ECONOMIA
opinión

Un programa económico para reconstruir: estabilización y justicia social

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Sin saldar. Ya existían discusiones para coordinar un proyecto de desarrollo. | shutterstock

Mientras el gobierno de Milei promete “ordenar la macro” a costa del empleo y la producción, el campo nacional y popular necesita profundizar y ampliar su programa económico. No para volver atrás, sino para aprender, corregir y proyectar un futuro distinto.

La necesidad de profundizar y ampliar ese programa es anterior a los resultados electorales de 2025 –e incluso a los de 2023. Ya a fines de 2015, y nuevamente en 2019, existían discusiones centrales sobre la coordinación macroeconómica de un proyecto de desarrollo que nunca se terminaron de saldar.

La acción de profundizar es necesaria porque la sociedad argentina ya conoce los horizontes de largo plazo de un proyecto progresista/peronista/desarrollista –la diversificación productiva y exportadora, la independencia económica, la soberanía política y la justicia social–, pero también percibe que esos objetivos se complicaron en el corto plazo de las experiencias recientes de gestión y complicaron la diara de la economía, haciendo entender que el orden macroeconómico o la estabilidad son cosas que sólo puede ofrecer un proyecto de derecha. Por eso hoy debemos responder una pregunta clave: ¿Cuál es la diferencia entre una estabilización “a lo Milei” y una estabilización progresista y/o peronista, que ordene sin destruir? La del presidente actual es una seudoestabilización, porque tiene problemas diarios y de largo plazo, además de un impacto destructivo sobre el entramado productivo. Sin embargo, si se abandona el tema del orden macro desde una agenda alternativo, queda regalado.

El peronismo ya gobernó varias veces la Argentina en el primer cuarto de siglo. La necesidad de profundizar también implica preguntarse qué aprendimos y qué haríamos distinto. Reconocer errores no es mostrar debilidad: es mostrar evolución. Y la necesidad de ampliar surge de los nuevos fenómenos económicos y sociales –desde la digitalización del trabajo hasta el cambio demográfico– que requieren respuestas diferentes a las de hace diez años.

Las lógicas que apagan el proceso. Aunque la necesidad de este programa alternativo copó la agenda poselecciones de medio término, tres dinámicas internas están frenando la posibilidad de construir ese nuevo programa. La primera es la “caza de brujas”: discutir quién es “verdaderamente peronista/progresista” como para llevar adelante esa discusión, eso nos lleva nuevamente a discutir nombres en lugar de debatir ideas, algo que ya hicimos penosamente todo el último tiempo. La segunda es la obsesión exclusiva con el déficit fiscal, un tema importante –y subdimensionado en períodos previos– pero que no explica por qué la Argentina quedó fuera del mapa productivo global. Y la tercera es la relación dicotómica con el sector privado: ni el anti-privado es viable, ni “hacerse amigos” del empresariado es un fin en sí mismo. El peronismo fue el gran movimiento que fue porque entendió que el conflicto de intereses es parte del capitalismo y lo gestionó, no porque lo negó –como los libertarios– o lo quiso eliminar –como algunos proyectos de izquierda–. El sector privado no es bueno ni malo: responde a incentivos. Le toca al Estado regular, coordinar y mirar el largo plazo. Superar esas lógicas es el paso previo para ordenar el debate y volver a pensar el futuro. Conducir.

Una macro distinta. En Futuros Mejores proponemos una hoja de ruta para una macro argentina sostenible. Una “macro ordenada para Argentina” a largo plazo, apunta a fomentar inversiones que diversifiquen la estructura productiva y promuevan el crecimiento y el desarrollo social. En el mediano plazo, procura mejorar el perfil de deuda pública y garantizar tasas de interés sostenibles. A corto plazo, busca responder a crisis, como las de balanza de pagos, estabilizando la economía frente a shocks externos o endógenos.

La política cambiaria debe promover una volatilidad administrada, con bandas explícitas que desalienten la especulación y favorezcan la producción. La política fiscal debe buscar el equilibrio intertemporal: evitar déficits crónicos, pero también superávits permanentes que estrangulan la inversión y el gasto social. El balance fiscal tiene que ser una herramienta, no un dogma.

En paralelo, necesitamos una acumulación genuina de divisas que no dependa de deuda ni de soja, sino de más exportaciones y más exportadores en rubros estratégicos. Eso exige inversión pública en infraestructura, hubs logísticos, sistemas de certificación y una reforma impositiva que acompañe a las pymes productivas. La tasa de interés, por su parte, debe ser positiva en términos reales, para promover el ahorro en pesos y desalentar la dolarización, sin castigar la inversión productiva.

Pero la estabilidad sin producción no es desarrollo. Por eso, en nuestro informe “Un futuro mejor para la industria argentina”, planteamos que la política macro debe ser funcional a un nuevo patrón productivo. La Argentina no saldrá del estancamiento con más primarización o ajuste, sino con un impulso industrial diversificado, capaz de generar divisas, empleo de calidad e innovación. Esto implica combinar políticas horizontales –infraestructura, crédito, ciencia y tecnología– con políticas sectoriales orientadas a las ramas que estructuran el empleo nacional: agrobioindustria, economía del conocimiento, turismo, minería y energía, y repensar la lógica de las industrias tradicionales con epicentro en el impacto de los insumos difundidos.

Hay algo claro en la construcción de un programa alternativo: si no sabemos para qué queremos el poder, no tiene sentido disputarlo. Ordenar la macro sin destruir el trabajo, estabilizar sin endeudar, crecer sin concentrar: ese es el desafío. Y no se trata de volver al pasado, sino de construir el futuro del trabajo y del desarrollo que Argentina merece. Porque la reconstrucción de la Argentina empieza, una vez más, por el trabajo.

*Economista e integrante de Futuros Mejores.