le pedía cosas, le pedía que la besara, que la tocara, que le practicara sexo oral, le chupaba los pechos que estaban muy dañados por la tortura”. Luego, “le exigieron dormir con ellos en la cama matrimonial y durante la noche, en el momento en que la esposa estaba dormida, él volvió a penetrarla”.
A la mañana siguiente, “se vistió y él la sacó de allí en coche y le exigió que no comentara con nadie a dónde la había llevado”. Las violaciones de la pareja ocurrieron varias veces, como cinco o seis, recordó Labayru en el expediente.
El 25 de noviembre de 2020, durante el segundo juicio por las violaciones a Labayru, González decidió declarar y responder preguntas de su abogado, Guillermo Jesús Fanego. Dijo: “Quiero puntualizar, para que no quede duda alguna, que repudio y rechazo las relaciones sexuales no consentidas. Es más, y esto ya en el plano de lo íntimo, si la mujer no siente goce consentido, o no lo manifiesta, yo no disfruto de la relación. Me resulta tremendamente frustrante. Por eso nunca mantuve relaciones con prostitutas o mujeres drogadas o alcoholizadas. Bueno, drogadas en mi época no había. Cuando uno escucha a Labayru, debo reconocer que sus palabras causan impacto. Pero Labayru mintió y nos manipuló a todos cada vez que declaró. Su manipulación es muy sutil. Solo la detectan aquellos que están, por así decirlo, ‘en el ajo’. Ella hace un culto de la sobrevictimización y acomoda la realidad a su hipótesis”.
“El profundo daño que me hizo Labayru con sus mentiras –continuó González– es irreparable. Yo estoy transitando mis últimos años de vida. Si algo pretendo, es ser más sabio que cuando tenía 20 años. Por eso no quiero perder esta oportunidad para pedir perdón a aquellos que pudieron verse ofendidos por mis conductas, porque no estaba en mi espíritu, y tampoco lo está, guardar algún tipo de rencor. Pese a todo el daño que me han causado”.
“Me llevaba con Vera –su bebé, cuenta Labayru a Guerriero– porque le hacía ilusión que Vera y su hija durmieran mientras me obligaban a tener sexo con la pareja. Hay que ir muy lejos, incluso en la lógica represiva, para utilizar a una secuestrada para satisfacer las fantasías sexuales del matrimonio. Una noche sacaron un cajón que tenían debajo de la cama, lleno de objetos sexuales. Una caja de este porte con todo tipo de cosas que yo ni sabía para qué eran. Ahí sí me dio más miedo. Me asusté más, fijate”.
Durante el juicio, el abogado de González, Fanego, solicitó al tribunal que se le realizara un examen físico a Labayru para detectar los daños ocasionados por las violaciones ocurridas en 1977 y mediados de 1978.
Ya en el exilio, a partir de junio de 1978, Labayru fue al hospital de Madrid donde trabajaba una conocida suya, Irene Scheimberg, porque tenía sangre en la orina “por las cosas que le habían hecho en la ESMA”, recordó la médica en diálogo con Guerriero.
Guillermo Jesús Fanego, abogado penalista, ferviente católico, hombre de derecha, quien ofició distintos cargos en el Colegio Público de Abogados de Capital Federal, es conocido en el ambiente de los abogados de organismos de derechos humanos como un “provocador”. De bigote y pelo blanco, de baja estatura y voz tenue, suele tomar café con churros en La Giralda, frente a su estudio jurídico, ubicado sobre la avenida Corrientes, y disfruta relatar sus hazañas y peleas con referentes de los organismos de derechos humanos durante juicios y eventos públicos. Fanego es un conocido abogado de los hombres de la Armada. En su escritorio reza un cartel con una frase de Santa Teresa de Ávila sobre la pared: “Solo Dios basta”.
—A Victoria la conocí alrededor de 2010, me la presentó la hija de un defendido mío, y me pareció una tipa brillante, estudiosa, muy bien formada en cuanto a la historia de lo que había pasado en el país. Cuando había actos del Celtyv me avisaba y yo iba a misas y actos a acompañar. Es una gran religiosa, alineada en la batalla cultural que estamos viviendo. Aunque tuvimos algunas diferencias, después con el tiempo me fui dando cuenta de cuál era su punto de vista. Yo soy muy aferrado a la defensa de las causas que se seguían a los militares por la lucha contra el terrorismo y por supuesto oponiéndome a que sean considerados delitos imprescriptibles, y ella, por otro lado, sosteniendo que había que aceptar que fueran imprescriptibles para juzgar a los terroristas porque ella defendía a las víctimas. Al poco tiempo me di cuenta de que tenía razón porque para poder llegar a algún punto de equilibrio en la historia había que juzgar de los dos lados, sobre todo debido a la cantidad de víctimas del terrorismo. En esto tenía razón realmente Vicki, había que juzgarlos. Nos hemos reunido más de una vez y le he pedido información para los juicios y las causas, tenemos amigos y conocidos en común.
Fanego reconoce que Villarruel y González tenían diálogo, niega que su defendido sea el autor en las sombras del libro de Villarruel pero admite que el marino colaboró.
—Sé que se conocían desde hacía muchos años. El libro Los llaman… jóvenes idealistas está lleno de fotografías que solo pudieron obtenerse en museos, hemerotecas, bibliotecas. Alguien que está preso no las busca, eso fue un trabajo muy grande, lo hizo ella. Seguramente, Alberto haya leído el libro para corregirlo. Antes de que lo publique yo también lo leí y le corregí alguna falta de ortografía y de sintaxis. Pero el trabajo de ese libro es de ella. González es el tipo más inteligente que conocí de las personas que están privadas de su libertad y uno de los más inteligentes del ámbito militar. Es profesor de Historia, muy estudioso, tiene una capacidad de razonamiento que no es fácil de encontrar. Podés charlar de temas jurídicos de igual a igual, sin ser él abogado. En todos los años que pasó preso se dedicó a estudiar, a investigar. Es más, hizo un libro que está firmado junto con Amelong, un oficial de Ejército preso en Campo de Mayo, pero el 80% o 90% del libro, que se llama Será justicia, lo escribió Alberto. Él me ayudó a armar los alegatos de la causa ESMA, en la que hablé 107 horas. Me ayudó a armar los power point. En ese momento, yo iba dos veces por semana a la cárcel, nos juntábamos durante horas. Él es mucho más dinámico armando los power point, le daba los efectos, así que yo le llevaba el material y él me corregía y me agregaba cosas. La verdad fue un trabajo fifty-fifty.
—¿Cómo pasa sus días González?
—A él lo salva trabajar, seguir estudiando, pero se le vino el peso encima, está mal por problemas con la mujer… No por problemas entre ellos, porque tienen un matrimonio excelente, sino porque ella no está pasando un buen momento porque tiene una propiedad que se la están intrusando y necesitaría la protección de él.
—¿Cuánto hace que está preso?
—17 años. Él estuvo [detenido] en [la base naval de] Zárate, en el Hospital Penitenciario, Marcos Paz y Ezeiza.
—Victoria Villarruel iba a verlo a la base de Zárate y a la cárcel federal…
—Justamente, más de una vez nos encontramos con Vicki en el Hospital Naval porque él por problemas de salud estuvo un tiempo internado en el Hospital Naval y de la misma manera que yo hacía intercambio con Alberto, lo hacía Victoria. Sobre todo buscando cuál fue la experiencia y la vivencia de alguien que estuvo combatiendo al terrorismo. Te puedo asegurar: Alberto González lo que menos hizo fue alguna tarea de represión o de participar en una detención o torturas. Era un tipo de pensamiento en la ESMA, de análisis del material recolectado. Pocas veces tuvo relación con las personas detenidas, aparte es un tipo muy agradable.
—Algunas personas que militaron con Victoria Villarruel en sus inicios, durante la primera etapa del kirchnerismo, sostienen que ella defendía que los hechos por los que se acusa a los militares estaban prescriptos y que por ende no debían ser juzgados. Incluso lo escribió. Es decir que entonces ella cambió su postura. ¿Discutió eso con ella? ¿Por qué el giro?
—Sí, sí. Ella me lo planteó con mucho criterio y mucha sensatez. “Mirá, hay que buscar la pacificación del país”. Ella se dio cuenta de que en el Protocolo de Ginebra I y II y la Convención de Ginebra tienen un artículo 3 que es común y que dice que cesadas las hostilidades hay que juzgar a todos y buscar la amnistía lo más amplia posible. Entonces, ¿cuál era la única manera de buscar una pacificación? Juzgando a todos. De ahí ese cambio de visión. El punto fundamental no era la venganza contra el terrorismo sino pacificar el país, dejar de mirar para atrás. Creo que lo sigue teniendo en mente. Para mí, ninguno de los delitos debería ser considerado imprescriptible, pero si la Corte dijo que son imprescriptibles para unos, que sean para todos.
—¿Hace mucho no habla con ella?
—No hablo con ella desde que fue candidata a diputada, por una cuestión básica: yo no quise estar cerca para que no dijeran que es abogada de los represores.
—¿Qué significa Victoria Villarruel como política?
—Creo que es una mujer con un gran futuro. Tiene una perseverancia y convicción que no se ve en Argentina. Ella siempre estuvo en una línea y no se movió ni para un lado ni para el otro.
En agosto de 2021, el Tribunal Oral en lo Criminal Federal número 5 de la Ciudad de Buenos Aires condenó a 24 y 20 años de prisión a los exoficiales de la Armada Jorge Eduardo Acosta, alias “el Tigre”, y Alberto Eduardo González, alias “Gato” o “González Menotti”, por agresiones sexuales y otros delitos cometidos contra tres mujeres víctimas de la ESMA. González fue condenado como coautor de los delitos de violación agravada por haber sido cometida con el concurso de dos o más personas, reiterada en –al menos– diez oportunidades en perjuicio de Labayru.
“Yo defiendo a inocentes. Para nada estoy de acuerdo en que el Estado abuse contra nadie, pero tampoco estoy de acuerdo con que el mismo Estado, años después, diga que esos que fueron abusados eran inocentes o que eran personas probas”, dijo Villarruel en 2010 a La Nación. “Para mí, el único demonio es el terrorismo. Cuando me encuentro con personas parapléjicas, ciegas, con ataques de pánico, desamparadas por el Estado, lo que veo como único demonio es al terrorismo. No hay otro. No hay dos demonios, hay terrorismo”.
“Los dos demonios son la violencia política y la hipocresía que hay en el pueblo argentino”, dijo en una charla cerrada en el Instituto Hannah Arendt, en 2015.
☛ Título: La generala
☛ Autora: Emilia Delfino
☛ Editorial: Planeta
☛ Edición: Julio de 2025
☛ Páginas: 288
Datos de la autora
Emilia Delfino (provincia de Buenos Aires, 1983) es periodista de investigación.
Coautora de El hombre del camión (junto con Mariano Martín, 2008), la biografía no autorizada de Hugo Moyano, y de La ejecución (junto con Rodrigo Alegre, 2011), la historia secreta del triple crimen que desnudó la conexión de la mafia de los medicamentos, la efedrina y la recaudación de la campaña K.
Trabajó en la sección Política de Diario PERFIL y en la redacción de CNN es Español en Buenos Aires.
Actualmente, es coordinadora de la Unidad de Investigación de elDiarioAR y editora adjunta de Mongabay Latam.