Jorge Alberto Francisco Valdano practicó el festejo por cuatro días y cuatro noches. La penitencia por haber errado el tercer gol contra Bélgica no lo dejaba siquiera dormir y el otro Jorge; Burruchaga, había ideado la terapia. Se trataba de focalizar, de imaginar, de planificar, de ensayar el desahogo. Y el número 11 no falló. Cuando habían transcurrido 55 minutos del partido marcó el dos a cero contra Alemania y lo buscó al Burru para estrecharse en un abrazo que a la postre él mismo definiría como el momento más feliz de su vida.
La economía sintió el impacto de un éxtasis colectivo que en la previa era inesperado. Argentina no estaba entre los favoritos, no era local como México, ni había sido el último campeón como Italia. Sin embargo, de la mano de Bilardo y Maradona el festejo fue blanquiceleste y la alegría pareció volcarse a las góndolas. El consumo (público más privado) creció el 4,7% en el tercer trimestre de 1986, aunque la espuma del festejo bajó pronto y el cuarto trimestre mostró una contracción del 1%.
Lo mismo pasó con el dólar, que a medida que se agotaba el Plan Austral había comenzado a subir desde abril del ’86. Para julio se había acelerado la devaluación del peso (el dólar subía al 5,6% mensual) y con la copa en casa, en agosto se frenó suavemente la tasa de depreciación de nuestra moneda. Para septiembre, sin embargo, la magia del título ya no alcanzaba para eclipsar el desgaste del modelo y la moneda norteamericana escaló el 23,9%.
El resultado coincide con la experiencia internacional. Ruben van Leeuwen y Charles Kalshoven, del Departamento de Economía del ABN AMRO, hicieron un estudio econométrico y descubrieron que todos los países campeones experimentaron un mayor crecimiento económico el año que dieron la vuelta. Concretamente, según estos investigadores, ganar un Mundial hace subir 0,7% el PBI, e incluso la economía del último campeón, España, dejó de caer en 2010, luego de la profunda depresión de 2008-2009.
Las razones pueden tener que ver con un mayor posicionamiento internacional del país ganador en los mercados turísticos, pero también es plausible conjeturar que ganar entre los grandes aumenta la sensación de superioridad social de los triunfadores, tal y como lo ha demostrado la investigación del economista de la Universidad de Cornell, Robert Frank.
Esta idea se complementa con el modelo de funciones emocionales del autor de Mapas emocionales, Federico Fros Campelo, quien plantea que tanto la búsqueda de aprobación social, como la comparación con otros son parte del repertorio emocional que ha heredado nuestra especie y que cuando esas funciones se satisfacen, el cerebro libera dopamina; un neurotransmisor asociado a las actividades placenteras.
De manera interesante, la dopamina muchas veces se libera con anticipación, justamente para motivar la realización de un comportamiento que se presume beneficioso. Si luego la recompensa esperada no aparece, se inhibe la secreción de dopamina y las personas aprenden que ese comportamiento no resultaba conducente.
Así, ganar la Copa del Mundo nos puede hacer confirmar que cualquier cosa que hayamos hecho para ser los mejores era la correcta y que debemos por tanto continuar por la misma senda. El problema radica en que los mundiales se juegan cada cuatro años, y entonces a medida que trascurre el tiempo desde la vuelta olímpica, si no aparecen nuevas recompensas que refuercen nuestros comportamientos, el entusiasmo y placer original se desvanecerá como agua entre las manos.
Otra película es la que se proyecta en caso de que el resultado no sea tan auspicioso. Lo real es que Argentina no es favorito desde ningún punto de vista. Brasil es el candidato en las apuestas. España, aun a pesar del traspié ante la naranja mecánica conserva el plantel más cotizado desde lo económico y es el número uno del ranking FIFA.
El último Mundial, en ese sentido, es el perfecto antecedente de una ilusión que marchitó demasiado temprano. En esa oportunidad nuestra Selección terminó quinta, pero en la memoria episódica de los argentinos todavía se siente el sabor amargo de los cuatro goles que nos propinó Alemania en cuartos.
Claro, eran otros tiempos, en el primer semestre de 2010 la economía había crecido el 5% recuperándose fuertemente de la crisis de 2009 y aunque en julio el crecimiento efectivamente se frenó (la economía se contrajo 0,2%), si la culpa fue por la desazón futbolística, la tristeza duró poco porque en agosto la actividad recuperó la senda alcista (subió el 0,9%) que no abandonó durante el resto del año.
El fracaso futbolístico en un entorno económico desfavorable nos remite al Mundial de 2002, cuando ni siquiera pudimos pasar la primera ronda y quedamos eliminados en un deslucido empate contra Suecia. La economía sin embargo no acusó recibo en esa oportunidad, puesto que en el tercer trimestre de ese año comenzó una fuerte recuperación. Ojalá que la historia no se repita. ¿O sí?
*Economista. Investigador de UNLP. Autor de Psychonomics.