La ecuación del sueño americano es sencilla, seductora, vendible: “triunfo = esfuerzo”. Ahora bien: ¿qué ocurre cuando esa ecuación debe reformularse como “triunfo = esfuerzo + metanfetaminas”?
La historia de Vince Gilligan, creador de Breaking Bad y flamante ganador del Emmy, resume el sueño americano reformulado con drogas químicas: en 2005, mientras reformulaba por enésima vez el guión de Hancock para Hollywood, pensó en apartarse de la escritura: “Quizá podríamos comprar una casa rodante y poner un laboratorio de metanfetaminas en la parte de atrás”, le dijo a su amigo Thomas Schnauz –con quien había colaborado en los guiones de X-Files–. Y ahí estuvo el big bang del universo que iba a conformar la serie que finaliza mañana en los Estados Unidos, que en los dos últimos años de convirtió en La Serie para críticos y fanáticos en general alrededor del mundo.
“Fue muy difícil al principio: ¿quién iba a querer la serie que debía presentarse como ‘el show que trata de un maestro de química de 50 años diagnosticado con cáncer terminal y que decide vender metanfetaminas para, primero, salvar económicamente a su familia y, luego, convertirse en un psicótico zar del narcotráfico’?”, recordó Gilligan.
Apenas empezó, el show de la cadena de cable norteamericana AMC (aquí lo pasa AXN con un extraño sentido del “timming”: estrenará el próximo fin de semana la temporada que comenzó hace dos meses en Estados Unidos, es decir cuando la mayoría de los seguidores ya la descargaron ilegalmente por internet) no la tuvo fácil: los ejecutivos (cuándo no) querían cambiar el perfil laboral (“¿pueden ser ladrones de bancos?”) y de edad (“¿no podría ser alguien más joven y más conocido”), o directamente negaban su pantalla. FX pagó el piloto y después se bajó con la excusa de que existían demasiados shows de antihéroes en su cadena. Hasta que apareció AMC: acababan de acertar con Mad Men y duplicaron la apuesta.
No puede decirse que fuese una apuesta que rindió sus frutos de inmediato. Cuando se estrenó, el 20 de enero de 2008, los números de rating indicaron un notorio desastre: 1,3 millón de espectadores, cifra que implica la cancelación. Pero fueron los críticos quienes salvaron a Breaking Bad de la catástrofe. De hecho, la serie acaba de ingresar en el Guinness por haber obtenido la mayor cantidad de críticas positivas de la historia de la televisión (apoyada por todos, desde el cerebral New Yorker al populista Entertainment Weekly).
Breaking Bad se diferencia, en esta edad dorada de la TV de Mad Men, The Wire o Los Sopranos (aunque es imposible pensar en Breaking Bad sin esos antecedentes) porque lo que captura es la transformación de un perejil en un Scarface que le daría miedo a Scarface. La evolución de Walter White, el protagonista interpretado por Bryan Cranston (ganador de tres Emmy por este trabajo, y que gracias a la fama que le brindó la serie será el Lex Luthor –curioso, el anterior fue Kevin Spacey, que compitió contra él en los Emmy el domingo pasado– en Superman vs. Batman), era el eje de lo que Gilligan buscaba: “Quería que al final de la serie el hombre que habíamos visto al principio no existiera más, no hubiera un átomo de su primer él, y pudiéramos ver la manera en que el sueño americano tomaba su más bizarra forma: Walter White no es Tony Soprano, que nació ‘monstruoso’, sino que es un tipo común que se asume monstruoso para cumplir el sueño de dejar un legado”.
Y ahora, su final está a poco más de 24 horas de distancia. Gilligan (quien acaba de firmar contrato con CBS para escribirle una serie policial) adelantó: “Sólo voy a decir una cosa: nunca van a ver a Walter tan desesperado como en ese capítulo. Tendrá lo que ha cosechado, y eso puede ser tremendo. Muy tremendo”.
Con el final ya filmado (se rodó en febrero), AMC y Sony han ordenado una nueva serie centrada en Saul (abogado medio pelo, inescrupuloso y ordinario, quizás el personaje más “argentino” de la serie), llamado Better Call Saul y donde Gilligan estará involucrado. Pero claro, será una precuela: ¿quién se anima a seguir sin Walter White?