ECONOMIA
Engendro estadstico y quijotismo K

El INDEC "mamarracho" de Moreno

Pulveriza no sólo el Índice de Precios, sino el sistema estadístico nacional. Un mal, por ahora, incurable.

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Martín Lousteau, con todo el dolor del alma, prometió irse del ministerio si el Gobierno aprobaba el “mamarracho” que preparó Guillermo Moreno. No ocurrió la semana que pasó, podría darse en las próximas dos o tres. El motivo: la nueva forma de medir la inflación.

Y si se diera, ¿de qué serviría?, ¿qué se ganaría con la renuncia del cuarto ministro de Economía del kirchnerismo? El secretario de Comercio lo había corrido de entrada, un día le dejó una carpeta con el nuevo esquema de medición y le aconsejó: “Esta es la metodología que tenés que presentar, pibe”. ¿Qué era? Una mezcla de estimaciones sobre la base de los productos más baratos, es decir, que se contabilizarían sólo los aumentos de precios que no superen un 15% mensual. Con una canasta básica “rotativa”, que excluye la estacionalidad, y sólo toma en cuenta los artículos adquiridos en los supermercados –y cuyos precios no se encuestarán sino que las cadenas los informarán por correo electrónico–. Obvio: no habrá lugar para los gastos en prepagas, educación privada o viajes al exterior. El engendro estadístico proyectado –se anuncie cuando se anuncie, ya no importa– nacerá muerto por la falta de credibilidad.

En palabras del hipotético ministro de Economía, el IPC Moreno peca de una gran “inconsistencia técnica” y no vale la pena someterlo a la prueba de la confianza pública: “Nadie le creerá”, sentenció de antemano. Él le había sugerido a la Presidenta apenas actualizar la canasta básica de alimentos –sobre la base de los nuevos patrones de consumo del 2005– y, simplemente, medir bien, profesionalmente, honestamente, para que el INDEC recupere la confianza pública. A lo sumo, incorporando la medición de los productos que la gente sustituye cuando el preferido se encarece exageradamente: ese es uno de los perfiles de medición de los precios en los Estados Unidos, sólo que se los promedia mensualmente y no se los borra como se pretende aquí.

En el Gobierno, se lanzó hace un año y medio una especie de lucha a ciegas contra los molinos de viento encabezada por el Quijote Kirchner. Los funcionarios se la creyeron. Para ocultar la inflación, apretaron a los empresarios. Para apretarlos, inventaron al supersecretario. Para justificar a Moreno, contaminaron al INDEC. Para disimular el fraude, ensuciaron todos los índices –además del IPC–. Para justificar a la patota, inventaron la necesidad de un nuevo índice y para elaborarlo produjeron una crisis de gabinete que todavía no está resuelta. Ya se cargaron un ministro de Economía y están a punto de llevarse puesto a otro. Resultado: 0.

El oficialismo juega con fuego. Según el país en el que vive Moreno, los salarios privados crecieron el año pasado casi 23% y el índice de precios minoristas menos de 9% anual. El salario real, entonces, habría crecido cerca de un 13%, la mejor tasa en muchos años. Ahora bien, ¿por qué será entonces que los empresarios aceptaron, antes de iniciar las paritarias, la posibilidad de ofrecer aumentos que duplican los del año pasado? Según el consultor Ernesto Kritz, las cosas simplemente son distintas: un doble ejercicio –una con hipótesis de inflación anual de 16% y otra de 18%, promedio de la mayoría de las estimaciones privadas– sugiere que el crecimiento del salario real habría sido de aproximadamente un 6% en el primer supuesto y de poco más de 4% en el segundo. Esto es menos de la mitad y dos tercios menos en el caso de la hipótesis más elevada de inflación, que es lo que resulta de deflacionar los salarios por el IPC oficial.

En una palabra, hoy la inflación está marcando el paso: la demanda comienza a resentirse, el consumo no está aumentando y la producción tiende a enfriarse. No hay que esperar a que se espiralicen los precios o a que estallen los mecanismos indexatorios a lo largo y a lo ancho de la una economía con perspectivas tan sólidas como la actual. La gravedad no está dada porque la tasa anual haya alcanzado o no un 30 ó 35% anual como intentó dramatizar Hugo Moyano. Los funcionarios deberían escuchar más a uno de los economistas más genuinamente keynesianos que asesora al propio Gobierno: “¡Están matando a la gallina de los huevos de oro! El consumo es un 60% del PBI”, exclamó, deprimido, uno de los días en que arreciaban los rumores sobre la renuncia de Lousteau.

Otra vez, la torpeza política parece abortar las oportunidades económicas. A diferencia de otros tiempos, sin embargo, este segundo mandato tiene más problemas: carece de reflejos, se revuelve en la impotencia y lanza mandobles que, en vez de calmar las aguas, las agita. La inflación se les sube al cuello. Otro verdadero mamarracho, digno de Moreno.

* Editor de Economía de NOTICIAS