Con su experiencia, su olfato político y su impresionante cultura, el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti lo había anunciado en el diario El País de Madrid el 20 de noviembre: “El kirchnerismo argentino ha entrado en su ocaso. Cualquiera sea el resultado de la elección del próximo domingo, la omnipotencia de esa vertiente personalizada del peronismo ha entrado en su final”.
De cuánta razón tuvo es testigo hoy la parte del mundo que, interesada por los vaivenes electorales de la Argentina, ha puesto sus ojos en un país donde se confunde permanentemente la legitimidad de origen con la de ejercicio, donde un gobierno que se va aprueba noventa leyes exprés para condicionar al siguiente, amenaza con defender lo logrado en la calle como si el régimen que lo sucediera fuera una dictadura y vacía de contenido la palabra “transición”.
No precisamente vacía de contenido está esa palabra en Uruguay, como explicaron a PERFIL Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle, ex presidente, nieto del histórico dirigente nacionalista Luis Alberto de Herrera y padre del ex candidato presidencial Luis Lacalle Pou.
Pocas horas después de recibir una distinción en San Miguel de Tucumán, Lacalle opinó que lo que está sucediendo con la transición en Argentina “es prueba de una fractura de los círculos de poder que no es representativa de una fractura del pueblo”. A su juicio, esto demuestra “lo cerril y radical que puede ser el populismo cuando se va”.
Lacalle indicó que hasta “por conveniencia, vanidad y picardía”, Cristina Fernández debió encarar una transición menos turbulenta, pronosticó que esta actitud va a generar “un repudio generalizado, salvo en círculos enfermizos”, y remató: “No hay motivo para que la memoria histórica sea generosa con la señora de Kirchner, porque las realizaciones positivas que pueda haber hecho han quedado subsumidas por los exclusivismos, por la persecución, por el ninguneo, por el radicalismo y por el forzamiento de la competencia de los poderes, a lo cual hay que agregar todo lo que en materia de corrupción se investigará a partir de ahora, cuando se ha perdido el miedo”.
Además, el referente blanco y amigo personal del actual presidente Tabaré Vázquez –otro detractor del kirchnerismo que en estos días reconoció con efusividad el triunfo de Macri– recordó con buen ánimo la transición que protagonizó primero recibiendo el poder de Sanguinetti y luego entregándole el mando al mismo presidente que se lo había entregado a él. “El doctor Sanguinetti me invitó a Casa de Gobierno, a la que llegué en mi auto personal. Allí me recibió en la puerta, fui aplaudido por los funcionarios que se asomaban al hall del balcón principal y dejé el lugar con un Peugeot oficial, un chofer, un custodia y una radio para mi propio auto”, comentó, y agregó que “el magnífico equipo económico que encabezaba Enrique Braga recibió las cifras del estado de situación en tiempo y forma” y que, tiempo después, unos meses antes de abandonar su presidencia, llevó a la Conferencia Americana de Clinton, en Miami, como miembro de la delegación uruguaya, al entonces futuro canciller de Sanguinetti, Didier Opertti.
Por su parte, Sanguinetti aseguró que, “aun saliendo de la dictadura, hubo una transición en los aspectos fundamentales”, recordó que “un general que era jefe de la Casa Militar se puso en contacto con el gobierno entrante para interiorizarlo sobre las áreas financieras sensibles”, y añadió: “En aquel momento sí que había información financiera sensible”.
A su juicio, para que una transición sea normal, los ministros salientes se tienen que poner en contacto con los entrantes y la administración que se va tiene que ser clara en aspectos muy concretos como el estado del Banco Central, de las finanzas y de la economía. Y ya en relación con la Argentina, concluyó: “No puede ser que el que pierde conspire. Como dice mi amigo Felipe González, la democracia es la aceptación de la derrota. Y los gobiernos son administradores circunstanciales del Estado, que tiene una continuidad imprescindible y es uno y permanente”.