El 23 de marzo, Paolo Rocca, accionista del gigante siderúrgico Techint, le anunció al presidente Mauricio Macri que volcará US$ 2.300 millones en tres años en el yacimiento neuquino de Vaca Muerta, y sólo en 2017 pasará de uno a seis pozos petroleros activos. El 21 de abril, Luis Pagani, dueño de la alimenticia Arcor (y potencial controlante de la principal láctea La Serenísima), le llevó los planes de la compañía, que incluyen una inversión de US$ 230 millones en la compra de una empresa de envases. Una semana después, Alejandro Bulgheroni, que controla PAE, la mayor petrolera privada, fue clave en el armado de la escala Houston que hizo el jefe de Estado al visitar Estados Unidos.
En sólo un mes y unos días, los dueños de las mayores fortunas del país, parecieron salir a bancar al Gobierno que les ofrece el discurso más proempresa visto hasta ahora.
Es cierto que para invertir algunos primero se aseguraron precios especiales, como en el caso de Rocca, pero a meses de las elecciones “hay clima de optimismo y compromiso” entre los principales popes empresarios, según cuenta Eduardo Costantini, accionista de Consultatio y uno de los mayores desarrolladores inmobiliarios de la Argentina, que a pedido de los propios fundadores, decidió sumarse esta semana a la Asociación Empresaria Argentina (AEA).
Se trata de un sello nacido tras la crisis de 2001, impulsado por accionistas y dueños de grandes empresas, inquietos por el impacto del fin del 1 a 1 en las deudas privadas. Allí tallan desde el comienzo Rocca y Pagani junto a Héctor Magnetto, accionista de Clarín, el mayor holding de medios del país. “Me vienen pidiendo sumarme desde que nació y ahora accedí a participar porque lo veo de una manera de acercarme al empresariado y al Gobierno en el sentido de crear un espacio de diálogo; me lo han pedido empresarios con los que comparto estas ideas”, cuenta Costantini.
Esta semana se sumaron apellidos pesados de la burguesía argentina, como el propio Bulgheroni, Carlos Blaquier, del ingenio Ledesma y Luis Perez Companc, de la familia controlante de Molinos Río de la Plata. Cerca de éste último recuerdan que impulsaron AEA desde sus orígenes y que ahora se suman ante un “proceso de reconversión del espacio” y que es un “momento de sumar”. En 2016 ya se habían incorporado dos fundadores de empresas tecnológicas modelo para la Casa Rosada, como Marcos Galperin (Mercado Libre) y Martín Migoya (Globant). “Las incorporaciones son muy importantes”, dice Jaime Campos, presidente de AEA.
Apoyo. Más allá de la cuota de $ 550 mil por año al sumarse a AEA, que podría también tratar de asociar a corto plazo a los 43 miembros actuales otros nombres como los de Marcelo Mindlin, Hugo Sigman o Alfredo Román, los referentes empresarios eligen mostrar “compromiso” con el modelo de Cambiemos. Algunas organizaciones como la propia Techint ya han tenido un rol central en el armado originario de la alianza, cuando terciaron en la UCR para que acordara con el PRO. “Lo que se valora es un cambio para mejor en la forma de gobernar”, dice Costantini. “Es un momento clave”, dicen cerca de Perez Companc. “El Gobierno está en el camino correcto”, dice Campos, que enfatiza: “La gran amenaza es el populismo”.
Campos podría, en algunos meses, volver a su rol de director ejecutivo si AEA termina de confirmar “el paso al frente” de los dueños y vuelve a tener un accionista presidente, como lo fue Pagani hasta que el clima hostil en el kirchnerismo los llevó a elegir otro representante menos expuesto.
Tierra de cócteles y pasillos, el gremialismo empresario refleja en esta versión el humor de los accionistas de empresas con ingresos de $ 20 a $ 30 mil millones por año. Su mayor activismo también podría leerse como una respuesta a un cambio del Gobierno: dueño al fin, Macri prefiere hablar con otros pares y no con gerentes, y privilegia sectores con chances de competir globalmente (petróleo, alimentos, campo, tecnología) y no las fábricas que piden protección o tipo de cambio alto para sobrevivir. Léase, el Presidente cambia de interlocutores en el establishment: deja de lado la Unión Industrial Argentina (UIA), y ensalza sellos como AEA o el Foro de Convergencia Empresaria. Y tal vez un espacio por venir: un consejo asesor de grandes ejecutivos, como existe en EE.UU., y que el CEO mundial de Dow, Andrew Liveris, ya le sugirió.
Guerra de sellos empresarios
Se trata de peleas que ocurren a años luz de los destinos del país. Pero suceden. Y hoy es la pelea entre qué sello empresario representa gremialmente a las compañías. La Unión Industrial Argentina, con 130 años de historia y cientos de cámaras fabriles de todo el país, siempre se arrogó buena parte de esa representatividad. Durante algún tiempo ese rol lo disputó la Asociación Empresaria Argentina, que ahora recobra impulso, y también, de su mano y junto a la Amcham, de empresarios argentinos-estadounidenses, empezó a emerger el Foro de Convergencia Empresarial. Todos, salvo la UIA, vistos con mejor cara desde la Casa Rosada.