Ante el cambio de milenio, la directora alemana Doris Dörrie, se interrogó por cuestiones concernientes al nuevo modelo de pareja que se avecinaba en los tiempos por venir. Qué tipo de pactos, cuál sería la relación con el dinero y los sometimientos que genera el poder sobre el otro, el valor de la fidelidad, la autenticidad, la mentira. Y escribió una novela: Desnudos (Nackt, 2001). En clave de ácida comedia, juntó en un mismo relato tres parejas de amigos que, en torno a los cuarenta años, empiezan a transitar el pánico a la frustración, y la experiencia de asumir que muchas de las promesas del pasado, tal vez no se cumplirán. E ideó un juego escénico/erótico que se jugará durante un encuentro grupal. Un juego que pone en cuestión la verdad y la mentira de los vínculos, pero que pone de relieve cómo opera la economía del deseo. En medio de risas, provocaciones y alcohol, entre viejos amigos aparece como desafío mostrarse tal cual son y así evaluar hasta dónde conocen realmente a la persona que eligieron para compartir la vida en pareja.
Y luego de hacer el planteamiento en forma de novela, la directora recreó la cuestión en un relato cinematográfico. Y más tarde exploró jugarlo en vivo y hacer de ese dispositivo un mecanismo teatral. El juego del voyerismo y el deseo del otro se jugaría cada noche frente al público. La nueva textualidad que surgió de ese juego de versiones generó un mecanismo potente, lleno de humor, pero de un humor mordaz y comprometido capaz de divertir, pero también de herir y cuestionar. La idea de Dörrie fue interpelar al público que inevitablemente ahora forma parte del juego de los personajes y hacerlo partícipe con sus propios disimulos y enmascaramientos. Porque el mundo globalizado del siglo XXI, en el afán de abarcarlo todo, de ver y controlar, parece que ha dejado al individuo completamente solo, desconfiado hasta de lo más íntimo, mutilado de amar, y especialmente obsesionado por tener, antes que ser. Desnudos habla de eso, de la identidad a base de posesión y por ese camino la narración habita las causas y las consecuencias que enfrentan a los seis personajes a un espejo cruel, disfrazado de erotismo y estafa. El relato se vuelve perturbador y magnético. Los amigos de toda la vida juegan un juego que los divierte y provoca, y en ese desafío ponen en cuestión los lazos que los unen desde hace años. Y donde había amistad y complicidad ahora aparece una sombra de desconfianza y también la envidia, el deseo de usurpar el lugar del otro, aun cuando ese lugar ni siquiera verdaderamente les interese.
Hace varios años, cuando leí el texto por primera vez, siempre fantaseé con la posibilidad de trasponer ese material a nuestra tierra, a nuestros vínculos y así fue que generé, junto con Esther Feldman, una versión con idea de escenificarla en Argentina. En ese momento, Gonzalo Heredia se interesó por la propuesta y nos acompañó en la aventura con el compromiso de encarnar uno de esos hombres provocadores y mordaces. Pero el momento fue reticente a la propuesta –como tantos momentos argentinos– y el proyecto tuvo que resignarse a esperar. Y pasaron cuatro años. Evidentemente, algo del material, de su juego, de su provocación, o de la interpelación que implica se mantuvo vigente. Porque esta vez, con renovado vigor, Desnudos se ha puesto nuevamente en marcha, esta vez con más seguidores. Luciano Castro y Javier Faroni se enamoraron de la propuesta y decidieron sumarse al juego de Desnudos, que ahora con certeza se estrenará el 20 de diciembre en el despuntar de la temporada marplatense.
Desnudos es uno de esos textos que, a fuerza de simpleza y potencia teatral, proponen un desafío perturbador: explorar la pareja, el lenguaje cifrado del amor, pero también seguir el camino sinuoso de los vínculos en estos tiempos –un campo minado– y desplegar en escena un dispositivo rico y provocador. Es el juego del deseo y la seducción, pero también el del poder y la sumisión en la búsqueda del reconocimiento del otro. “Me interesa el hecho de que todos busquemos a alguien que nos reconozca, porque somos seres maravillosos y frágiles. A veces, precisamente porque nuestras expectativas son demasiado altas, nos sentimos defraudados”, dice Dörrie de su propia obra.
El poder inalienable del teatro es la fuerza del aquí y ahora. De lo que sucede en este lugar, delante de los ojos, por primera vez. Desde diciembre, las tres parejas que encarnan el relato pondrán en juego sus miserias ante nosotros para que saquemos nuestras propias conclusiones, pero no respecto de ellos, sino de nuestra propia historia.
*Guionista y director.