Hoy es fácil enojarse con la cantidad de secuelas, sagas y franquicias y la necesidad casi cocainómana de Hollywood de propiedades intelectuales que generen, sí o sí, éxito de taquilla, trending topics, toneladas de merchandising y puedan expandirse a otros medios (videogames, series, libros, cómics y así la lista). Marvel ha devenido un imperio que no pocos acusan de arruinar el cine de autor de determinado costo como posibilidad y que hoy, frente al coronavirus, se ha convertido en la gran esperanza para que el público se anime a volver a las salas algún día. Películas de Transformers y nueve de la saga Rápido y furioso, precuelas de Harry Potter (de por sí ya ocho películas) que tan solo usan personajes de segunda mano de aquella famosa aventura, etcétera; ese panal de franquicias tiene, por supuesto, una reina madre, que también anda vivita y coleando. Es más, esa reina andará de festejo este 4 de mayo. Star Wars es la nave nodriza de esa forma de Hollywood, y todo comenzó en 1977.
Para hacerlo gráfico y con números, la saga creada por George Lucas generó con todos sus films casi 9.500 millones de dólares. Estamos hablando de un arco de más de diez películas, que va desde La guerra de las galaxias hasta la reciente Star Wars - Episodio IX: El ascenso de Skywalker, estrenada el año pasado. Pero también hablamos de merchandising, esa deidad moderna que mantiene vivas a sagas que incluso no tienen vida en la pantalla. Por ejemplo, Star Wars, gracias a sus famosos muñecos y a una república de licencias inimaginables (videogames, cómics, libro y series) que llegan hasta un parque de diversiones en Disney, genera casi dos mil millones de dólares al año. Y hay que considerar que si bien desde que Superman es Superman cualquier maravilla pop debe ser explotada comercialmente, Star Wars cambió el curso de Hollywood, y convirtió aquello que era papelera de reciclaje, esa ansiedad mercachifle, en un literal parque de diversiones y, yendo más lejos, en la estructura comercial que sostiene a Hollywood hoy.
Lo que podemos aprender de la economía de "Star Wars"
En 1977, el éxito de Star Wars alteró aquello que se esperaba y que se permitiría que los relatos de Hollywood hicieran. Desde entonces se busca “la próxima Star Wars”, y eso, en ese momento, rompió el matrimonio entre búsqueda de vanguardia y de popularidad que fue el cine en los 70 y dio un paso a un nuevo mainstream, que fue creciendo, a lo Godzilla, buscando con el tiempo, a lo Pacman, películas más grandes que generaran más dinero y todas sus posibilidades comerciales satelitales. Pero ese gigantismo, hoy en crisis, refundó, como lo hicieron los Beatles, la cultura pop: la saga supo mezclar números y pasión de multitudes, compañías millonarias y fanáticos coleccionando juguetes junto a sus hijos. Es díficil pensar sin Star Wars la cultura del fanático que hoy rige a cualquier objeto pop, desde La casa de papel hasta The Mandalorian. Quiérase o no, la fuerza nos rodea.
- Una nueva forma de contar: El primer cambio, radical, en el ADN de la cultura pop que generó Star Wars, allá en 1977, fue su forma de contar. ¿Qué implica esto? Hollywood se permitió en los años 70 dejar que la vanguardia fuera entretenimiento popular, donde Francis Ford Coppola y Martin Scorsese filmaron como pocos (y eran punta de lanza de una generación que admiraba el cine clásico y el independiente por igual). Aquí llega George Lucas y su cine infantojuvenil, despersonalizado, con ganas de ser cómic, serial y juguete XL. Y desde ahí, todo muta para siempre. De Star Wars a Marvel, el público ideal devino aquel que quería escuchar relatos infantojuveniles.
- El fanatico eterno: Hoy vemos (bueno, hasta hace muy poco) a millones de personas y anuncios en eventos de cultura pop como las Comic-Con. Eso tiene su nave nodriza en Star Wars: el fan existió siempre, pero era una cultura marginal, bastardeada. Más allá del romanticismo, lo cierto es que La guerra de las galaxias llevó al fan a un lugar no nuevo pero vitalmente reciclado. Y apareció ahí otra variante: el fan que no suelta, que crece (como sus ingresos) con una oferta que lo acompaña. Y como imperio de merchandising, Star Wars demostró que existía la posibilidad de facturar a todas las edades. Un fan eterno es un ingreso eterno, y así se fundó al fan moderno.
- La franquicia coneja: Claro que determinadas formas de cine anteriores a Star Wars fueron franquicias (ahí están Bond, James Bond, y decenas de films japoneses), pero el hecho de mutar el cine en una especie de superserial, de relato que ofrece un mito interno (sea masticable o de bronce), es algo que se le debe a George Lucas. De la primera trilogía original a la tercera trilogía de la misma saga, pasando por más de veinte películas de Marvel y siete de Spider-Man, la franquicia con alta tasa de reproducción, sea en los años 70, 80 o 90, nos fue preparando para su actual edad dorada (más allá de series que existen desde antes), donde se fanatiza con sagas desde niños hasta adultos.
- La jugueteria del cine: Juguetes hay hasta de Charlie Chaplin, Superman y Los Tres Chiflados. Es crucial entender esto. ¿O creen que Walt Disney se hizo imperio de alguna otra forma? El truco de Lucas fue que él pidió quedarse con algo que en aquel entonces se creía residual –los derechos del merchandising–, y así generó un imperio financiero. Ganó más dinero con los juguetes que con las películas. El fenómeno cultural de Star Wars está atado al merchandising, casi como la religión católica a sus figuras. No es un plus: es parte de lo que lo define. Desde entonces, el merchandising ganó una nueva vida, una que suma más dinero que los objetos en que se basa.
- El museo de diversiones: Cuando explotó, Star Wars sorprendió por muchas cosas. Una básica: era sci-fi masivo iluminado (es decir, sin el pesimismo de, por ejemplo, El planeta de los simios). Linkeaba a los seriales de sci-fi como Buck Rogers o Flash Gordon. Star Wars mutó lo que era museo geek –los seriales, el western de cordel, imaginario de fanzines nerds, diseños de cómics, etc.– en mainstream. Lucas abrió la puerta a una generación que quería recrear sus fantasías animadas y permitió que lo espectacular, sí o sí, fuera un ideal. Uno que siguieron desde los films de sus pares (Indiana Jones), hasta, hoy, estudios de cine que ponen a Pikachu como detective.
- Las (siempre) nuevas imágenes: El cine siempre quiere ser lo imposible. Lo que no es posible de expresarse, de vivirse o de ser visto. Lucas y Star Wars fundaron una carrera gracias a una idea: lograr imágenes espectaculares vende. Y vende mucho. Ya no eran los cómics donde se veía lo imposible. El cine ahora podía volar por el espacio (con maquetas, marionetas, grúas y cámaras) y así, por décadas, la saga y sus pares buscaron con obsesión esa fantasía animada. Así, la carrera de los efectos especiales dio comienzo a una era y un cine que permitió, por ejemplo, ver al Increíble Hulk charlar con un mapache que habla no sea algo que un dibujante puede generar tan solo en una viñeta.
- El castillo vagabundo: Lo dijimos antes: Star Wars comenzó como una saga sci-fi que fagocitaba con mayor o menor talento fragmentos de la historia del cine de Hollywood (y otros medios mainstream). Pero sucedió con el tiempo lo inesperado: la franquicia, la propiedad intelectual, dejó de ser un objeto que se introducía en géneros y se convirtió en su propio sistema de reglas. Las franquicias son su propio planeta, su propio microgénero. Así, Marvel hace hoy películas de Marvel antes que de superhéroes. Aquel episodio de Community que mostraba a Star Wars como marco de expectativas decía la más poderosa de las verdades: el pop deviene su propio género.
- La música que escuchan todos: Más allá de los avances tecnológicos en sonido (la tecnología THX y la obsesión de inventor de Lucas y sus colaboradores), la orquesta aparece, como bien lo marcan las letras flotantes del comienzo, y nunca pero nunca se irá. El cine orquestal, de sinfónica, deviene la norma. Star Wars posee música en casi todas sus escenas (se parece más al cine mudo, universal –recuerdan cada entrada de Vader–). Lo que fue una excepción –ni siquiera en Tiburón el leit motiv tenía el mismo dominio que en SW– se transformó en la nueva norma del Hollywood que quería dejar bien en claro, y de forma estridente, sus ganas de ser un suceso de tamaño galáctico.
- La historia sin fin: Hablamos de la franquicia, seguro, y de veinte películas Marvel. Pero Star Wars, sin querer queriendo, fundó algo que ya existía en los cómics (un medio barato donde pueden sobrevivir mitos que facturan mucho): la real posibilidad de no soltar nunca a un relato pop. Ya sea en cómics, videogames, libros, series o más, un universo lúdico (Harry Potter o Bridget Jones) sigue ahí, siempre listo para volver. Antes, estas sagas se apagaban, cumplían su ciclo natural y apenas si titilaban era para aquellas luciérnagas de la cultura popular a 25 watts. No para el público masivo. Hoy sabemos que las sagas vuelven y son millones. Y eso tan solo en un mal día.
- Mi precioso, mi universo: Las franquicias hoy son transmedia, eso quedó claro. Pero aparece una veta inimaginable, al menos fuera de la literatura. El pop masivo, sus peones, ahora envejecen con nosotros y hasta desafían su ciclo natural (ahí está la Leia de Carrie Fisher recreada en films recientes desde la animación). Ahora vemos morir a Han Solo, ser jubilado a Rambo y tener perritos y familia a Terminator. Las sagas modernas del cine, donde el tiempo pasa (aunque siempre se puede usar la animación para disimular) generaron una extraña línea vital para sus juguetes, dándoles una entidad que ni franquicias con ochenta años como Superman se permiten.