Hoy, la crisis financiera global afecta a casi todos los mercados y economías del planeta. Sin embargo, su origen, la semilla que se convirtió en debacle, se sembró en el interior del mercado de créditos hipotecarios de Estados Unidos.
En la actualidad, los analistas coinciden en que los bancos estadounidenses asumieron riesgos excesivos y le prestaron dinero a individuos que probablemente no serían capaces de devolverlo. Esto dio inicio a la catástrofe.
¿Quiénes son los culpables? Para muchos, los banqueros. Hoy convertidos en los malos de la película, los directivos de las instituciones financieras más grandes de la tierra están siendo acusados de convertir a sus bancos en casinos, mientras ellos cobraban sueldos multimillonarios.
Pero el salario de los CEOs y altos ejecutivos de los bancos se volvió un tema nacional cuando el debate por el plan de rescate del gobierno de Bush reveló al estadounidense medio que los contratos de muchos de los grandes directivos incluían una cláusula denominada “golden parachute” (paracaídas dorado), que establecía una compensación extra en caso de quiebra o fusión de la institución financiera o, incluso, en caso de despido.
Lo escandaloso, sin embargo, eran las desproporcionadas sumas de dinero a las que se hacían acreedores algunos grandes CEOs, mientras sus empresas caían en picada y miles de trabajadores quedaban en la calle.
Culpables, pero beneficiados. Con el debate del salvataje de Bush, salió a la luz que Richard Fuld, CEO del quebrado Lehman Brothers, había cobrado alrededor de 100 millones de dólares en concepto de “golden parachute” y que, días antes del colapso total, había accedido a pagar más de 23 millones a tres altos ejecutivos de la empresa.
Ante el Congreso, Fuld negó haber recibido esta suma de dinero, aunque reconoció haber vendido sus acciones de Lehman antes de la debacle (mientras que otros accionistas, menos informados, no pudieron hacerlo). Además, admitió sentirse responsable por la quiebra del banco pero dijo que creía compartir la culpa con el Gobierno, que debería haber impuesto más regulaciones (¿ahora había que regular?).
Otro al que no le fue nada mal fue al CEO de Merrill Lynch, John Thain, quien recibió 15 millones de dólares cuando el banco de inversión fue adquirido por Bank of America. Peter Krause, el vicepresidente del banco, se fue con 10 millones, según la ONG Think Progress.
James Cayne, ex CEO de Bear Stearns, también se fue del banco con un pan bajo el brazo: para él, fueron 13 millones en concepto de “golden parachute”, más los 61 millones que ganó al vender su participación en la compañía, según el diario St. Pertersburg Times, del estado de Florida.
¿Sobreviven los paracaídas? La cuestión de los “paracaídas” llegó incluso a la campaña presidencial. Ante el Congreso, el candidato republicano John McCain defendió a la ex CEO de Hewlett Packard y actual asesora de su campaña, Carly Fiorina, quien se llevó 45 millones de dólares tras la fusión de la empresa de tecnología.
Sus declaraciones enfurecieron a los contribuyentes norteamericanos quienes, con sus impuestos, financiarán el rescate propuesto por Bush. Mientras tanto, Fuld, Thain y tantos otros disfrutarán de los millones de los que se hicieron acreedores mientras jugaban a la ruleta.
Pese a que el rescate del gobierno estadounidense supuestamente prohíbe los “golden parachutes”, varios medios especializados advirtieron que la cláusula que se refiere a estas indemnizaciones paralelas es poco clara y ambigua, con lo que no hay garantías de que no se seguirán aplicando en el futuro.
Resta averiguar, sin embargo, si los supuestos culpables de la crisis financiera más grave de las últimas décadas serán sometidos a procesos judiciales para, eventualmente, ser castigados por los “errores” que cometieron. A Fuld, de Lehman Brothers, ya se lo está investigando a nivel federal.